Pablo VI, ese gran desconocido. Manuel Robles Freire
abuela Margarita?”. Me quedé sorprendido y todos me miraban. El cardenal dijo: “Ya comprendo, se fue a esperarnos en el cielo”. Luego se apartó de los demás, me preguntó por mis tareas, recordamos viejos tiempos».
El sacerdote del Oratorio de la Paz que siempre influyó en Montini
Giulio Bevilacqua (1881-1965) se ordenó sacerdote a los 27 años. Antes se había doctorado en la Universidad de Lovaina con una tesis sobre la legislación laboral italiana; entró después en el «Oratorio de la paz» de Brescia, atraído por la libertad de espíritu en él dominante. Fue un sacerdote a la altura de su tiempo, y desplegó un apostolado en gran parte anticonformista con una exposición abiertamente radical del Evangelio, siendo un adelantado de la renovación litúrgica. Ejerció sobre Montini una influencia intelectual y espiritual muy fuerte. Más tarde –y según fórmula de Jean Guitton– se derivó de la misma «una relación difícil de describir y extraña en su género: la de una paternidad recíproca». Personalmente Pablo VI calificaba al oratoriano como «maestro incomparable y amigo único». Elegido papa, Montini elevó a la dignidad de cardenal al amigo que había sido su educador en los años mozos y que había sido su consejero durante décadas; eso ocurrió en el consistorio del 22 de febrero de 1965. Y le concedió el privilegio –único hasta la fecha en la historia de la Iglesia– de seguir siendo un párroco sencillo y afable de la parroquia de San Antonio en el extrarradio de Brescia. Y allí murió el párroco-cardenal el 6 de mayo de 1965, a los 85 años de edad. Poco después de la muerte de Juan XXIII, y con vistas al cónclave inminente, Bevilacqua fue interrogado por un periodista acerca de sus impresiones y juicios personales sobre el cardenal Montini. Y el sacerdote le contestó: «Si le hacen papa, sufrirá mucho». Y, una vez elegido papa, el amigo le dio este consejo: «Hablar poco y hacer mucho; escuchar a los demás, pero más aún a ti mismo».
El padre Caresana, otro oratoriano, fue su director espiritual
Paolo Caresana (1882-1973) procedía de la región de Pavía. Siendo un joven vicario conoció la amarga situación de los temporeros en los campos de arroz de la llanura del Po, cuidó de la salud de sus cuerpos y sus almas y provocó la cólera de los padroni, que un día lo arrojaron al lodazal con el viático para un moribundo y con su desvencijada bicicleta.
El joven Montini, poco antes de cumplir los 16 años, participó en unos ejercicios espirituales dirigidos por el padre Caresana, en Sant’Antonio, la casa de los oratorianos en las afueras de Brescia. En una postal, de fecha de 11 de septiembre de 1913, le escribía su padre: «Mi querido Battista... creo que deberías aprovechar esta buena oportunidad y sincerarte con el padre Caresana exponiéndole tus planes de futuro. Ciertamente puede darte un buen consejo, y en cosas de tanta importancia los consejos de hombres sensatos y santos nunca resultan inútiles. Pero te dejo en completa libertad para que actúes como mejor te parezca. Que el Señor te inspire, vele sobre ti y te bendiga». De ese modo el padre Caresana se convirtió en el director espiritual y en el confesor del joven Montini.
Piensa en su posible vocación de religioso
Juan Bautista adolescente madura su vocación religiosa, gracias al padre Caresana, con algunos retiros en Chiari, con los benedictinos y en el eremitorio de San Ginés, en Lecco, con los camaldulenses, en la región del lago Como. Durante toda su vida pensó en la posibilidad de retirarse a un monasterio de vida contemplativa. En una tarjeta postal Montini describía a su madre el régimen de vida monástica que llevaba a la vez que agradecía que sus padres hubiesen hecho posible aquella «estancia maravillosa» en San Ginés.
Trato con los benedictinos
Y aquí entran, finalmente, las repetidas visitas –la primera la hizo siendo todavía estudiante en 1919– que Montini realizó a la cuna de la orden benedictina, Montecassino.
