En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
y esta fue Teleloquilandia (diciembre de 1969), dirigida y escrita por Felipe Sanguinetti y con un cast limitado a los pocos talentos no enrolados por El tornillo o jalados de aquél: Achicoria, Guillermo Rossini, que impuso a su chola travestida Eduviges, y el Loco Ureta, entre ellos. Pero este esfuerzo de los miércoles del 4 no estaba destinado a competir con el imbatible El tornillo dominical sino con el fugaz Los tintilocos, con libretos del mexicano Enrique Manuel Puente. Sanguinetti se reivindicará con el futuro Estrafalario del 7.
La verdadera vuelta de tuerca del humor, con una afinada organización del trabajo que empezaba en los libretos fraguados localmente o comprados en la Argentina, la disciplina de equipo y la urgente creación de rutinas y personajes, se concibió durante 1967 en las oficinas de Alberto Terry, y se estrenó el domingo 18 de febrero de 1968. El tornillo nació con ansia de sintonía masiva, producido por Alberto Alexander y dirigido por el hispano-mexicano Manolo Calvo. Carlos Barrios Porras, Moisés Chiok, Alfredo Yong, Alfonso Maquilón y el músico Pepe Morelli (también actor), oficiaron detrás de las cámaras en las distintas temporadas hasta la final de 1975. Mario Cavagnaro compuso la Canción del tornillo. Pantuflas ingresó a las pocas semanas para actuar, adaptar libretos y disciplinar al expandido y expansivo cast: Antonio Salim, Ricardo Tosso, Camucha Negrete, Álex Valle, Juanacha, Hugo Muñoz de Baratta, Jorge Montoro, Luis Cabrera, Leonidas Carbajal, María Isabel Chiri, Carlos Chávez, Justo Espinoza “Petipán”, Ricardo Fernández, Jorge García Calderón, Consuelo García, Jesús Morales, Javier Martín, Edmundo Monteza, Damián Sosa (falleció en 1969), Benjamín Arce, Álvaro González, Esmeralda Checa, Nella Lavini, Blanca Rowlands (falleció en 1970), Luis La Roca, Fernando Farrés, Néstor Quintero, Sonia La Rosa, Carmen Guida, Ana María Miranda, “Pucho” Fernández, hijo de “Trespatines”, que compareció en la temporada que su padre y su hermano “Polo” pasaron en el 5, y Anita Sarabia, que bailaba el emblemático charlestón que dio a El tornillo una vuelta de abstracción universal y lo afilió a la tradición de la comedia muda hollywoodense. Los Delgado y Terry habían pedido a Pantuflas evitar el localismo, pues el éxito en canal 11 de Puerto Rico y las exportaciones al mercado latino en Estados Unidos, a El Salvador, Panamá, Ecuador y Chile, así lo aconsejaban.31
En un comienzo los sketchs fueron independientes entre sí y respecto de los actores, estos aparecían con el vestuario pintado sobre una suerte de uniformes blancos, ante telones variopintos. Pero pronto, universales o localistas, urgieron rutinas y personajes:
En esta continua búsqueda, la utilización del personaje como motivo y centro del humor, se convierte en fórmula de nuestros libretos. Sin desechar el chiste dicho, se crea el personaje. Se le da un rostro, una actitud. Se busca su debilidad, se ambienta su desenvolvimiento argumental y, por supuesto, se le funde íntimamente a su intérprete.32
Así nacieron Don Tacañete, Don Pésimo y el intolerante de Álex Valle que bramaba “¡¡¡¿quéeee coooosa... a los hoooombres?!!!”, después de haber dicho, en explosivo contraste, “todo sea por la santa paciencia”. Hugo Muñoz de Baratta fue Moncherí, petimetre coronado por sombrero anacrónico y varios anteojos superpuestos (buen “tag”), pródigo en espasmos como el “ñaca ñaca” adaptado del “ño...ño...ño” del Curly de Los tres chiflados, el “echochí” que heredó de su hermano Daniel y el abuso de epéntesis (letras agregadas a las palabras, por ejemplo, “perefecto” en lugar de “perfecto”). Mientras el redundante “mi querido Moncherí” tenía su gran rutina con Camucha Negrete, “la Morocha”, rematada en un tango tras una intriga de bacanes porteños; Jorge Montoro desarrollaba su poeta hippie, que era una lectura, muy personal y acorde con su carácter de ermitaño, de un idealismo acuariano demasiado parecido a la chifladura de cualquier loco limeño. Lo singular del hippie de Montoro es que no era ni afeminado ni extranjerizante, dos rasgos caricaturales con los que el humor populista solía reaccionar ante la moda, sino un feliz y mugroso enajenado que deshojando margaritas al suave ritmo de los versos “aaaagua pa ti, aaaagua pa mí” se mofaba a la vez de la poesía culta y del humor televisivo inculto. En medio de su indolencia y su misantropía el poeta hippie parecía tocado por una gracia peculiar.
