El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo

El fuego de la montaña - Eduardo de la Hera Buedo


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años. Aunque hay que decir que para entonces ya había recorrido un importante camino literario. Fue precoz y fecundo. Si se repasa su bibliografía, uno se queda pasmado porque hay años en que escribe hasta cuatro y más libros.

      Luigi, su padre –un ex-garibaldino que había combatido en Aspromonte y en el Volturno–, pequeño comerciante de muebles, ateo beligerante, quiso que su hijo se educara al margen de toda religión. Sin embargo, su madre, Erminia Cardini, bautizó medio en secreto a su hijo. Había que ocultárselo a su marido.

      Siendo niño, se mostró retraído y huidizo. De 1885 a 1889 frecuentó los Institutos privados Baldassini, Scatena y La Speranza. En 1890 asistió a la escuela elemental, pública, de Vía dei Magazzini, la escuela técnica de S. Carlo, la Escuela Normal de la Vía Sangallo (siempre en Florencia). De este último centro salió con el diploma de maestro. Tenía dieciocho años.

      De joven, pálido y pensativo, parecía agotado y enfermo. Asiduo de bibliotecas, polifacético, autodidacto e instintivamente contrario al mundo que representaba su padre. Siempre, dispuesto a la polémica.

      En 1896 apareció una de sus primeras publicaciones: el relato, titulado Il leone e il bimbo (El león y el niño). Fue en una revistilla para muchachos: L’amico dello scolaro.

      Dos años después, en 1898, fue teniendo sus primeros contactos literarios con personajes de la época: Giuseppe Prezzolini, Ercole Luigi Morselli y Alfredo Mori. Con ellos hizo un equipo cultural de amigos.

      En 1900 enseñaba ya lengua italiana en el Instituto inglés de Florencia, y frecuentaba como oyente los cursos del Instituto de Estudios Superiores. En 1902, cuando había sido nombrado bibliotecario del Museo de Antropología de Florencia, murió su padre en Turín, adonde se había desplazado por razones laborales. Una de sus primeras publicaciones apareció precisamente este mismo año, y se tituló La teoría psicológica de la precisión. Se trataba de un escrito que respondía al positivismo, introducido en Italia por Cattaneo, Ferrari y Morselli.

      De su amistad con Prezzolini y de su liberalismo radical surgió la revista Il Leonardo (1903-1907). Fue una publicación que pronto adquirió prestigio. El propósito estaba claro: pretendían combatir el academicismo e inmovilismo de la cultura oficial. A la vez colaboraba en la revista Il Regno, dirigida por Enrico Corradini. Pero debemos citar, como dato que lo retrata bien, una revista fundada por él (no llegó a editarse) y que llevaba el significativo título de Iconoclasta.

      En 1904, lo encontramos participando en el Congreso Internacional de Filosofía, junto a Vailati y Calderoni.

      En 1906 publicó con Giuseppe Prezzolini La cultura italiana. Papini fue siempre un adelantado de la cultura, un hombre de fuerte temperamento intelectual, que se entusiasmó, siendo muy joven, con la lectura, escritura y crítica literaria. Este mismo año viajó a París, donde se unió a su amigo, el pintor Ardengo Soffici. Nos los imaginamos a ambos, un tanto bohemios, en Montmartre.

      En septiembre de 1907 se casó (tenía 26 años) con Giacinta Grovagnoli, una campesina de Bulciano (Toscana). Se casó por la iglesia, a pesar de su ateísmo. Allí, en Bulciano (en la alta Valtiberina), rodeado de montañas y prados verdes, pasaba sus vacaciones. Y allí se retiraba, cuando los fracasos, la persecución política o la miseria económica lo asediaban: «¡Cómo amo esta tierra! Amo el claro rostro de septiembre y sus frutos oscuros, pámpanos de vino, olivas de aceite y las castañas que se defienden solas (...), como las mujeres honradas, como los pueblos libres»[13].

      Después de haber residido algún tiempo en Milán con su mujer y con su amigo, Ardengo Soffici, volvió, en 1908, a la Toscana, a Bulciano, donde le nacería su primera hija, Viola. Gioconda, su segunda hija, nació dos años más tarde, en 1910.

      Giovanni Papini vivió las dos guerras mundiales, el tiempo que las precede y el que las sigue. Este no es un detalle menos importante para conocer su trayectoria espiritual. Después de las guerras siempre se inaugura un tiempo nuevo en el que hay lugar para desengaños, en unos casos, e ilusiones en otros.