Siendo ya papa, a dicha abadía se dirigió el 24 de octubre de 1964, durante el concilio Vaticano II, para consagrar la basílica reconstruida y para proclamar a san Benito patrón de Europa.
Lecturas del joven Montini en sus años de estudiante
También leyó por entonces el Manifiesto a los soldados y trabajadores de Tolstoi, el Libro de la nación polaca y de sus peregrinaciones de Mickiewicz, Poesía y verdad de Goethe, y advirtió a este respecto que las buenas personas encuentran lo noble y lo superior precisamente en la tensión entre realidad y anhelos ideales. Aunque toda su vida se fijó en los escritos de Blas Pascal y, por supuesto, Georges Bernanos, cuya novela La impostura citará en varias alocuciones hablando de la hipocresía, que no puede camuflarse bajo capa religiosa.
3. Seminarista y sacerdote bresciano
El obispo le permite estudiar como alumno externo en el seminario
Como no andaba bien de salud, el obispo Jacinto Gaccia dijo que estudiara externo. Juan Bautista dedicaba más horas al estudio que en el horario del seminario. Y sus notas durante cuatro cursos de Teología oscilan entre «el nueve y el diez». La categoría del claustro de profesores del Seminario de Brescia está reflejada en un dato curioso: Juan Bautista escuchó las lecciones de cuatro futuros obispos. La Teología dogmática la explicaba Tovini; la Moral, Elchisto Melchiorri, luego obispo de Tortona; y Juan Bautista Bosio, luego arzobispo de Chieti; el Derecho, Domingo Menna, después obispo de Mantua; y Sagrada Escritura, Mario Toccabelli, más tarde obispo de Siena.
Ayuda a su párroco a componer la homilía del domingo
Durante estos cinco años la vida del seminario estaba compuesta de estudio, clases y vida de piedad. En los ratos libres, Juan Bautista ayudaba al párroco de San Juan. En los fines de semana escribía algún artículo para la Voce del Popolo. El párroco le encomendó que atendiera la congregación de los Luises, y Juan Bautista se ocupó a fondo de ella, visitando una por una las familias de los chicos. La inteligencia del improvisado «coadjutor» con su cura llegó a tal externo que el párroco le pidió que redactara las homilías de los domingos, y el bueno del cura se las aprendía de memoria.
Alumno externo del Seminario de Brescia
El candidato al sacerdocio, siempre enfermizo, inició sus estudios filosóficos y teológicos casi a los 19 años de edad en el seminario sacerdotal de Brescia como alumno externo. Siguió, pues, viviendo en la casa paterna, volvió a enfermar y estudió por su cuenta. En una meditación sobre una versión italiana abreviada del poema De profundis de Oscar Wilde, subrayó, por ejemplo, aquel pasaje que dice: «Sufrir es un instante muy largo», anotando al margen: «Los pobres son sabios y están inclinados al amor al prójimo y a la bondad mucho más que nosotros». ¿Era un anuncio de su opción posterior por una Iglesia de la pobreza?
Poco tiempo en el seminario
Así pues, Montini emprendió su camino al sacerdocio casi sin haber hecho apenas vida de seminario. «Mi seminario fue el padre Caresana», diría más tarde. Por motivos de buen orden, y no sin que les faltase en parte razón, el rector y el director espiritual del seminario diocesano de Brescia –que Montini apenas había visitado, y que hoy lleva su nombre como centro de pastoral– desaconsejaron al obispo la ordenación del candidato, sobre todo porque siempre estaba enfermo. «Entonces, lo consagraremos precisamente para el paraíso», decretó el obispo Giacinto Gaggia, que a su vez cursó una dispensa, ya que el candidato no tenía todavía la edad exigida por el Derecho canónico, y lo ordenó sacerdote el 29 de mayo de 1920, domingo de la Santísima Trinidad.
El horario que tenía que seguir en su casa
Su padre ejercía de «superior» y le impuso este horario de estudio:
14.30-16.30: estudio.
16.45: visita al Santísimo en la iglesia.
17.30-18.30: estudio.
19.00: cena y tiempo libre.
22.00: acostarse.
En los tiempos libres podía ejercitarse en tocar el piano.
En estos años (1914-1918), debido a que los jóvenes estaban en el frente de batalla, debido