Europa soy yo. Anna Bosch
estar dotado de una mente clara, ser rápido a la vez que detallista en la lectura y, después de comprender esos pesados contenidos, ser capaz de sintetizar lo esencial para el público y transmitirlo con un lenguaje claro, que no simple. De manera comprensible para el lector medio. Ni demasiado básico para el iniciado, ni demasiado enrevesado para el neófito. Y Pablo lo logra. Tiene muchísimo mérito. Por eso lo sigo y admiro.
Escribo esta presentación sin haber tenido prácticamente trato personal con Pablo, pero sé que es un tipo culto, serio y miope, y eso indefectiblemente aboca a la duda de si estamos ante un tímido o un estirado. Son dudas que se despejan con el roce o consultando a quienes tratan con él, como los otros corresponsales o excorresponsales en Bruselas. Investigación que he llevado a cabo con un resultado de consenso: Pablo está en el grupo de los tímidos.
Seguro que es algo rarito. Me explico. En el mundo de las corresponsalías hay destinos que tienen muchos/as novios/as. Nueva York y París cuentan con la lista de espera más larga, la de los aspirantes menos aguerridos, y Jerusalén y Oriente Medio, la de los más atraídos por el conflicto. Algunas raritas preferimos Washington a Nueva York. No hay mucha demanda para Extremo Oriente y África porque apenas hay oferta. Poquísimos medios tienen delegados o freelancers. A lo que vamos: ¿adivinan cuál es uno de los destinos que casi nadie pide? ¡Bingo! Bruselas. Una corresponsalía de mucha moqueta, mucho traje y poco reportaje. En una ciudad que, aunque sea mentira, tiene fama de aburrida. Y de mal tiempo; bueno, eso es cierto. Según Pablo, también, de malos desayunos. A pesar de todo eso, hay quien va y logra que el lector o el espectador siga su información como algo interesante e incluso apasionante. Pablo R. Suanzes es uno de ellos. Y encima le pone humor.
Suanzes es corresponsal de El Mundo en Bruselas desde 2014. Los ocho años anteriores se los pasó informando de economía, otro de sus fuertes, que lo ha preparado, sin duda, para vérselas con las crisis, negociaciones e informes de la UE. Pablo llegó al periodismo después de haberse sumergido académicamente en la historia, la sociología y las relaciones internacionales, lo cual demuestra tal vez despiste, pero, sobre todo, una gran curiosidad por conocer. La experiencia me ha demostrado que es ese tipo de periodista con hambre caleidoscópica, de abanico amplio, el que más me interesa y de quien más aprendo. Dato curioso, de esos que nos piden a los periodistas en las entrevistas: en su expediente académico hay un sobresaliente que, valga la redundancia, sobresale. Porque se lo puso un tocayo suyo apellidado Iglesias y que anda metido en política.
La avidez intelectual de Suanzes no se agota en sus estudios académicos: es un lector voraz de literatura de ficción, no solo de ensayos, y comparte sus lecturas, literarias y de prensa, en un blog que alimenta meticulosamente, y en el que deja muestra de que, a pesar de sus conocimientos sobre historia, política internacional, economía y literatura, es modesto: el contenido de la sección «Sobre mí» es minimalista.
Esperen, que hay más: si le llaman de una tele o de una radio, acude. Si un colega le traslada una duda, tiene la generosidad de compartir su conocimiento. Y más. No solo escribe sobre la UE, también escribe crónicas costumbristas de cosas belgas. Y el escándalo sigue. También encuentra un hueco en su vida para esta iniciativa encomiable que es Revista 5W. Es un empollón, currante y believer.
Llegados a este punto una se dice: no duerme, es un workaholic y una rata de biblioteca fofa. ¡Pero no! Resulta que juega a fútbol y ajedrez y que tiene un nivel profesional jugando a… ¡los bolos! Talento físico y mental. Bueno, entonces debe de ser de los que no salen por ahí con amigos o colegas, se queda encerrado en casa leyendo y escribiendo, y sobrevive a base de bocadillos o precocinados. Pues no. Según mis indagaciones, es un lujo de amigo. Se le da bien la cocina e incluso, si montas una fiesta feminista para el 8 de marzo, se te presenta con tartas y bizcochos hechos por él. Y se va, que es una fiesta de mujeres.