      En 1908 fundó La Voce; en 1911, con Giovanni Amendola, L’Anima, y en 1913, dejó La Voce e inauguró, con su amigo periodista, Sofici, Lacerba (1913-1915), una nueva revista, que llegó a ser el órgano del futurismo italiano. «Papini animaba a los futuristas, se metía con los futuristas, se declaraba futurista y proclamaba la muerte del futurismo»[14]. Por entonces sacó a la luz, también, Cento pagine di poesia (1915), un libro de prosa lírica, y Stroncature (1916), páginas de crítica literaria. Todavía con Sofici, en 1919, dio a luz La Vraie Italie.

      Sus dos primeros libros, un tanto panfletarios, los calificó de «narraciones metafísicas» y los tituló Il tragico quotidiano (1906) e Il pilota cieco (1907). Para el crítico español Juan Bonilla, antes citado, estas narraciones son el exponente de que, en la Europa de la época, muy pocos podían comparársele en categoría y personalidad. «No es de extrañar que el Papini cuentista arrobara al joven Borges...»[15].

      En 1912 apareció Un uomo finito (Un hombre acabado), íntima confesión intelectual con propósito de la enmienda, a la que, por su importancia, me referiré más abajo. Y de este mismo período abundante datan los relatos recogidos con los títulos Parole e sangue (1912) y la L’altra metà (1912).

      Durante la I Guerra mundial (de la que se libró por problemas de miopía) se reveló, al estilo de D´Anunzzio, como un defensor del espíritu guerrero italiano. Así lo dejó reflejado en sus artículos publicados en Il popolo d’ ltalia.

      En 1918 escribe L´uomo Carducci: una semblanza sobre Giosuè Carducci (1835-1907), que había recibido el Nobel de Literatura doce años antes (en 1906) y que, como ya hiciera antes en Francia Charles Baudelaire (1821-1867) en Las flores del mal, había compuesto un canto al diablo (Himno a Satanás). A Papini también le obsesionaría la figura del diablo y, andando el tiempo, escribiría un libro sobre el Padre del Mal, que le acarreó alguna que otra preocupación. Pero a Papini lo que más le gustaba de Carducci era su amor por la naturaleza, su culto a la razón y sobre todo su entusiasmo por Italia.

      En estos años (1918-1919) Papini dio un giro espiritual, cambió de postura religiosa, se volvió hacia el catolicismo, y, después de su clamorosa conversión, escribió la Storia di Cristo (1921), un libro en el que se revuelve contra el materialismo de su época. Fue un éxito de lectura en el mundo entero[16].

      A su Historia de Cristo siguieron el Dizionario dell’ uomo selvatico (1923), en colaboración con Domenico Giuliotti, y los versos de Pane e vino (1926), la biografía del también converso S. Agustín (Sant´Agostino, 1929), el curioso relato de Gog (1931) y Dante vivo (1933).

      Dante vivo tiene una curiosa historia: obtuvo el premio Florencia, gracias a la benevolencia de Mussolini. Fue el Duce quien le cedió el puesto y el reconocimiento a Papini, puesto que el premio se lo había llevado el propio Mussolini con una Vita di Arnaldo.

      A partir de 1935 Papini se escoró hacia la derecha fascista. Son aquellos los años en que toma posesión de la cátedra de literatura italiana en la Universidad de Bolonia: cátedra que habían ocupado anteriormente Carducci y Pascoli. Así es como nuestro personaje llegó a ser académico de Italia (1937). De su compromiso con la cultura surgirá el Instituto de estudios sobre el Renacimiento.

      Cuando los comunistas asesinaron a Giovanni Gentile (1944), Papini escribió en su Diario:

      «La noticia me ha afectado profundamente. Le había conocido mejor y pude apreciar su espíritu de trabajo, bondad de alma y pasión sincera por las cosas del espíritu y de Italia. Estaba contento de que fuera Gentile presidente de la Academia (...) En política había tomado partido de forma decisiva y clara por el fascismo»[17].

      Durante la II Guerra mundial se mostró partidario de la intervención italiana y de mantener siempre su esfuerzo junto a Alemania. Escribió en 1943: «Soy el único escritor italiano que más de una vez se ha pronunciado claramente a favor de la guerra».

      Recibió, en 1942, la visita del subsecretario de Educación Nacional. Coincidió con él en su visión política. Las derrotas militares italianas no le permitían concentrarse en su tarea literaria. Se enfadaba contra Mussolini, porque no era capaz de defender Roma ante


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