Sociales o salvajes. Javier Aranguren Echevarría

Sociales o salvajes - Javier Aranguren Echevarría


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la ‘humilde opinión’ de que en ese tipo de cuestiones es ‘la conciencia de cada uno, o al menos el criterio del magistrado supremo’ (el que hace cabeza, cuius regio eius religio), quien debe resolverlas?

      La necesidad de verdad podríamos encontrarla casi en cualquier asunto. Por ejemplo, en la pregunta sobre por qué viven los seres humanos en sociedad. Imaginemos que lo que da razón de nuestra convivencia es el miedo. Que todos estamos convencidos de que cualquiera es un enemigo al que solo podremos controlar si se le somete a estrecha vigilancia. Supongamos que esa convicción lleva a que cada uno ceda parte de su libertad a cambio de obtener seguridad. Y que para eso se acuerda un pacto social por el que los individuos entregan a la autoridad el monopolio de la violencia. El Estado sería interpretado como el gran Leviatán capaz de poner freno a los deseos egoístas de cada individuo. El Estado tendría como principal tarea echar su aliento amenazante contra las nucas de los temerosos súbditos. El primer capítulo del libro trata sobre la necesidad del miedo en la explicación de Hobbes sobre la razón que nos lleva a vivir en sociedad.

      La visión del hombre y de lo social varía si se considera que la sociedad es un artificio que no aporta nada positivo al hombre. Rousseau, y con él una extendida sensibilidad antisistema, denuncia que la entrada del ser humano en lo social solo ha supuesto corrupción. Anhela recuperar los paraísos perdidos, lo que el ser humano era ‘al principio’, la inocencia de la naturaleza. Vivimos en una situación de nostalgia de esa sencillez. Todo lo relacionado con estructuras artificiosas sería falseamiento e inautenticidad. Es el tema del segundo capítulo.

      Pero hay más propuestas. Platón considera que la formación de la polis fue para los seres humanos ocasión de diversificar tareas. Especializarse permitió crecer y mejorar. La sociedad dio pie a que el ser humano se alejara de la situación de extrema necesidad. Algunos incluso lograron las condiciones para dedicarse al cultivo de los temas del espíritu. Nacieron los diálogos interpelantes que tenían como objeto la consideración de la verdad, del bien y la belleza. Platón postula un orden jerárquico. En él unos sirven a otros, generando un círculo virtuoso. En la polis ocurre algo análogo a como se ayudan los órganos de un cuerpo: unos ciudadanos son superiores, otros inferiores, pero todos colaboran en el bien de todos y apuntan al gran fin. Este fin no es otro que la salud del conjunto, el bien, que es lo que realmente cuenta. Lo vemos en el tercer capítulo.

      La doctrina platónica aspira a la grandeza del conjunto, pero siembra la duda de si es apta para los individuos humanos. Así lo considera su discípulo Aristóteles, descontento con el exceso de orden que pretendía imponer su maestro. ¿Dónde deja Platón espacio para la virtud, para la prudencia de cada ciudadano? También se pregunta Aristóteles por el sentido de la condición social: ¿somos animales políticos? ¿Cómo se combina la naturaleza y la cultura en el animal que habla? Parece que los humanos tienen que vivir en comunidad. Siendo esto algo natural, lo que resulta artificial es el modo como organizan esa comunidad. Razón, palabra, sociedad…, son elementos que apartan a los hombres de la condición de bestia o dios. Y puede ser razonable considerar al estado como la única posibilidad que el ser humano tiene a la mano para alcanzar la vida lograda. La reflexión del cuarto capítulo sigue esa senda.

      Sin embargo, la visión de Aristóteles no se dirige a todos los hombres. Se ciñe a los que son ciudadanos en la polis griega. Y estos, según la cultura local, son apenas un puñado de varones: ni mujeres, ni niños, ni esclavos. Además, Aristóteles mantiene cierta tensión entre la colectividad y el individuo. ¿Es el ciudadano una célula de la sociedad?, ¿la parte de un todo? La propuesta cristiana rompe con este discurso, sin renunciar por ello a la idea de existencia en comunidad. Lo hace poniendo como principio de su comprensión del mundo la idea de persona. La persona no es un ser solitario, sino abierto a la relación. Tampoco es un caso de una especie, pues su condición novedosa la hace irrepetible, insustituible, absoluta. El quinto capítulo responde a esta cuestión.

      Son cinco doctrinas bien diversas. Todas contienen intuiciones acertadas. Todas han influido en lo que somos y en cómo comprendemos y explicamos lo que somos. Pero en muchos puntos esenciales no son teorías compatibles entre sí. Según cuál de ellas se siga, varía el concepto de ser humano y el sentido de la relación que los seres humanos tienen entre ellos. En filosofía, de los errores se aprende. Con frecuencia los análisis aciertan en sus diagnósticos aunque yerren


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