La parte de bronce. Platón y la economía. Etienne Helmer
para cuestionar la supuesta legitimidad de las instituciones y las prácticas que gobiernan la economía de las ciudades empíricas, y vislumbrar la remota, pero no por ello quimérica posibilidad de orientar dichas instituciones y dichas prácticas hacia finalidades más nobles y elevadas que las que aquellas les asignan.
En cuanto a los detalles formales de esta traducción, el lector observará ciertos cambios con respecto al texto original: una versión más concisa de la introducción, elaborada por Étienne Helmer tras la revisión de la primera versión del texto en español, la supresión de algunas notas al pie de página y la integración de otras tantas. Los pasajes citados de los Diálogos han sido traducidos por el autor de este libro.
Para terminar, quiero expresar mis sinceros agradecimientos al profesor Étienne Helmer por haberme confiado la traducción de su obra al castellano y al Fondo Institucional Para la Investigación (FIPI) de la Universidad de Puerto Rico por haberla financiado.
María del Pilar Montoya
1 R. IV, 439d; VIII, 580e; Lg. VI, 782d-783b.
2 Phlb. 31e-32a.
3 Ti. 42e-43a.
Introducción
La economía como conjunto autónomo de fenómenos sociales específicos nace con la modernidad y la aparición de la institución del mercado, en paralelo con una disciplina homónima, dedicada a su estudio científico. Desde esta perspectiva, el tema de este libro –Platón y la economía– parece no tener objeto proprio y estar desprovisto de sentido. ¿Cómo designar entonces aquellos fenómenos que están presentes en la obra platónica –en particular la plaza de mercado, los intercambios internos y externos de productos, la producción y el dinero– y que parecen referirse a acciones, fenómenos o instituciones que un lector moderno considera de índole económica? Al intentar designarlos de esa manera, ¿no sería acaso inevitable incurrir en anacronismos y, en razón misma de su anacronismo, no sería esta una tarea carente de utilidad y pertinencia?
Estas preguntas pueden parecer legítimas desde el punto de vista del sentido moderno de la palabra economía, pero este no es el único. Debemos a Karl Polanyi la idea de que, además de su sentido formal moderno enraizado en la supuesta escasez de los bienes y la institución del mercado como proceso de creación de precios según la relación entre la oferta y la demanda, la economía tiene también un sentido sustancial, referido a la manera en que el ser humano, como ser vivo y como ser social, satisface sus diversas necesidades básicas o secundarias en sus contextos variables de vida4. En este sentido es posible hablar de fenómenos económicos, incluso para las sociedades que desconocían el concepto moderno de economía. Pero ¿qué tipo de discurso podían tener entonces estas sociedades sobre dichos fenómenos?
Karl Polanyi nos enseña que la economía existía antes de la modernidad, pero con un sentido diferente al que esta le asigna; sin embargo, su iluminadora teoría pasa por alto un aspecto decisivo para la comprensión del sentido de la economía antigua, ya que en la antigüedad, la reflexión sobre los fenómenos económicos no se dio bajo una forma científica, sino bajo la forma de la racionalidad más alta disponible en aquel tiempo, la de la filosofía. Esta es la razón que explica el hecho de que el tema fuera poco estudiado y que muchos académicos consideraran que los acercamientos de los antiguos a la economía carecían de relevancia. El objetivo principal de este libro es mostrar que Platón es el primer filósofo occidental en elaborar una concepción filosófica integral de la economía en el sentido de que abarca todos los aspectos de la vida humana. Por los motivos históricos antes mencionados, el filósofo no propone una teoría sistemática de la economía, sino una reflexión sobre estos fenómenos, diseminada de manera más o menos explícita en las páginas de su inmensa obra. Sus contemporáneos eran sensibles a ciertos fenómenos económicos pero, con excepción de Aristóteles, ninguno logró ofrecer una visión de conjunto, ni vislumbrar los vínculos y las repercusiones de dichos fenómenos en los planos antropológico, metafísico, ético y político a la vez.
