El pequeño doctor. Alfred Vogel
que se pretende mostrar al paciente febril lo interesados que estamos por él. Se intenta por todos los medios, por ejemplo, que no le falte un vaso de leche caliente con miel. Sin embargo, ante un estado febril no hay que darle al enfermo ni proteínas ni nada que sea de difícil digestión. Tan solo debemos recurrir a los zumos de frutas. Si no disponemos de ellos, le daremos un poco de agua o una tisana que podremos endulzar con un poco de azúcar integral de caña. Por consiguiente, basta con agua fresca y clara y un remedio natural (suero láctico concentrado diluido o plantas medicinales). De todos modos, lo mejor son los zumos de frutas, por lo que suelen ser bien aceptados por todos los enfermos. Podemos emplear zumos naturales y frescos de naranja o de uva. Con ellos vamos a refrescar el organismo y a suministrarle sales minerales y vitaminas. Un zumo fresco, tomado despacio por el enfermo febril, a pequeños sorbos y ensalivándolos bien, resulta ideal en estos casos. Es difícil que haya enfermos que no los toleren. En caso de apuro, también puede ser administrado un buen mosto sin alcohol. La toma de suero láctico concentrado diluido también resulta muy beneficioso.
Consecuencias naturales
Si, en vez de reprimir la fiebre, la hacemos disminuir tranquilamente y sin prisas procediendo como hemos visto, esta no va a volver a subir en lo sucesivo, sino que tenderá a bajar poco a poco. No hay que pretender hacerla bajar rápidamente sino lentamente, pues todo lo que ocurre demasiado rápido no es natural. Si la fiebre aumenta, permanecerá elevada hasta que haya «quemado» todo lo que hay que quemar, tras lo cual va a volver a bajar. Este es su curso natural, la curva normal que debe seguir. Todo lo que se reprime de una forma demasiado rápida solo se oculta o se desplaza, pero no se elimina como uno podría creer. Solo se consigue una especie de «alto el fuego», pero no se eliminan las causas reales. Todo lo que no se elimine con el sudor, la orina o la defecación permanece en el cuerpo como veneno y puede desencadenar una recaída en cualquier momento. A veces, al pretender combatir un proceso febril con unas «maravillosas» tabletas, se han reprimido unas anginas y no se han eliminado las toxinas producidas por la amigdalitis, que pueden ejercer su efecto nocivo en otras partes del cuerpo, dando lugar, por ejemplo, a una pericarditis, un reumatismo articular o, eventualmente, una neumonía. ¿Quién no ha visto más de una vez como el fármaco más novedoso del mercado, que ha acabado rápidamente con una enfermedad, ha dado lugar a que otro mal o desarreglo hiciera su aparición en otra parte del cuerpo? La experiencia adquirida por la medicina académica sobre tales remedios «milagrosos» debería hacerla recapacitar sobre esta cuestión. La naturaleza impone sus leyes y no se la puede engañar ni violar, sin que ello dé lugar a consecuencias negativas. Cualquier animal salvaje sabe mejor que nosotros, personas cultivadas, como curarse y recuperar la salud de una forma natural. No nos dejemos guiar en el futuro, pues, por puntos de vista equivocados ni por instintos deteriorados. Si sabemos captar correctamente las leyes de la naturaleza, y las seguimos consecuentemente, conseguiremos una buena guía orientativa para cuando caigamos enfermos. En cambio, si reprimimos la ayuda que nos puede ofrecer la naturaleza, una especie de «venganza» puede hacer que, en lugar de conseguir la curación, aparezcan nuevos trastornos. Consideremos, pues, la fiebre como una señal de alarma de la naturaleza y no tendremos nada que temer. Si en lugar de reprimir sus servicios aprendemos a valorarla correctamente, podremos beneficiarnos de ella.
