De Samor y otros lugares cursis. Rafael Medina
A Frida Natalia,
para que los inevitables tránsitos en estas tierras
sean breves y poco dolorosos
Julia es neurótica
y que dizque yo soy su remedio
No hay mejor psiquiatra que una buena verga
Fernando Vallejo
Que yo era la solución de Julia, que yo, ningún otro más que yo mero, el Mudo. Y fue el Trompo, o el Puerco, uno de los dos carnales salió con eso. Y desde ahí la carreta, el insistir gacho de los compas. Y fue el día de las madres, este último, afuera de la casa de Rosa, cómo se me va a olvidar. Estabamos toda la banda hasta la madre, bien pedos, bien mariguanos. Luego luego salió: que la Julia no nos quería afuera de su casa, que la Julia nos echaba a los cuicos, que Julia estaba cada vez más loca. Todo eso decían. Sin contar, a güevo, las porras a las jefecitas, los vivas que les aventamos cada 10 de mayo después de las dizque serenatas, de ponernos bien puercos. Todos se preguntaban qué hacer con Julia, para que se calmara, para que ya no la hiciera tanto de pedo, que nos dejara estar en nuestra esquina. Le falta que se la chinguen. Que le den pa´dentro, pa´sus chicles. La estrenada, la estrenada a la ruca. Decían unos y otros. Y el Puerco, o el Trompo, nomás no me acuerdo quien, dijo que yo, que yo mero era el bueno. Porque yo también estaba sin estrenar, porque era quinto, nomás por eso el Mudo tenía la misión de calmar a la Julia.
La cosa es que todos dicen que Julia está bien gacha, que por eso está sola, que por eso nadie se la había querido aventar. Que por federal está sola, viviendo en la casota de la esquina, donde desde morros nos juntamos. Que por agria se le fueron muriendo los familiares, que prefieren estar muertos a aguantar el humor de Julia, sus corajes, sus gritos. Tantas cosas dicen de Julia que es difícil no pensar en ella. Verla con calma, examinarla pues, para ver si es cierto tanta cosa que dicen. Y la pura verdad que no, que gacha gacha no está. Eso es lo que pienso y nomás no lo digo. Ya me imagino a Juancho y a toda la perrada sobre mis huesos si se me sale decir que la Julia no está tan tirada a la calle como ellos dicen. Vieja no está, tendrá unos treinta, treinta y cinco años mal llevados. Gordísima tampoco, llenita pero medio encuerpada, gordibuena, diría yo con ánimos de echarle porras. De que viste gacho eso que ni qué. Esas faldas y vestidos de a tiro rancheros nomás no le ayudan. Las chanclas mugrosas de siempre, menos. Su pelo es bonito, se lo cuida, güero, largo, bien tratado. Y su sonrisa, que nomás yo conozco, es lo más chido que tiene. Ojalá se la enseñara a todos, quién sabe hasta cambien de opinión. Pero pienso, no digo nada, menos cuando estoy con los compas. Que ellos tiren carrilla, yo me callo.
Yo soy un bato calmado, bien tranquilo. No me late hablar, nomás pienso, nomás oigo. Y me junto y agarro desmadre con los compas, pero a mi modo. Que si me tiran por eso o por lo otro pues está bien. Ahí estoy con ellos, me aguanto, al cabo que al rato apuntan para otro lado. Y también me río, de la carrilla que me echan a mí, a los otros. Yo nunca echo, nomás la pienso, se me ocurren cosas y más me río. De la carrilla que tiro en la mema. Por eso me pegan a veces los ataques de risa. Y ya se trabó este güey otra vez, dicen. Y la pamba, el agua, otra caguama, otro llegue a la yerba, para destrabarme pues. Dicen que estoy medio lurias, pero hasta ahí, me la paso chido en la calle. Que estudiar, nel. Que trabajar, menos. A mí gusta pensar, estar con ellos, nada más. Para eso tengo todavía a mis jefes, mis carnales chambeadores, ya después, que Dios disponga.
De un tiempo para acá la única bronca que tenemos es Julia. Que ya nomás no nos deja juntarnos afuera de su casa. El lugar que era tan de nosotros desde morros. Nomás porque ya no tiene con quien pelear, porque ya se le murió su jefa que era la única que le quedaba. Por eso dicen que sale hecha una fiera a gritarnos vagos, güevones, parásitos, delincuentes y no sé qué otras cosas más. Yo no digo nada, medio me escondo. El Trompo le avienta besos. Juancho se le hinca y dizque le pide perdón. Otros se ríen, la arremedan, gritan como ella. La hacen enojar mucho. Por eso nos avienta agua, o ya de a tiro le habla a la tira. A mí sabe qué me da, no creo que sea para tanto. Podemos irnos a otro lado y punto, para qué cucarla, insistir en ese desmadre. Pienso y más pienso y digo que está mal. Sobre todo eso de rayarle su pared y ponerle vieja loca, histérica, neurótica. Nel, nomás no me pasa. Por eso me la empecé a creer que a lo mejor de neta yo podía ser su solución. Al cabo no está tan gacha la ruca, como dicen los otros güeyes.
