Tren De Cercanías. Jack Benton

Tren De Cercanías - Jack Benton


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la línea del ferrocarril y muchos de sus alrededores permanecían iguales.

      Dirigiéndose al este desde Holdergate a Wentwood, la vía hacía un arco gradual hacia el norte, curvándose alrededor de una pequeña loma llamada Parnell’s Hill. Wentwood se extendía alrededor de su borde norte y Slim marcó con una X la localización de la casa de Evans, al final de una calle recta y larga que llevaba al norte desde la estación.

      Oficialmente, la distancia de Holdergate a Wentwood era 3,2 millas siguiendo el camino de herradura junto a la vía, de estación a estación. La casa de Evans estaba a otra media milla desde la estación, pero Jennifer podía haber atajado yendo fuera del camino, alrededor del borde oriental de Parnell’s Hill.

      Entrecruzado por rutas de senderismo según el mapa, en la nieve podrían haber sido difíciles de seguir y, en todo caso, había un riesgo mucho mayor que el de simplemente perderse.

      Parnell’s Hill era una cantera.

      7

      El viento imperceptible en el pueblo se hizo mucho más evidente cuando Slim estuvo en lo alto de Parnell’s Hill, recuperando el aliento por un ascenso extenuante hasta el mirador. Imaginando que un viaje de ida y vuelta de seis millas seguía siendo una cifra de un dígito y por tanto fácil de recorrer en una tarde cálida, había decidido cortar por lo sano y tomar el tren de la tarde de vuelta desde Wentwood, cuyas áreas urbanas más externas se extendían alrededor de la base de la colina.

      Desde allí, además de una espléndida vista panorámica del distrito de Peak, podía ver la ruta exacta que podría haber seguido Jennifer, siguiendo un sendero señalizado que cruzaba el camino de herradura y giraba en torno a la base de Parnell’s Hill.

      Había realizado él mismo la ruta, girando a mitad de camino para subir a la cumbre. Un agradable camino de hierba se había convertido en una dura subida, pero incluso en la parte más baja el peligro era evidente. Con el viento entre los restos de las obras de cantera ahora reclamadas por la vegetación local, había docenas de laderas rocosas, barrancos y riscos.

      Para los adolescentes aventureros podía ser muy divertido trepar, pero ¿y si era el lugar de descanso final de una mujer que había tratado de caminar hasta casa en la nieve y había dado un paso en falso en un sitio erróneo?

      Tras sentarse en un banco para recuperar el aliento, Slim sacó un papel de su bolsillo y leyó la información que había imprimido de un sitio web de datos históricos del tiempo. La nieve del día de la desaparición de Jennifer se había pronosticado, pero fue más abundante de lo esperado. Aunque era probable que Jennifer, como una persona local familiarizada con el clima de la zona, se hubiera preparado para ese tiempo, pudo haber querido llegar a casa lo antes posible. Podía haber caminado aprisa, incluso corriendo, aumentando el riesgo de una caída mortal.

      Slim volvió hacia el camino principal y pasó un rato mirando los barrancos y riscos a lo largo del camino. Algunos estaban indicados solo por una cuerda a la altura de las rodillas, que podría no haberse visto con los veinte centímetros estimados de nieve que cayeron esa noche.

      Un par de veces, Slim incluso se descolgó cuidadosamente por rocas del tamaño de un coche para llegar a huecos cubiertos de hierba escondidos desde el camino, mirando en espacios sombríos, apartando arbustos y zarzas en busca de cavidades lo suficientemente grandes como para contener un cuerpo.

      No era que esperara encontrar algo, sino que estaba examinando la posibilidad de que un cuerpo pudiera haber permanecido sin descubrir.

      De acuerdo con los artículos de los periódicos, se llevaron a cabo varias búsquedas de Jennifer durante los siguientes días. Aunque no encontraron nada salvo su bolso, se realizaron varias grandes batidas en el campo mientras estaba activo el Estrangulador, a menudo de cientos de voluntarios. Dos de los cuerpos se habían encontrado enterrados en fosas superficiales a un par de cientos de metros de una carretera importante.

