La liturgia, casa de la ternura de Dios. José Rivera Ramírez

La liturgia, casa de la ternura de Dios - José Rivera Ramírez


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su misericordia y perdón ante el misterio del pecado de los hombres, su ternura insobornable al redoblar continuamente sus ofrecimientos, su acción incansable en la historia.

      La fuente de la vida en la liturgia es el Padre, dador de todo don, porque es la fuente de la vida trinitaria misma, en cuyo seno se inserta la liturgia misma.

      b) La acción redentora de Cristo:

      Cristo, que está viniendo continuamente, actúa siempre en su Iglesia por laliturgia. Él es el sumo y eterno sacerdote, presente en toda acción sacerdotal. Y actúa eficazmente, porque él es quien nos salva, redime, eleva, diviniza…

      Dejamos que Cristo actúe en nosotros para que nos introduzca en sus misterios: encarnación, nacimiento, vida oculta, muerte y resurrección, glorificación…

      Así vamos creciendo en el conocimiento sabroso, amoroso, confiado, eficaz que Cristo nos tiene a cada uno y cuyo origen es el amor eterno del Padre al Hijo y a nosotros en él. Cristo nos da a conocer y a participar en la liturgia de todo este misterio.

      Por eso la liturgia no es mero recuerdo, sino realización, acto real de Cristo sacerdote. Y nosotros podemos «reaccionar» a su acción, en la medida en que nos dejamos mover por el Espíritu Santo.

      c) Acción santificadora del Espíritu Santo:

      El Espíritu de Cristo, que es santo y vivificador, santifica a la Iglesia, esposa de Cristo, especialmente en la liturgia y siempre en conexión con ella.

      Es en la liturgia donde el Espíritu Santo nos es dado abundantemente, como comunicado por el Padre y el Hijo.

      El Espíritu Santo nos dispone, nos abre a recibir todo lo que el Padre y Cristo nos quieran dar. Nos impulsa continuamente a contemplar a Cristo y a amarle, y en él al Padre. Él trabaja incesantemente en nosotros la purificación de nuestros pecados, la perfección de nuestra santificación.

      Este impulso remata siempre en vida de adoración y glorificación, que vienen de arriba, de la liturgia celestial.

      d) En la Iglesia:

      La liturgia es obra santificadora de las personas divinas en la madre Iglesia. Porque «solo» en la Iglesia actúan y se revelan y comunican las personas divinas. Dios Padre convoca a su Iglesia en atención a Cristo, para entregarla a su Hijo, como regalo de bodas. Cristo es principio de vida para cada hombre, en la medida en que está integrado en la Iglesia que es su cuerpo. Y en el seno de la Iglesia, como en el seno de María, el Espíritu Santo quiere «formarnos», darnos forma a nosotros que somos «informes»; nos forma formando a la Iglesia, unificándola, purificándola, asistiendo a la jerarquía, también en las realizaciones litúrgicas y asistiendo también a los fieles para que reciban lo que por la jerarquía les es dado. «De este modo la Iglesia aparece ante el mundo unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de la infinita sabiduría del Padre» (Prefacio dominical).

      Por todo esto hemos de crecer en la conciencia y en la actitud de recibir en la Iglesia, sobre todo y especialmente en la liturgia.

      Todo esto se nos comunica en la sabia trabazón de tiempos y fiestas, domingos y días de feria, celebraciones de María y de los santos.

      También es eficaz la liturgia en la palabras —sobre todo la palabra de Dios proclamada— y en todos los signos y gestos litúrgicos. En todos ellos, hasta los más simples que estructuran y embellecen la liturgia, las personas divinas se nos quieren comunicar eficazmente.

      De ahí la importancia de calar su sentido, de profundizar su significado, de penetrar la riqueza de su contenido, de «traducir» (normalmente se suele traducir para entender y saborear mejor una cosa) tanta gracia que Dios nos regala en la liturgia.

