El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz
punto es recomendable tenerlo muy presente, tanto para quienes se encuentran en pleno duelo, como para aquellos que deseen “ayudar”. No se trata de “categorías o tipos de duelo”, ni de “tipos de vínculos”, ni de “superar”, ni “rehacer tu vida”, ni de que “tienes a tus hijos o nietos para cuidar”, ni tantas y tantas calificaciones o frases como se nos ocurren al principio, con tal de dar ánimos con la mejor intención del mundo. No hay ánimo posible, es necesario respetar, con el silencio y apoyo incondicional, dejando que aflore el dolor, con todos sus matices, y facilitar que la persona pueda expresar libremente lo que sienta en cada momento, sin que se encuentre con la desagradable situación de verse obligado u obligada a medir sus palabras para evitar ser juzgado, mal interpretado, o hacer sufrir a nadie. Ninguna lógica resulta útil en aquellos momentos salvo un sincero abrazo y un amor incondicional y sumamente respetuoso.
Hay quien deseará compañía, y hay quien buscará refugio en la soledad sin que por ello esté menospreciando a nadie, pero todos hemos de pasar por un proceso muy íntimo, personal, e intransferible, si deseamos salir bien parados. Y te aseguro que no va a ser fácil ni corto.
Aquí es donde va a aparecer otro de los problemas adicionales con los que nos encontraremos. Pasadas unas semanas, quizás meses, muchas de las espaldas donde nos apoyábamos para llorar van a convertirse en muros de incomprensión, llegando, más de una, incluso a mostrarse aparentemente agresivas, debido a la sensación de impotencia que crea el no saber qué hacer frente a alguien a quien se quiere, y anhela ayudar, pero que parece no reaccionar a la velocidad que uno desearía. Pueden pasar meses, e incluso años, hasta que reencontremos nuestro espacio vital. La rapidez o lentitud con la que empecemos a levantar cabeza nada tendrá que ver con nuestra calidad como sujetos, fortaleza, integridad, ni tampoco del amor que sentíamos, y seguimos sintiendo por nuestro ser perdido. Necesitamos sentarnos frente a la vida y volver a encontrarle sentido, tarea muy ardua y seria a la que muy poca gente se ha enfrentado nunca, y para la que no disponemos de ninguna preparación ni herramientas.
Solemos vivir de espaldas al verdadero significado del ser, y la muerte nos pone frente a tal situación que sólo encontrando respuestas válidas vamos a poder rediseñar una nueva vida, ciertamente no deseada en absoluto en estos momentos pero que, con el tiempo, iremos elaborando. Por ello, a la larga, los cambios que se darán van a ser de una calidad extrema, pero vamos a tardar y mucho.
Pero retomemos el hilo y volvamos a situarnos.
Aquel domingo, después de comer, y hablar largo y tendido con mis hijos, los dejé en sus respectivos hogares y regresé para casa. Al llegar era ya de noche y el simple hecho de entrar en el parking se transformó en una dolorosa experiencia. Nunca más íbamos a hacerlo juntos y debía ir acostumbrándome a ello. Aparqué, subí las escaleras observando, sorprendido otra vez, aquella extraña sensación interior de no identificación con nada, y me dispuse a abrir la puerta de casa. El silencio y la fría oscuridad del recibidor provocaron un doloroso nudo en mi garganta, muy difícil de describir en cuatro palabras. Aquello que tenia frente a mis ojos y que había sido nuestro hogar, ahora se me antojaba extraño y sin sentido pero, casi como un autómata, me dirigí al dormitorio sin pensarlo dos veces.
A la mañana siguiente, viendo que mi cabeza iba a estallar, fue cuando tomé una de las decisiones que, a pesar de temer que pudiera ser un error y muy peligroso, más me han ayudado hasta el día de hoy. Como ya he comentado en el capítulo anterior, iba a dedicar unas horas diarias a escribir a mi esposa, a la vez que llevar algo parecido a un “diario personal”. Una especie de amigo silencioso a quien contar cualquier cosa que se me pasara por la cabeza, sin necesidad de evaluar la conveniencia o no de lo que escribiera. Allí volcaría todos mis sentimientos, dudas, temores, desesperación y amor por Marta, dándome permiso para no reprimir nada, ni tan siquiera el llanto, algo extremadamente difícil para mí, por lo menos hasta entonces.
