El viejo puerto. Ernesto Ottone

El viejo puerto - Ernesto Ottone


Скачать книгу

      Si las dos primeras tenían una secuencia en el tiempo, “El viejo Puerto” vuelve atrás, se retrotrae a la infancia y concluye ahora, más viejo, o mejor más grande, como dicen los argentinos, con esa palabra magnifica que inventaron para consolar a quienes el futuro se nos acorta, a ese periodo cuyo único consuelo es que la única alternativa es una muerte prematura. Por otro lado, la vejez poco tiene que ver con algo así como los años dorados, término engañoso, inventado seguramente por quienes tienen algo que vender a quienes atravesamos la vejez.

      En verdad, la senectud tiene que ver con limitaciones físicas, tomar remedios y frecuentes visitas al doctor, aun en el caso en que la vida, a fin de cuentas, te haya tratado bien y puedas por ahora todavía vivir con agrado y lucidez.

      Es cierto que los años, en muchos casos, te dan una pizca de serenidad en la mirada y algo de sabiduría, es cierto también que la más de las veces no sabes mucho cómo usarla.

      Claro, mucho peor es cuando la senectud se vive acompañada de una febrilidad senil que suele ser exagerada y crecientemente categórica en sus juicios.

      Pero dejemos tranquila a la gente grande y volvamos al libro. Entonces, decimos que este “ejercicio de memoria” gira en torno a una ciudad: Valparaíso.

      Ello explica que los acontecimientos referidos a las personas aparecen y desaparecen, ocupan el primer plano y después se ocultan tras la historia y la geografía citadina.

      Los pincelazos de historia y geografía que contiene no pretenden ser exactos, pues, cuando más quieren dar una idea general, pueden tener imprecisiones y caprichosas interpretaciones propias de un relato más bien impresionista e informaciones que no reemplazan un sólido trabajo propiamente historiográfico. Así, este relato está marcado por conocimientos y lecturas acumuladas a través de una vida que ha transcurrido solo parcialmente en mi ciudad, pero que la eligió como su ancla marítima y territorial.

      En la magnífica película “Il mattatore”, de Dino Risi, traducido como “El farsante”, Vittorio Gassman, como parte de una estafa, se disfraza de Greta Garbo para vender una supuesta conversación con la esquiva estrella, fingiendo que se trata de una entrevista filmada a distancia.

      Ante la pregunta absurda de su cómplice, quien pretende hacerse pasar por periodista: “¿Cómo encuentra el mar italiano?”, responde en un inglés aproximativo: “El mar italiano es extremadamente marítimo”.

      El mar de Valparaíso es también un mar extremadamente marítimo, pero además omnipresente, tal como veremos en este relato.

      Valparaíso tiene además un recorrido histórico tan enredado como su geografía, en el cual se suceden momentos de euforia y de extrema melancolía.

      Los porteños estamos amarrados “como el hambre” a nuestra ciudad. Nunca en los largos años que he estado lejos de Valparaíso he dudado de que ella es mi ciudad, aunque esté hoy malherida y hasta zaparrastrosa.

      Este libro, a fin de cuentas, es el de un amor asimétrico entre una ciudad y un habitante, porque es absolutamente cierto que, en las tardes de invierno, esperando “la micro” en la avenida Pedro Montt en la esquina de la Scuola Italiana y frente al templo bautista para volver a casa en Playa Ancha, en medio de la vaguada costera, me embargaba el sentimiento de que el viejo Puerto vigilaba mi infancia “con rostro de fría indiferencia”, como dice una vez más con acierto el “Gitano” Rodríguez.

      El libro se divide en tres partes. En la primera se subraya la originalidad de esta ciudad chilena, en un país cuyas ciudades suelen tender a una cierta uniformidad.

      Dice con razón Lukas en cuanto a que “las ciudades de Chile se dividen entre las que se parecen a Quillota y las que no se parecen a Quillota. Hay muchas Quillota. Bonitas, feas, extensas, modernas, rústicas, ricas, chicas, míseras, románticas, alegres o tristes. Santiago es la más grande de todas las Quillota. Valparaíso está entre las que no se parecen a Quillota”.