Luis La Roca ingresó a El tornillo para encarnar al primer gay estable del humor. “Mesié” Canesú era un sastre franchute amanerado, que exclamaba a su modelo Camucha “Camiush” Negrete una frase que quedó para siempre: “Muestra el detalle, querida”, ocasión para las exhibiciones sexistas que fueron pasto del humor a partir de los ochenta. Ricardo Fernández y el también músico Pepe Morelli ejecutaban las rutinas candelejonas de Franz y Schultz mientras Jesús Morales, como Doña Mariquita, en un sketch parsimonioso pero que cogía con mayor eficacia y naturalidad que ninguno el afán arribista y la trivialidad en la que nadaba la clase media (aunque comprado en Argentina a los Guille), exageraba los progresos de su retardada niña. “Fíjese que hay gente que necesita babero” decía a un estoico Salim.
El director Pantuflas se reservó un par de personajes de raigambre porteña. Había pasado unas temporadas en Buenos Aires —participó en el largometraje La chacota— y de ahí trajo dos ideas: la del cantante de tangos Amadeo que nunca puede acabar su performance porque lo invade el llanto, y la de Camilo Merengue —el apellido aludiendo al dulce, como que así era su temperamento— que voceaba las primeras sílabas de los diarios populares. “¡La Cro(nica), la Pre(nsa), el Co(rreo), (Última)Hooooraaaa!”.33 El original, interpretado por el cómico Semillita, había sido escrito por “Guille” (Guillermo Ubierna) y su colega “Golo”.34
Estos y otros tantos personajes y sketchs, además de abruptos pantallazos llamados “tornillitos”, animaron las temporadas que permitió el reformismo televisivo hasta 1975, cuando Telecentro partió El tornillo en dos mitades —La matraca para el 5, dirigido por Carlos Velásquez, y La cosquilla para el 4, dirigido por Pantuflas— que pronto desaparecieron. Algunas ideas de sus mejores temporadas serán revividas por Risas y salsa desde 1980. A expensas de su top dominical el 5 había fundado La tuerca (setiembre de 1972), dirigido este último por Carlos Velásquez y con un cast reilón al que se sumaba la teatrera Lola Vilar. Tardíamente, en 1977, se le dio a Hugo Muñoz de Baratta la alternativa del espacio propio con Epicentro médico en 1977, estirando sketchs de doctores mañosos y enfermeras piernonas en un hospital de pacotilla. Pantuflas tendrá un efímero Risas y canciones en 1979 en canal 4. Los humores de emergencia, así como los folletines lacrimógenos, no encajaban en los verdes parámetros de Telecentro.
Canal 5: La fábrica se organiza
La apuesta de los hermanos Delgado Parker por el folletín enlatado fue el eje de su buena suerte. Por ella renovaron su tecnología de video y adquirieron la del teleprompter; consiguieron audiencia fija en las largas horas que anteceden al prime-time; y, notoriamente, por ella lograron invertir el sentido del flujo de enlatados. Ahora, ellos los harían, los empaquetarían y los colocarían en medio continente. Antes del boom de Simplemente María, el 5 vendió varias novelas a México y Centroamérica y estableció en 1968 un contrato de programación por ocho meses con Rafael Pérez Perry, magnate de la televisión portorriqueña, para ocupar cuatro horas de antena en el canal 11 de San Juan. Mucho del Perú se vio en San Juan y algo hecho por allá se llegó a ver en el Perú. Después del boom, el flujo se redobló, colocando temporadas enteras de El tornillo en una decena de países, y ya en plena agonía exportadora, cuando la dictadura velasquista tenía lista la guillotina de la ley de telecomunicaciones, el roce internacional del 5 dio pie a un par de joint-ventures creativas: las novelas Nino y Los hermanos Coraje, una ejecutada en Buenos Aires y la otra en México, pero ambas con argumento comprado por los Delgado Parker en Brasil, donde se vivía un boom interno que demoraría muchos más años que el peruano en brincar sus fronteras.
El mercado nacional no se alimentaba de novelas; urgía de comedia y música, local y extranjera; de concursos, noticias y deportes. Cada ítem fue atendido por Panamericana y en especial el rubro que aún hoy domina el ranking de la televisión peruana, el humor en sketchs. El tornillo traza una línea recta, periódicamente