Pablo VI. José Luis González-Balado
venía apreciando mucho desde largo a Juan XXIII, sin hacer ruido con tal aprecio, como tampoco lo hacía Juan XXIII del aprecio que sentía y tenía hacia él. Un aprecio sincero y recíproco que pudo ser que en algunos despertase celotipias más o menos... contemporáneas, pero que hoy en que ambos están en el cielo habiendo sembrado tan buenos ejemplos, a todos nos conmueve y trueca en estímulo de bien.
Quisiéramos añadir mucho más sobre el tema de las virtudes y méritos del ya Beato Pablo VI, no desvinculado de su relación con un ya Santo Juan XXIII. Pero esto arrancó, y quiere seguir, como simple breve prólogo para un libro pensado para difusión acaso reducida que... no tendríamos inconveniente en que más bien fuese... amplia. Un prólogo alimentado de preferencia por voces de nuestra lengua y de nuestro ámbito geográfico, para un libro sobre un gran Papa Pablo VI ¡culto, humilde y santo!
Nuestro compromiso resulta poco menos que imposible de reflejar, pero para ello pedimos contar con la ayuda de lo Alto y con la buena voluntad –sinceramente agradecida, que pedimos a Dios la premie– de quienes tengan la amabilidad y paciencia de leernos.
Un libro, ya adelantamos y reiteramos, escrito para difusión principalmente en España y para lectores previsiblemente también españoles. Es por eso por lo que le anteponemos un prólogo de testimonios, pocos pero sinceros, de obispos españoles. Habría unos cuantos más, pero consideramos suficientes, por su sincera y reconocida ejemplaridad, los pocos –tres– que se recogen, en representación de muchos más, que en lo sustancial son y serían coincidentes. Son los testimonios de D. Elías Yanes, de Zaragoza; del que lo fue, por algún tiempo, de Ávila, D. Maximino Romero de Lema, y de D. Ramón Torrella, que murió siéndolo emérito de Tarragona... Y parte de una larga entrevista con el Cardenal Tarancón, que mantuvo un trato muy cercano con Pablo VI.
Habla don Elías Yanes, antiguo presidente de la CEE
CEE está, en abreviatura, por Conferencia Episcopal Española. Don Elías Yanes fue uno de sus primeros presidentes. Salvo error sucedió, en dicha presidencia, al Cardenal-Arzobispo de Santiago de Compostela, don Fernando Quiroga y Palacios. (Por aquellos tiempos, los apellidos se solemnizaban con el empalme de la conjunción copulativa y).
Don Elías, como se le llamaba sin necesidad de añadir su simple y único apellido, fue muy estimado por los obispos y también por los que no lo eran. Al tiempo que Presidente de la CEE, fue también Arzobispo de Zaragoza. Y había sido, antes, Obispo auxiliar de don Gabino Díaz Merchán, en la de Oviedo.
Durante su período de presidente de la CEE se celebraron en Madrid (20-21 de mayo de 1994), en la calle Añastro, donde la CEE tenía –y, salvo error, sigue teniendo– su sede, unas jornadas de estudio sobre Pablo VI y España, convocadas por el Istituto Paolo VI de Brescia en colaboración con la UPSA (Pontificia Universidad de Salamanca).
A don Elías le correspondió dar –¡lo hizo con palabras muy amables, como eran siempre las suyas!– una cordial bienvenida. Fueron palabras muy breves, sinceras y cordiales, que todos escuchamos y aplaudimos con gratitud.
Algunas de sus palabras en tal ocasión, ya a considerable distancia, sirven para este prólogo referido al Beato Pablo VI. (La verdad es que Beato ya lo era virtualmente entonces, y también santo, pero todavía no reconocido: un favor que debemos, y... ¡mucho agradecemos! al buen Papa Francisco).
Las palabras de bienvenida de don Elías, en tal circunstancia, fueron las siguientes:
Para la Conferencia Episcopal Española es un motivo de profunda satisfacción ofrecer la modesta hospitalidad de esta sede y de estos servicios de la Conferencia a quienes participan en la reflexión de las presentes Jornadas.
Motivo de especial satisfacción es saber que se trata de un tema de importancia grande para la vida de la Iglesia en España, tema que será tratado con rigor científico, como es habitual en los estudios promovidos por el Istituto Paolo VI.