      La segunda es el relato de la relación de una infancia y una adolescencia en ese espacio singular.

      Y la tercera parte es del reencuentro después de un largo alejamiento no buscado, reencuentro primero privado y después público, hasta llegar al presente, momento en el que resulta dolorosamente obligatorio señalar su decadencia, la que puede perfectamente profundizarse.

      No olvidemos ese dicho italiano que dice: “Anche quando si tocca fondo, si puó sempre scavare” (“Aun cuando se toca fondo, siempre se puede seguir excavando”).

      Para salir del agobio actual es necesario comprender la gravedad de la situación en la que estamos, es la única manera de iniciar el difícil camino de la recuperación.

      Ernesto Ottone.

      Santiago-Valparaíso 2021.

Parte Primera

      1. Una singular ciudad chilena

      La tendencia demográfica de la ciudad de Valparaíso debe ser una de las más extrañas del mundo.

      Según el censo de 1952, la ciudad tenía 223.598 habitantes, entre porteñas, porteños y porteñitos. En esos años, la población de Chile era de alrededor de seis millones de habitantes.

      Según el censo de 1960, el número de porteños apenas había llegado a 252.865 almas cuando la población de Chile ya había superado los ocho millones de habitantes y hoy, cuando la población de Chile gira en torno a diecinueve millones de habitantes, la población de Valparaíso cuenta apenas con alrededor de 300.000 habitantes.

      Se trata de un estancamiento poblacional enorme, pantagruélico incluso, para un país que como Chile tiene una transición demográfica avanzada, lo que significa un crecimiento moderado de habitantes, pues nacen pocos niños, sobreviven la enorme mayoría y tienden a vivir cada vez más años.

      En esto nos parecemos a Europa, aunque, por cierto, más pobretones, con menos desarrollo, más desigualdades y con menos patrimonio artístico.

      Pero lo que sucede con Valparaíso no puede ser achacado únicamente al poco crecimiento demográfico del país, se trata de un verdadero despoblamiento; algo les pasó a los habitantes de la ciudad que dejaron de vivir en la zona plana, aquella que en buena parte le robamos al mar.

      El arquitecto y urbanista Iván Poduje me señalaba que hoy en esa zona que los porteños llamamos “plan” viven apenas 8.466 personas, lo que equivale al 3% de la población de la ciudad; de ellas, solo 177 viven en el otrora populoso barrio El Puerto.

      El resto de quienes habitan en Valparaíso se encaramaron a los cerros, hasta quedar algunos casi a espaldas del anfiteatro, cerca del Camino La Pólvora, corriendo siempre el peligro de incendiarse. Aquellos con una mejor situación económica se fueron a Curauma o Placilla, o bien se acercaron a Viña a través de los cerros Placeres y Esperanza; es decir, se alejaron del casco histórico.

      Hoy Viña del Mar tiene más habitantes que Valparaíso, lo que hace medio siglo parecía algo impensable.

      El viejo Puerto no alberga más porteños, se estancó, no es una casa acogedora; hace ya tiempo que comenzó el éxodo.

      Desde sus tiempos más prósperos hasta, hoy su crecimiento se chingó y, pese a los esfuerzos realizados, se sigue chingando.

      Desde que tengo recuerdos nítidos, cuando tenía cinco años, en 1953, el porte del plan de la ciudad era más o menos el mismo, y cuando los cerros estaban menos poblados en su parte superior.

      Cuando niño tenía claro que era la segunda ciudad de Chile, su puerto principal, y sabía que vivía en una ciudad grande. Sabía también, por lo que comentaban mis padres, que había un pasado mejor que les arrancaba suspiros y les hacía mover la cabeza con nostalgia.

      En los años cincuenta, Chile llevaba más de veinte años de continuidad institucional. Desde 1932, cuando comenzó el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma, ese plano era un verdadero ejemplo para América Latina; en lo económico no tenía otra alternativa que volcar


Скачать книгу