En virtud del carácter inquisitivo de su reflexión filosófica y de la puesta en relación de la economía con los demás aspectos de su filosofía, al finalizar este libro no sabremos si Platón es un precursor del capitalismo5, si preconiza su planificación o si aboga por una economía de mercado. Tales categorías, cuyas definiciones son motivo de vehementes discusiones6, pueden, en el mejor de los casos, orientarnos sobre la posición y el lugar del filósofo en la historia del pensamiento económico, pero nada pueden enseñarnos sobre su filosofía ni sobre la economía en sí misma, es decir, sobre el sentido de las prácticas económicas que él preconiza o critica. A la imposibilidad de reconocer el sentido o la utilidad de dichas prácticas, se suma la dificultad, ya mencionada, de la ausencia de sistematicidad de su teoría sobre la economía. Sin embargo, pese a su carácter asistemático, es posible reconocer en ella una tesis sólida y coherente, la cual se enuncia en tres momentos. En el primero, la economía se presenta como una realidad ambivalente, pues ella hace y deshace la ciudad. La hace en la medida en que está en su origen, dado que lo que impulsa a los hombres a asociarse es la necesidad de satisfacer sus apetitos materiales. Pero paradójicamente, en razón de una necesidad antropológica, estos mismos apetitos, cuando son abandonados a sí mismos, tienden espontáneamente a la desmesura y conducen a la ciudad al conflicto tanto interno como externo. En este sentido la economía deshace la ciudad.
En el segundo momento, Platón expone las consecuencias que se desprenden de la idea común según la cual la economía es el origen de la ciudad, entre ellas la presunción de que aquella constituye a la ciudad en su totalidad. En virtud de dicha convicción, los agentes económicos rivalizan con el político auténtico por el título de causa de la ciudad. Como consecuencia de esta pseudoevidencia, los hombres de las ciudades ordinarias consideran que la mera instauración de medidas en materia de economía bastaría para asegurar la dirección correcta de la ciudad. Por su parte, Platón sostiene que una ciudad no es una mera asociación económica en la que la divergencia de intereses se traduce necesariamente en una serie de conflictos permanentes. Una ciudad es una comunidad de intereses y valores que solo la política filosófica está en capacidad de fundar, lo que supone una clara distinción entre el político auténtico y sus rivales, «proveedores de alimento para los hombres»7, y entre la eficiencia política y la eficiencia económica.
En el tercer momento, la economía se presenta como una práctica heterónoma, es decir, que es siempre instituida por una política que le transmite sus valores. Para Platón, los regímenes políticos empíricos en los que vivimos8 son malos en diversos grados. Ellos dan rienda suelta a los apetitos y refuerzan su tendencia anómica y conflictiva, dado que subordinan la política a una economía que los sostiene y que favorece su despliegue. Por consiguiente, estos regímenes no son verdaderamente políticos. Ellos no logran establecer la unidad y la armonía que son el fruto de una verdadera política9, la cual tiene la autoridad exclusiva sobre las decisiones y las prescripciones de la totalidad de los asuntos en el seno de la ciudad. Únicamente la ciudad verdadera, regida por una política autónoma, puede dar lugar a una economía mesurada y regulada en función del beneficio común. En la ciudad auténtica, la economía está subordinada a la verdadera política y a su tendencia unificadora.
Ante esta compleja tesis, es necesario precisar que el ideal de
subordinación de la economía a la verdadera política no significa que Platón le confiera un rol secundario ni que la oponga a la política en una oposición simplista. Lejos de verla como una materia pasiva que la política puede moldear a su antojo, Platón considera que la economía posee una verdadera positividad política, pero solo la política genuina puede conducirla de la potencia al acto y reorientar su carga potencialmente destructiva para utilizarla en beneficio de la totalidad de la ciudad. La autonomía de la política no implica la desvalorización de la economía ni la desaparición de la economía doméstica del oikos –que era la institución «económica» central de la época de Platón–, sino su reconfiguración y promoción como medio de realización de los individuos y de la ciudad que habitan. Estudiar la economía, tal y