“Hola amor mío,
Poco pensaba que un día este bloc me serviría para esto, pero la vida lo ha decidido así y en estos momentos no tengo otra forma de hablar contigo que no sea escribiéndote.
El viernes te marchaste para siempre…, lo hiciste de la forma más dulce y suave que jamás hubiera podido imaginar, pero yo me he quedado con tantas cosas por decirte amor mío… ¡¡¡tantas…!!!!
¡¡¡¿Por qué?!!! ¿Qué sentido tiene la muerte? ¿Cuándo podré entenderlo? ¿Y porqué c… debo entenderlo? ¿Qué he hecho tan mal como para que la vida me castigue apartándome de ti para siempre? ¿Qué de bueno puede haber en todo esto?
Te prometí que saldría de ésta, quería que te marcharas en paz, pero… ¿qué significa “salir de ésta” si no es a tu lado?, ¿qué hago yo ahora?, ¿cómo lo hago?
Que pataleta te estoy montando, ¿verdad amor?
Donde te encuentras ahora ¿te llega este escrito?, ¿quizás los pensamientos y sentimientos que nacen de mi al hacerlo?, ¿quizás los de todo el día?, ¡¡¡¿quizás NINGUNO?!!! La vida resulta bien curiosa, y más el conseguir entenderla sin un puñetero manual de instrucciones…
¿Qué me gustaría al escribirte? Pues sencillamente hacerte llegar todo lo que siento y he sentido por ti, y contigo. Unos momentos al día destinados a estar a tu lado, sintiendo tu presencia y regalándote mi amor incondicional.
El nudo en la garganta y las lágrimas que a menudo salen, son de añoranza, melancolía, impotencia, amor, agradecimiento, deseo, rabia, miedo, …
Fumo demasiado, ¿verdad?
¿Dónde te encuentras en estos momentos?, ¿verdad que eres feliz como nunca lo habías sido?, ¿no habría alguna manera de que me visitases de vez en cuando?, ¿ni que fuera a través de los sueños…, pero que pudiera recordarlos claramente al despertar?
¿Sabes lo que representa mirar a mí alrededor y saber que, por mucho que te busque, NO ESTAS, NI ESTARAS NUNCA MÁS…?
¿Y qué hago yo ahora, amor?
¿Está en tus manos ayudarme de alguna forma, cielo…? ¿Ni que tan solo fuera dándome un poco de paz interior?
¿He hecho todo lo que estaba en mis manos por ayudarte?, ¿es la muerte una “decisión personal”, por encima de cualquier enfermedad, tratamiento, soporte, ayuda,…, o depende de todo lo que se pueda hacer para luchar contra ella?
¿Era necesario que te sedáramos, amor mío…, o quizás eso fue lo que te mató? Días enteros sin comer, durmiendo y sin poder hacer nada para combatir el sueño que te provocaban… ¿fue esto lo que acabó contigo y la lucha que llevabas?, ¿quizás fue la ayuda que necesitabas para traspasar?
¿Tu Ser interior fue quien mandó en todo momento? Estas dudas me taladran muy profundamente, ¿sabes?, mucho.
Creo que voy a ordenar el comedor, ¿de acuerdo?, por lo menos dispondré de un espacio con un cierto orden.
Regreso enseguida.”
Aunque muy veladamente, aquí ya empezaban a darse una serie de reacciones que, por bien que aparentemente muy suaves, aumentarían en intensidad y virulencia a medida que transcurrirían los días. Al ser una traducción literal, de un manuscrito hecho sin otra intención que la de aprender a soltar lo que llevaba dentro y, por si no fuera poco, en catalán, que es mi lengua materna, ni las formas ni su contenido deben tenerse demasiado en cuenta, no así los detalles que van surgiendo, propios de la primera fase del duelo.
Paso a transcribir las cuatro líneas escritas aquella noche e inmediatamente comentaremos los detalles a considerar.
“Primera noche solo. Muchas imágenes y recuerdos de estos cuatro últimos meses en el hospital. Miro el móvil y ya no tendré que llevármelo a la cama, por si acaso. De inmediato me viene tu voz a la mente, casi irreconocible, llorando, pidiéndome que venga a tu lado. Me levanto a buscar el cenicero y, justo en el suelo, aún hay una maleta. Miro y veo la linterna que ponías en la mesita de noche, para poder controlar la hora, la medicación y tus cosas en el hospital. Imágenes de ti muy debilitada, irreversiblemente deteriorada, y luchando con uñas y dientes, a la vez que llena