Y así fue como me le empecé a acercar. Dizque fui a pedirle disculpas en nombre de toda la banda. Y la Julia bien sorprendida, apantallada de que el Mudo fuera tan educadito. ¿Entonces no eres mudo? Me dijo con algo que ya tenía finta de sonrisa. Y yo en mi papel, No señorita Julia, no soy mudo, así me dicen nomás, porque casi no hablo. Es que me gusta más pensar. Y órale, la ruca se aventó una sonrisa de a deveras. Y pensé, chale sí sonríe chido, no está tan peor la ruca. La banda estaba que no se la acababa, no se la creían cuando les conté. Pero felices decidieron seguir el cotorreo. Prometieron ya no cucarla, ya no pararse en su esquina a hacer desmadre ni nada. Mejor juntarnos con la Rosa. O en la tienda de la vuelta. Chingón mi Mudo, toda suya, me dijo el Puerco. Sí, fue el puerco el que me dijo así, me acuerdo muy bien.
Y todo fue cazarla, estar al pendiente cuando saliera a la tienda, a tirar la basura. ¿Quiere que le ayude señorita Julia? Primero que no, luego que quién sabe y después que zas, ya estás peinado pa´trás. Qué bonita casa señorita Julia y ella dejándome entrar. Siéntate Mudito, déjame platicarte, me decía ella cada vez más alivianada, más quitada de la pena. Y yo con mucho cuidado de no hacerla enojar, de no regarla. Pero cómo la iba a regar si nomás la dejaba hablar y hablar, y ella encantada de que alguien por fin la escuchara. Dios bendito que gracias a ti se acomodó la bola de vagos, de que ya no me molesten, que vengas a platicar conmigo Mudito. Y yo escuchando, pensando en todo lo que me decía y en lo que no. Pensar en lo chingón que sería brincarle en ese momento, quitarle sus pinches garras feas y empezar a morder y a besar ese cuerpo que a todos se les hace madreado. Y a mí no tanto. Arrancarle de cuajo todo su mal humor, sus gritos de loca, escarbándole en sus adentros hasta encontrar la raíz de sus broncas. Pero nomás lo pienso, porque ella no dejaba de hablar. Me decía que era neurótica, que había encontrado un grupo de autoayuda, pero que no, que niguas, que yo mero el que de a devis la alivianaba. Y chido, ahí nos vemos Julia, porque ya nomás le decía Julia, ya lo de señorita se le empezaba a borrar.
Pero a los compas era a los que se les estaban quemando las habas. Que apúrele Mudo, que a lo que te truje, que ya era el momento de tronarle el ejote a la neuras esa. Y yo nomás movía la cabeza diciendo que sí, que ya mero, que no tardaba mucho el asunto. Pero la neta pensaba, que es lo que de neta me gusta, que aunque no está tan peor la Julia, me la pasaba mejor así como le llevaba: escuchándola. Así yo no hablaba y me dejaba pensar a mis anchas. Al cabo que ella ya se estaba componiendo. Si vieran la felicidad y la sonrisota que me ponía en cuanto me veía llegar a su cantón. Ya cuándo oían sus gritos, sus choros en la calle. Yo era su solución y lo demostraba, pa´qué chingados tenía que buscarle de ese modo, si a fin de cuentas en mis pensamientos le hacía hasta lo que no, nomás de verla, de oír tantas cosas que me decía y que nunca me acordaba bien después, porque en mis piensos la ponía de un modo y de otro para terminarla de alivianar.
Y ahora la neta pienso que me la pasaba muy chido con la Julia, la felicidad de la ruca se estaba haciendo mi felicidad. Así aunque se escuche cursilón, de rola. Era la pura verdad, honda como la verdad de todos aquellos que les gusta pensar tanto como a mí. Pero gacho cadáver. No todo dura, menos la felicidad. Y si se terminó todo no fue por mí, sino por Julia, la loca, la neurótica, la quinta, la despechada, la despreciada. Ella estaba bien contenta conmigo y cada vez quería más. Le dio por querer pasión, candela, carne pues. Un día, de repente, de estar hable y hable, como siempre, ella fue la que me brincó. A besarme destrampada, calurienta. Que quería tocho con miguelito. Y yo la neta bien sacado de onda, sin saber qué pedo en una situación como esa. Y que me desabrocha el pantalón. Y sus trapos feos volaron. Y ella una loca encuerada. Trepada ahora sí que en su macho. Y yo nomás pensando