Pablo, vuelvo al principio: ¿cómo lo haces? A ver si el truco va a estar en que eres abstemio… Una palabra que se carga toda la mística del periodismo que varias generaciones hemos recibido. Si a mí no beber cerveza me complica la vida social en Madrid a veces, ni me puedo imaginar lo de Pablo ¡en Bélgica!
Como decía al principio, apenas he compartido con Pablo un hola y adiós en Bruselas. Agus Morales ha sido el introductor de embajadores de esta conversación y se lo agradezco enormemente. Por el encuentro y por acercarme a 5W, uno de esos proyectos que demuestran que hay periodistas que siguen creyendo en la profesión cuando algunas, a veces, sentimos desfallecer esa fe. Gracias.
Agus nos presentó como dos apasionados por Europa, pero no sé si sabe que dentro de Europa hay otra pasión que compartimos Pablo y yo: Italia. A pesar de Italia. Él se educó en el Liceo Italiano de Madrid, yo soy autodidacta por la vía de los afectos, y estoy con él en que no se puede tolerar que alguien pronuncie mal pizza. Qué Fundéu ni qué nada: pizza es piZZa.
Non vedevo l’ora di quest’incontro.
P. S.: ¡Ha sido un verdadero placer!
Anna Bosch
Pablo R. Suanzes sobre Anna Bosch
Si para calibrar el carácter y la personalidad de un periodista usáramos como indicador el número de veces que le ha colgado el teléfono a sus jefes durante una discusión encendida sobre la relevancia de una noticia, o al revés, cuántas veces esos jefes han zanjado la conversación con furia e impotencia por la terquedad del interlocutor, Anna Bosch ocuparía un lugar muy destacado en el ranking histórico de los corresponsales españoles.
Si le preguntan a ella les dirá que tiene una merecidísima fama de borde e intratable. Pero si le preguntan a sus compañeros, los que han compartido banco, equipo, micrófono o destino desde hace décadas, los adjetivos que usan son otros. Profesional, entregada, dedicada, cuidadosa, comprometida, curiosa, incansable. En el mundo en que vivimos, la ambigüedad, la equidistancia, la neutralidad o indiferencia ante la mentira, el abuso, la injerencia política o la falta de rigor es cualquier cosa salvo una virtud. El silencio es a menudo la vía más cómoda e incluso la única para la supervivencia. Por eso voces propias y potentes como la suya se han convertido en imprescindibles para mantener la esperanza.
Anna ha explicado el mundo y la actualidad desde Moscú, Washington o Londres como corresponsal para TVE y desde cientos de otros lugares como enviada especial. Estando donde hay que estar, pero sin buscar la gloria personal en cada paso. Ella sabe que para traducir lo que ocurre en lugares lejanos a espectadores no especializados hace falta un trabajo previo ingente e invisible. De documentación y contextualización. Hay que conocer el idioma, el país, la sociedad. Estar listo para cuando llegue lo imprevisto y poder reaccionar en minutos. Por eso aprendió todo lo que pudo de fútbol para contar las novedades de la Premier League cuando sus equipos se llenaron de jugadores y entrenadores españoles. Aprendió de arte para cualquier exposición que se abriera en la Tate. O de nacionalismo e imperialismo para entender y explicar lo que ocurría en Chechenia.
La han visto con una máscara de gas en medio de una manifestación en Estambul y en la frontera de las dos Irlandas para hacer visible, de forma casi dolorosa, las consecuencias del brexit. O en una mezquita perdida en medio del Brabante flamenco, donde la conocí una tarde de agosto hace unos años, tratando de averiguar algún detalle que aportara claridad al perfil de un misterioso imán implicado en los atentados de Barcelona.
En el imposible mundo de la televisión, donde tienes que contar en veinte segundos lo que otros pueden desarrollar en 2.000 palabras, se ha convertido en una institución, una referencia. Ella es el ejemplo que usan sus colegas por la habilidad que tiene para combinar el dominio de la técnica y la pedagogía. Entre saber y no aburrir, entre la preparación teórica y la entrega absoluta sobre el terreno. Millones de españoles la reconocen y tienen un vínculo como el que hace medio siglo se tenía con unos pocos rostros de intachables credenciales. Y eso, que se puede perder en un minuto, solo se logra tras lustros de esfuerzos.
Anna dice que salió afrancesada de fábrica, que ella sola se italianizó y que luego se empapó de