Sociales o salvajes. Javier Aranguren Echevarría
la ‘humilde opinión’ de que en ese tipo de cuestiones es ‘la conciencia de cada uno, o al menos el criterio del magistrado supremo’ (el que hace cabeza, cuius regio eius religio), quien debe resolverlas?
Swift subraya el carácter relativo de todas las posturas. Con planteamiento irónico, da a entender que todo fundamento, convicción o verdad fuerte, deriva hacia el fundamentalismo. Y este lleva a enfrentarse. El autor prefiere, por contra, superar la convicción de la verdad. Es mejor que prime la tolerancia[5]. Sin embargo, su pesimismo en torno a lo humano nos hace suponer que la actitud tolerante es en realidad inalcanzable: siempre se encontrarán motivos para la guerra. Como Gulliver, Swift mira desde la altura que da el uso sin prejuicios de la razón. Ve cómo se enfrentan las naciones. No puede entender que estas no se prodiguen en el diálogo, en aquello que las une (el gusto de comer huevos, la fe en Jesucristo…). No comprende que no se esfuercen en olvidar lo que las separa, cuestiones seguro que en el fondo irrelevantes. Swift desenmascara la ausencia de motivos para la guerra. No se dan cuenta de que convivir solo se hace difícil si se olvida que toda religión, moral o forma de gobierno no es más que ficción. Que lo único real es la necesidad de la paz y de la concordia.
Aunque…, ¿es esto así? Por supuesto, la discusión acerca de por qué parte hay que romper los huevos responde a esta caracterización. ¿Ocurre lo mismo con las cuestiones religiosas? ¿Tienen los hombres la tarea de hacerse una religión a medida? ¿O más bien la de ser custodios de una tradición que han recibido y que deben entender, proponer y evitar que se corrompa? ¿Existe un tesoro real, o ese tesoro lo forman los gustos y deseos individuales de cada fiel?[6]
Una de las grandes discusiones a las que invitó la reforma protestante y la contrarreforma católica fue sobre el canon de los libros que forman la Biblia. Por ejemplo, la Epístola de Santiago contradecía de frente alguna de las principales tesis de Lutero. Si la epístola era palabra de Dios, la tesis de Lutero sobre la fe y las obras quedaba falseada. «Lutero la llamó ‘carta de paja’, frente al oro verdadero del evangelio» que estaría en san Pablo[7]. Sin embargo, aunque él pensaba que se debería eliminar del Nuevo Testamento, la tradición protestante mantuvo en el libro sagrado esa epístola. Eliminarla…, ¿porque era un texto espurio, o porque no convenía para los fines del padre del protestantismo? Lutero, ¿defendía a Dios, o defendía su reforma frente a Dios?
¿Quién decide el canon? ¿Quién decide lo que hay que creer? ¿Cada Iglesia, o Dios? ¿Es la religión una creación de los hombres, o algo recibido de Dios? ¿Es Dios mismo una creación de los hombres? Si Dios existe, no puede revelar algo y su contrario a la vez. Dios no se salta el principio de no-contradicción. De ese modo, o unas Iglesias son verdaderas y otras no, o la religión solo se refiere a gustos personales. Si así fuera, «el valor supremo es en sí fruto de una elección individual, sin que sea relevante lo que se haya elegido»[8]. Lo importante es que cada uno se sienta bien y la defensa del hiperpluralismo. La religión se reduce a un sentimiento capaz de satisfacer los propios intereses. El contenido da igual. «Mi mente es mi Iglesia» (T. Paine), y lo que se cree puede ser «cualquier cosa»[9].
Algo similar a la discusión sobre el canon pasa con los contenidos del dogma. Las respuestas a las preguntas sobre quién es Jesucristo, cuáles son los sacramentos, en qué medida estos sacramentos dan la gracia o son simples rememoraciones de unos hechos enterrados en el pasado, parecen relevantes. Entre 1525 y 1527 al menos siete reformadores evangélicos publicaron veintiocho tratados contradiciendo la doctrina de Lutero sobre la Cena del Señor[10]. Quizá no se trate de discusiones bizantinas. Tal vez reflejen el deseo de escuchar la voz de Dios y, de paso, conocer dónde encontrar la salvación. Puede que esté en juego la cuestión por la verdad. La misma verdad que llevó a tantos a morir durante el imperio romano, cuando les parecía motivo más que suficiente arriesgar la vida para asistir a la misa dominical porque «la Iglesia vive de la Eucaristía»[11]. No mataban, eran muertos. Y morían por respeto a Dios y a lo que Dios había revelado. ¿Fanáticos, o personas ejemplares? ¿Locos, o gente digna de imitar? ¿Empecinados, o fieles?