Se nos ha recordado que no se trata de unas jornadas de exaltación de la figura de Pablo VI sino de estudio riguroso, de aportación de documentos y de testimonios que permitan conocer ese período de la historia de la Iglesia y no perder esa experiencia de la vida de la Iglesia que es reciente pero que a veces por incuria, por falta de atención, podría quedar relegada al olvido en aspectos importantes.
Si se me permite, y acogiéndome al género literario de los testimonios, no puedo menos de expresar mi personal gratitud y reconocimiento por la atención que se presta a la figura de este gran Pontífice.
Puedo aportar una pequeña anécdota que para mí tuvo un gran significado y que pienso que significa cuál fue su actitud en aquella situación conflictiva que se produjo en amplios sectores de la Iglesia en la etapa del Posconcilio.
Yo había sido elegido recientemente Obispo auxiliar de Oviedo y acompañaba al Arzobispo de la diócesis ovetense, Monseñor Gabino Díaz Merchán (era el año 1971 o 72) con motivo de la visita ad limina. Pablo VI nos concedió una audiencia y mi Arzobispo dio cuenta de los problemas pastorales que se planteaban en aquellos momentos en nuestra diócesis, como en muchas otras diócesis españolas. Una situación especialmente difícil, con tensiones intraeclesiales fuertes, un gran desconcierto, dificultades, además, que fácilmente tenían un carácter público porque, con frecuencia, tenían relación con la situación política vigente en aquel momento.
Mi Arzobispo explicó cómo trataba de actuar en tal situación, poniendo énfasis en la paciencia, en el esfuerzo por escuchar a todos, pero al mismo tiempo pidiendo luz: «¿Es esto lo que tenemos que hacer o, como otras personas nos aconsejan, es necesario dar normas, acudir a penas canónicas, tomar una actitud de mayor recurso a la autoridad?». Mi Arzobispo lo preguntaba con sincero deseo de tener luz para orientar su acción pastoral de acuerdo con lo que el Papa pensaba.
Pablo VI nos dio una respuesta que sé que en términos semejantes dio a otros obispos. Comenzó comentando: «¡Cuánto me alegro, cuánto consuelo recibo de saber que los obispos tienen esta línea de conducta como usted me ha explicado!». Y, pensando en voz alta, continuaba como meditando con nosotros: «En otras épocas, ser obispo era un honor: hoy es, ante todo y sobre todo, un servicio». Y añadió esta frase que a mí se me grabó profundamente como una luz, sobre todo para los momentos de tensión y de dificultad que en aquel momento vivíamos: «El obispo tiene que estar siempre dispuesto a tender la mano a aquellos que no lo merecen». Era como una síntesis de su encíclica Ecclesiam suam.
Unas «pinceladas» del Obispo Maximino Romero de Lema
Intentaba uno superar generalidades acerca del Obispo Maximino Romero de Lema y tropezó con una evocación firmada por don Laín Entralgo, el gran presidente de la Real Academia Española:
Cuando, ante una inexorable muerte próxima, volaba de Roma a Santiago con el propósito de despedirse de la vida mortal y ser inhumado en su tierra, ha fallecido Maximino Romero de Lema, sacerdote. Había sido obispo en España, arzobispo en Roma, secretario de la Congregación del Clero, tantas cosas más. Pero yo estoy seguro que al recordarse tras su muerte, él hubiera preferido que se hiciera uniendo a su nombre esta sola palabra: sacerdote... Para ser sacerdote, no para ser obispo, renunció al brillante porvenir que le ofrecía su reciente licenciatura en Derecho y –una entre las «vocaciones tardías» de aquellos años– sintió irrevocablemente la que en él era más profunda y pasó de jurisperito a seminarista, sin duda con el ánimo de llevar a la Iglesia, en la medida de sus fuerzas, el mundo secular de que era parte.
¡Qué bien dice don Pedro Laín lo que... dice! Uno no quería alargarse, pero lo que dice don Pedro Laín es tan digno –¡también de don Maximino!– que no se quiere interrumpir la cita, recordando otras palabras del que fuera director de la RAE:
Durante los años en que tanto por razones estrictamente religiosas como por razones puramente humanas había que salir de aquella alianza poder-altar que los españoles llamamos nacionalcatolicismo, Maximino Romero de Lema, a quien Pablo VI quiso y no pudo nombrar arzobispo de Santiago de Compostela, en esa empresa colaboró silenciosamente. Como, no silenciosamente, de manera tan eficaz lo hizo el Cardenal Tarancón. Ciertamente se ha dicho de él que fue liberal frente a los integristas, moderado frente