      Slim frunció el ceño y sacudió la cabeza. No era imposible que el cuerpo de Jennifer hubiera caído en algún lugar y hubiera permanecido sin descubrir durante más de cuarenta años, pero sin ningún animal capaz de arrastrar un cadáver humano era muy improbable.

      Slim se levantó y miró a lo lejos. La empinada ladera se suavizaba, convirtiéndose en un terreno caótico de escoria enterrada bajo helechos y zarzas antes de que el páramo volviera a su ser.

      Por supuesto, podía haber caído, pero no muerto. Podía haberse arrastrado por la nieve, desorientada, perdiendo las fuerzas lejos del camino.

      Volvió a sacudir la cabeza. No podía descartarlo, pero definitivamente había otras posibilidades que resultaban más probables.

      Encogiéndose de hombros, empezó a bajar penosamente hacia el sendero, dejando atrás todos los secretos que pudiera albergar una antigua cantera.

      8

      —Gracias por atenderme.

      El anciano se apoyó en su bastón y agitó su mano libre como para espantar una mosca.

      —No hay problema. Entre. Perdone el desorden. La asistenta no viene hasta mañana. —Guiñando un ojo, añadió—: Se limita a sentarse y beber té si no le dejo trabajo para hacer.

      Slim siguió al anciano que cojeaba a un desordenado cuarto de estar. Había recuerdos de la policía en las estanterías y colgados de las paredes. Slim advirtió un par de condecoraciones por su valentía y reconocimiento por la ejemplaridad de su trabajo.

      El anciano ofreció a Slim una silla y luego se sentó en un sofá reclinable, gruñendo mientras se hundía en el asiento, con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo.

      —Me temo que ya no soy gran cosa —dijo.

      Slim asintió mirando la estantería más cercana, en la que había un par de fotografías enmarcadas en blanco y negro de un joven con uniforme de policía, junto a un casco en una caja de cristal y un par de medallas.

      —Parece que se entregó al cuerpo —dijo.

      —Tanto como el que más durante casi cuarenta años —dijo el antiguo inspector jefe jubilado Charles Bosworth—. Era todo para mí. —Mostró una sonrisa flemática—. La policía era mi vida. Por eso no me casé nunca. Era mi amante.

      —Debió ser duro dejarlo.

      —Tuvieron que arrastrarme fuera de la oficina —dijo Bosworth riendo—. Me mantuve un tiempo como consultor. Y después de que se acabó eso, aún quedaron visitas ocasionales de alguien como usted que quería saber algo acerca de un caso concreto. Jennifer Evans, ¿verdad?

      —Exacto —dijo Slim—. Soy investigador privado. Mis últimos dos casos fueron algo… problemáticos. El caso de Jennifer parecía mucho menos peligroso, si entiende lo que quiero decir. Un misterio de hace cuarenta años. No había ningún peligro ni riesgo, ¿no? Si nadie lo ha resuelto hasta ahora, hay pocas posibilidades de que puede dañar a alguien. —Slim se miró las manos—. He descubierto por las malas que algunos misterios deben seguir enterrados.

      Bosworth tosió, sin que Slim estuviera seguro de si estaba de acuerdo o no, pero tomó un par de carpetas de una mesa que tenía a su lado y se las entregó.

      —Recuerdo a Jennifer Evans —dijo—. Un misterio como ese nunca deja de producirte cierta impresión. Me refiero a que pareció desvanecerse en el aire.

      —Nadie hace eso —dijo Slim, recordando un caso anterior—. Siempre van a alguna parte.

      —Pero descubrir a dónde es lo complicado, ¿verdad?

      Slim abrió la primera carpeta y miró el contenido. Buena parte era lo mismo que le había dado Elena, pero


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