Proyecto Barcelona. Miquel Molina
por paliar los excesos de la revolución tecnológica. O en la cuestión de los desplazamientos masivos de población motivados por conflictos políticos, como el de Afganistán. O en el drama de los refugiados climáticos, ligado a la aceleración del calentamiento global y llamado a marcar la agenda europea de los próximos años. En Barcelona hay un amplio consenso social y político sobre las políticas necesarias para abordar estas cuestiones.
Si una ciudad no acierta a publicitar sus proyectos ilusionantes, es más difícil atraer talento o inversiones. Es decir, no se puede aspirar a tener empleo de calidad y mejora social si no se dispone de una economía atractiva y abierta. Es necesario forzar la máquina de la actividad económica para que la ciudad pueda revertir el elevado coste social de la pandemia y corregir los desequilibrios de todo tipo que esta catástrofe ha provocado. Afrontando para ello dos cuestiones eternamente relegadas: mejorando la fiscalidad para la captación de talento y liquidando la burocracia.
Es probable que todo ello tenga que hacerse sin el apoyo decidido de una Generalitat que puede seguir flirteando con el discurso de que no hay vida sin Estado propio (algo que desmiente la propia historia de Barcelona y la de otras ciudades dinámicas de Catalunya) y de un Gobierno central condicionado por el poder intimidatorio del renacido nacionalismo español, que tiene su cuartel general en el Gobierno de la Comunidad de Madrid.
En cualquier caso, los partidos con opción de gobierno que concurrirán a las municipales del 2023 (ERC, BComú, PSC y Junts) tienen responsabilidades en las tres administraciones principales. Todos están en condiciones de poner de su parte para este relanzamiento. Para conseguir avances, tendrá que descartarse o minimizarse la práctica de esa tendencia al no de entrada que vicia los proyectos antes de que puedan debatirse con calma. Se ha constatado en las polémicas sobre el Hermitage o sobre la ampliación del aeropuerto.
Pero la oportunidad está ahí: el 2023 como arranque de una nueva etapa. En el calendario de los próximos años, Barcelona cuenta ya con algunas bazas de peso, como ser sede de la edición del 2024 de la feria nómada de arte Manifesta o como haber sido designada por la Unesco capital mundial de la arquitectura en el 2026. En resumen, se trataría de actuar como si a Barcelona le hubieran concedido unos juegos en el 2023 y se dispusiera a organizarlos con un enfoque social, igualitario, digital, innovador, ecológico y, por supuesto, metropolitano.
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