      3.- Nuestra postura ante la liturgia

      Ya hemos recordado algunas posturas. Señalamos ahora ordenadamente otras.

      a) Visión de fe:

      El año litúrgico, sus tiempos y celebraciones, miran sobre todo a acrecentar nuestro conocimiento de las personas divinas, como ellas son. En definitiva, en esto consiste la vida. Conocimiento de sus atributos, de sus cualidades, de su manera de actuar con los hombres, de sus planes sobre mí y sobre todos los hombres.

      Visión de la sabiduría del Padre, que me da a conocer en el desarrollo del año litúrgico la perfección misteriosa de su plan de salvación, la realización progresiva y siempre admirable y «escandalosa» del mismo en la historia. Sabiduría que nos es expresada, hablada, dicha para nosotros en Cristo y que puedo disfrutar, gozar y saborear por la íntima comunicación del Espíritu Santo.

      b) Actitud contemplativa:

      Por todo lo que venimos diciendo, lo más importante es contemplar: «mirar a Cristo», fuente de este conocimiento y comunicación. Crecer en una atención amorosa cada vez más continua del misterio que celebramos y que quiere centrar todo el día, todo el domingo o fiesta, toda una temporada o toda nuestra vida.

      c) Adoradores en espíritu y verdad:

      Adorar significa dejarse divinizar cada vez más, «entusiasmados» por el misterio. Movidos por el Espíritu Santo para adorar al Dios tres veces santo; iluminados, aclarados por la verdad que es Cristo, es decir, hechos verdaderos hijos de Dios. En actitud gloriosa y glorificadora de la Trinidad.

      d) Esperanza cierta:

      Deseo confiado de recibir fructuosamente toda esta gracia por la seguridad de la acción de las personas divinas, por la certeza de la acción de la Iglesia.

      Necesidad de purificar continuamente la esperanza, liberándola de deseos malos, inútiles, falsamente mesiánicos que distraen del misterio.

      e) Crecimiento continuo:

      La vida divina se nos comunica purificándonos y divinizándonos en progresión siempre creciente. De ahí la importancia de una actitud receptiva cada vez más pura.

      El año litúrgico y su forma progresiva de celebración modera y equilibra en nosotros el deseo de recibir, la urgencia de responder a tanta gracia, la atención sosegada a la voluntad de Dios, la paciente espera de los frutos.

      Para prepararse mejor a cada tiempo litúrgico o fiesta es preciso meditar despaciosamente los textos de la misa y de la Liturgia de Horas. Ayudará también leer algún documento bíblico con sabor espiritual y sapiencial y algún estudio de la liturgia en general o de los distintos tiempos litúrgicos.

      Es muy necesario y conveniente saber integrar y acomodar a la liturgia, en sus tiempos y fiestas, las diversas formas de la piedad personal (adoración al Santísimo, rosario, viacrucis…), para que así ayuden más eficazmente a la perfección de toda la personalidad cristiana, unifiquen y enriquezcan la vida cristiana. Y esas devociones y sus formas de expresión tengan siempre a la liturgia de la Iglesia como fuente última de inspiración y moderación.

      (Notas para la reflexión)

      La vida del cristiano es vida de hijo de Dios, vida plenamente filial que recibe del Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Esta vida no se recibe en abstracto, sino «en» la Iglesia, nunca al margen de ella o fuera de ella.

      1. Elementos fundamentales:

      —Presencia activa y eficaz de las personas divinas: acción fontal del Padre, entrega continua-eterna del Hijo, donación muy eficaz del Espíritu Santo.

      —Palabra de Dios especialmente proclamada, sobre todo, en los tiempos litúrgicos que llamamos «fuertes». Palabra siempre eficaz y transformadora.

      —Signos y gestos litúrgicos, expresivos y eficaces para comunicarnos los misterios de nuestra fe.

      —Celebración de todos los misterios de la vida de Cristo: verdadera comunión —simultaneidad— con ellos. También celebración del misterio de Cristo en María y en los santos.

      2.- Visión de fe

      Examinar la visión de fe del año


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