Ciudad ocupada. David Peace
lentes-esquirlas, mientras tú te abres paso a manotazos por el viento cargado, mientras te revuelves en medio del aire lleno de fantasmas.
Pero el viento ha muerto y ya no hay aire, los fajos se desploman y las trizas caen. Agarras tus gafas, agarras tus papeles, tu manuscrito; tu manuscrito de
el libro por venir
ese libro que
no vendrá
nunca.
Este libro inacabado de un crimen no resuelto. Este libro del Invierno, este libro del Asesinato, este libro de la Plaga.
Con las hojas en blanco en las manos, con la montura vacía sobre la nariz, ahora ves delante de ti la Puerta Negra, de manera que echas a correr otra vez, por la noche de enero, soplando y jadeando, por las calles de Tokio, resoplando y resollando.
Por fin dejas de correr.
Bajo la Puerta Negra, buscas cobijo. Te pones en cuclillas en sus sombras húmedas. No hay nadie más bajo los tejados de la puerta, solo las yemas-de-la-noche, los pasos-de-la-nieve. Esta puerta que antaño era un tesoro y hoy es casi una ruina; y sin embargo, sigue aquí, tal vez ahora sea un santuario. Esta noche no hay cuervos ni zorros ni maleantes ni prostitutas. Solo la noche y la nieve, sus yemas-heladas y sus sucios-pasos. Tú jadeas, con el abrigo empapado, escupes sangre, con los papeles manchados de rojo. Respiras con dificultad y tienes el vientre hinchado, los ojos inyectados de sangre y la cara inflada.
Pero aquí, bajo esta Puerta Negra, en estas sombras húmedas, te esconderás. Aquí dentro, dentro de aquí.
Aquí te esconderás.
¡Escóndete! ¡Escóndete!
De esta ciudad, sin aliento, de esta ciudad, fuera del tiempo. Esta ciudad maldita, ciudad de disturbios y de terremotos, ciudad de asesinatos políticos y de golpes de Estado, ciudad de bombas y de fuego, ciudad de enfermedad y de hambre, ciudad de derrota y de rendición.
Esta ciudad maldita, ciudad de robos y
ciudad de violaciones y asesinatos,
de asesinatos y de plagas.
Son cosas que tú has presenciado, son cosas que tú has documentado, con esa tinta que has derramado, en esos papeles que has echado a perder. Aquí dentro, aquí
dentro.
«… un juego de cuentos de fantasmas, popularizado durante el periodo Edo. A mediados del siglo XVII cobró forma entre los samuráis como forma lúdica de probar la valentía, pero a principios del siglo XIX ya se había vuelto un entretenimiento común entre la plebe. El juego empieza cuando un grupo de gente se reúne al anochecer a la pálida y azulada luz de un centenar de velas encendidas. A continuación todos se turnan para contar historias de terror sobrenatural, y al final de cada historia se apaga una vela. A medida que la velada avanza y se suceden las historias, la sala va quedando más y más a oscuras, y al apagarse la última vela se hace la oscuridad total. En ese momento se cree que en las tinieblas aparecen espectros o monstruos de verdad, conjurados por las aterradoras narraciones…»
Los manchones-de-sangre, los rastros-de-lágrimas, las cartas sin reclamar y las sentencias de muerte. Levantas la vista de tus papeles, aciertas a ver una escalera, una escalera amplia que sube a un piso superior, un piso superior alejado de la ciudad. Te apresuras a recoger tus papeles, subes corriendo los escalones, seguido escaleras arriba por yemas-de-luz, entre ecos de pasos-leves.
Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos.
En pleno ascenso te detienes, paralizado
en la escalera, escoliado, acuclillado,
sin respirar.
En la cámara del altillo, justo debajo de la techumbre, brilla una luz sobre tu cabeza, aquí dentro de la Puerta Negra,
aquí no estás solo, aquí en-presencia-do…
Subes un poco más, vuelves a pararte, y ahora ves.
En la cámara superior, dentro de un círculo mágico.
Doce velas y doce sombras.
En la Ciudad Ocupada, bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, dentro de ese círculo mágico de doce velas,
ahora estás de rodillas.
De pronto, el destello de un relámpago ilumina el techo de la cámara. Miras, escuchas. Oyes el retumbar de un trueno, la lluvia que cae con fuerza sobre el tejado de la puerta. Escuchas, miras.
A la luz de las velas, ves y ahora oyes una campanilla, sacudida en medio de la habitación; oyes y ves una campanilla y una mano.
La campanilla roja y la mano blanca, el brazo blanco y la manga roja, la túnica roja y la cara blanca de una mujer.
La mujer, la médium, delante de ti.
En el centro del círculo de las velas,
plantada en su desagüe circular.
Ahora una repentina tormenta le agita el pelo y la túnica, porque te acaba de encontrar de nuevo el viento cargado, el viento lleno de fantasmas,
y la médium vuelve a sacudir la campanilla, una y otra vez.
Y a la campanilla se le suma un tambor que retumba despacio,
mientras la médium se pone a danzar, a girar sobre sí misma.
Frenética, la campanilla tintinea y el viento aúlla,
el tambor retumba una y otra vez, sin parar.
Los pies se mueven por la madera astillada,
danza y gira, gira sobre sí misma.
Y de pronto se detiene, como una
estatua, y se le cae la campanilla…
Te mira de golpe y te dice:
«Que empiece el juego de contar historias…».
Y se abalanza hacia ti,
en esta Ciudad Poseída.
La médium cae al suelo delante de ti, a continuación se incorpora hasta sentarse, quieta y tensa, y abre la boca para hablar. Con voz monótona y etérea, la médium habla. Y pronuncia las palabras de los muertos.
—Es por ti que estamos aquí —susurran—. Es por ti, querido nuestro, querido escritor, es por ti…
LA PRIMERA VELA
EL TESTIMONIO DE LAS VÍCTIMAS DEL LLANTO
Es por ti. La ciudad es un ataúd. Bajo la nevada. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducido por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nevada. Al crematorio. A la tierra y al cielo.
En nuestros doce ataúdes baratos de madera.
En estos doce ataúdes baratos de madera estamos. Pero no estamos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera nos agitamos. Ni a oscuras ni a la luz; nos agitamos en el color gris; porque aquí solo hay gris, aquí solo nos agitamos.
En este sitio gris,
que no es un sitio,
nos agitamos, todo el tiempo, a cada minuto.
En este sitio, que no es un sitio, que está entre dos sitios. Los sitios donde estábamos antes y los sitios donde estaremos.
Los muertos que viven,
la muerte en vida.
Entre estos dos sitios, entre estas dos ciudades:
Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, aquí habitamos, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma.
Aquí habitamos, en la tierra, con