El dolor como señal de alarma
Así como la fiebre actúa como una señal de alarma de la naturaleza, también el dolor nos advierte de la existencia de un trastorno en la armonía de nuestro cuerpo. ¿Cómo nos comportamos cuando el dolor se presenta de forma inesperada? ¿Mostramos agradecimiento por disponer de una señal que nos advierte de que, en algún lugar de nuestro cuerpo, hay que restablecer el orden o el buen funcionamiento? ¿Se procede a buscar su causa verdadera lo más rápidamente posible para poderla combatir con los remedios más adecuados? No, pues lo consideramos demasiado enojoso o complicado. Ya de por sí, el dolor es tan molesto que nadie quiere tener que soportarlo en ninguna de sus manifestaciones. Tan pronto como se presenta, se trata de eliminarlo lo más pronto posible. Existen tantos remedios contra el dolor que parecería un descuido no utilizarlos y tener que soportar los dolores más tiempo de lo necesario. El ser humano piensa así por ser corto de miras. Sin embargo, cuando se trata de su coche o de cualquier otra máquina piensa y actúa de forma diferente. ¿Qué mecánico pensaría o creería que los defectos de un coche se solucionan tapándose los oídos para no tener que oír los chirridos ocasionados por un mal funcionamiento? ¡Seguro que, haciendo honor a su profesión, buscaría decididamente la causa de los trastornos para poder determinar la manera de solucionar el problema antes de que se pudieran producir males mayores! Mientras que a los materiales inertes se les dedican grandes cuidados, engañamos al sensible cuerpo humano al hacer caso omiso de la valiosa señal natural que representa la aparición del dolor y que en ningún caso debe desatenderse. Tratando únicamente de anestesiar el dolor no solo se engaña a la naturaleza, sino también, y de forma muy sensible, a nuestro cuerpo. Resulta interesante observar como la naturaleza se muestra siempre dispuesta a corregir ciertos comportamientos desacertados. Si no fuera por la ceguera del ser humano al desatender sus leyes, este podría aprender mucho de sus fracasos y sacar mejor provecho de dichas leyes. Sin embargo, apenas se les presta atención y, por lo tanto, no se sacan las conclusiones adecuadas cuando un analgésico comienza a fallar y pierde su anterior eficacia. En lugar de comprender que la toma de analgésicos nada tiene que ver con el proceso natural de la curación, el erróneo comportamiento humano recurre cada vez a remedios más potentes que acaben con el dolor de la manera que sea.
Proceder correcto
Cuando el médico actúa con seriedad, tratará de buscar e investigar las posibles causas del dolor.
Si el paciente se queja de dolores en la zona hepática o en la arcada costal derecha, el buen médico no prescribirá simplemente un remedio contra el dolor, sino que, basándose en los síntomas que presenta el paciente, investigará de qué tipo de trastorno del hígado se trata; averiguará cuál es el color de las deposiciones y preguntará si el paciente tolera bien o mal las comidas grasas. En resumidas cuentas, buscará las causas de los trastornos y prescribirá el remedio correspondiente; mandará una dieta adecuada y una buena cura de zanahorias. Solo se permitirá la toma de rábanos en cantidades muy pequeñas, ya que cantidades mayores pueden llegar a perjudicar el hígado cuando está afectado. El médico deberá informar a sus pacientes de todo lo que pueden hacer para ayudarse en la recuperación y cuidar de su salud.
De la misma forma procederá el médico responsable cuando una paciente se queja de dolores en la zona renal. Tratará de averiguar si el dolor es de tipo tensional. Le preguntará si siente tensión en la piel de esa zona, como si esta se hubiese estrechado. También se informará sobre el color y la cantidad diaria de orina. Si tras sus indagaciones deduce que se trata de una enfermedad renal, solicitará un análisis de orina del que podrá sacar valiosos datos: comprobar la presencia de albúmina, glóbulos rojos y blancos, quizá también la presencia de células cilíndricas o epiteliales de la vejiga urinaria, de la pelvis renal o de los propios riñones, así como de bacterias. Si existen pequeños rastros de todo esto, procederá preventivamente con las siguientes medidas: 1. Alimentación pobre en sal. 2. Vestimenta adecuada para protegerse de los enfriamientos. El método naturista recomienda las tisanas de cola de caballo7, hojas de abedul, raíces de grama de las boticas3 y también de perejil. Además, prescribirá envolturas calientes para poder resolver el estancamiento existente. De esta manera es como hay que afrontar la aparición del dolor y la forma de combatirlo.
Quien solo pretende amortiguarlo no le aporta ningún beneficio a su cuerpo. Hay personas que durante años están tomando remedios contra el dolor de cabeza sin pensar que podría estar relacionado con el pertinaz estreñimiento que padecen. ¿No podría ser que las toxinas del intestino debidas al estreñimiento pudieran ser las responsables del dolor de cabeza? ¿No sería conveniente, ante todo, procurar primero una buena actividad intestinal? Sin embargo, en lugar de proceder de esta manera se toman polvos y píldoras para el intestino y el dolor de cabeza de forma continuada.