2. LA PREGUNTA DE NUESTRO ESTUDIO
La necesidad de verdad podríamos encontrarla casi en cualquier asunto. Por ejemplo, en la pregunta sobre por qué viven los seres humanos en sociedad. Imaginemos que lo que da razón de nuestra convivencia es el miedo. Que todos estamos convencidos de que cualquiera es un enemigo al que solo podremos controlar si se le somete a estrecha vigilancia. Supongamos que esa convicción lleva a que cada uno ceda parte de su libertad a cambio de obtener seguridad. Y que para eso se acuerda un pacto social por el que los individuos entregan a la autoridad el monopolio de la violencia. El Estado sería interpretado como el gran Leviatán capaz de poner freno a los deseos egoístas de cada individuo. El Estado tendría como principal tarea echar su aliento amenazante contra las nucas de los temerosos súbditos. El primer capítulo del libro trata sobre la necesidad del miedo en la explicación de Hobbes sobre la razón que nos lleva a vivir en sociedad.
La visión del hombre y de lo social varía si se considera que la sociedad es un artificio que no aporta nada positivo al hombre. Rousseau, y con él una extendida sensibilidad antisistema, denuncia que la entrada del ser humano en lo social solo ha supuesto corrupción. Anhela recuperar los paraísos perdidos, lo que el ser humano era ‘al principio’, la inocencia de la naturaleza. Vivimos en una situación de nostalgia de esa sencillez. Todo lo relacionado con estructuras artificiosas sería falseamiento e inautenticidad. Es el tema del segundo capítulo.
Pero hay más propuestas. Platón considera que la formación de la polis fue para los seres humanos ocasión de diversificar tareas. Especializarse permitió crecer y mejorar. La sociedad dio pie a que el ser humano se alejara de la situación de extrema necesidad. Algunos incluso lograron las condiciones para dedicarse al cultivo de los temas del espíritu. Nacieron los diálogos interpelantes que tenían como objeto la consideración de la verdad, del bien y la belleza. Platón postula un orden jerárquico. En él unos sirven a otros, generando un círculo virtuoso. En la polis ocurre algo análogo a como se ayudan los órganos de un cuerpo: unos ciudadanos son superiores, otros inferiores, pero todos colaboran en el bien de todos y apuntan al gran fin. Este fin no es otro que la salud del conjunto, el bien, que es lo que realmente cuenta. Lo vemos en el tercer capítulo.
La doctrina platónica aspira a la grandeza del conjunto, pero siembra la duda de si es apta para los individuos humanos. Así lo considera su discípulo Aristóteles, descontento con el exceso de orden que pretendía imponer su maestro. ¿Dónde deja Platón espacio para la virtud, para la prudencia de cada ciudadano? También se pregunta Aristóteles por el sentido de la condición social: ¿somos animales políticos? ¿Cómo se combina la naturaleza y la cultura en el animal que habla? Parece que los humanos tienen que vivir en comunidad. Siendo esto algo natural, lo que resulta artificial es el modo como organizan esa comunidad. Razón, palabra, sociedad…, son elementos que apartan a los hombres de la condición de bestia o dios. Y puede ser razonable considerar al estado como la única posibilidad que el ser humano tiene a la mano para alcanzar la vida lograda. La reflexión del cuarto capítulo sigue esa senda.
Sin embargo, la visión de Aristóteles no se dirige a todos los hombres. Se ciñe a los que son ciudadanos en la polis griega. Y estos, según la cultura local, son apenas un puñado de varones: ni mujeres, ni niños, ni esclavos. Además, Aristóteles mantiene cierta tensión entre la colectividad y el individuo. ¿Es el ciudadano una célula de la sociedad?, ¿la parte de un todo? La propuesta cristiana rompe con este discurso, sin renunciar por ello a la idea de existencia en comunidad. Lo hace poniendo como principio de su comprensión del mundo la idea de persona. La persona no es un ser solitario, sino abierto a la relación. Tampoco es un caso de una especie, pues su condición novedosa la hace irrepetible, insustituible, absoluta. El quinto capítulo responde a esta cuestión.
Son cinco doctrinas bien diversas. Todas contienen intuiciones acertadas. Todas han influido en lo que somos y en cómo comprendemos y explicamos lo que somos. Pero en muchos puntos esenciales no son teorías compatibles entre sí. Según cuál de ellas se siga, varía el concepto de ser humano y el sentido de la relación que los seres humanos tienen entre ellos. En filosofía, de los errores se aprende. Con frecuencia los análisis aciertan en sus diagnósticos aunque yerren