El estallido social en clave latinoamericana. Danilo Martuccelli
para grupos crecientes de la población que el acceso a la educación no era una garantía de un acceso a empleos bien remunerados. La exigüidad de las pensiones otorgadas por las AFP –una realidad que se hizo patente en casi todos los estratos sociales y que por razones demográficas concernió a un número cada vez más importante de afiliados– amargó a muchos e hizo pensar a varios otros que el «sistema» estaba viciado en su base. Si el consumo siguió siendo plebiscitado, el vertiginoso aumento de los sobreendeudamientos (menos por un afán consumista desbocado que por la modestia de los ingresos) limitó sus dichas.
Por vías plurales se fue desarrollando una nueva actitud ante el modelo. Ya no era solamente una cuestión de tener paciencia y de esperar el «goteo». Progresivamente se fue resignificando el malestar. Los humores electorales lo reflejaron con claridad. En el 2014 se quiso creer en la posibilidad de una enérgica corrección institucional. En el 2018 se quiso creer en la posibilidad de un enérgico retorno del crecimiento. La oscilación, más allá de los vaivenes electorales, indicaba la metamorfosis del malestar en mal-estar (en un estar mal). No fue más una sensación indefinible o vaga (un malestar), sino un conjunto de agobios con clara raíz posicional.
El epicentro de la mutación de humores del malestar al mal-estar posicional está en la estructura social y retrotrae por eso a la cuestión de la expansión de las clases medias durante este periodo. El tema fue –y es– muy controvertido, tanto en lo que respecta a su talla efectiva como a su durabilidad futura, pero es innegable que el horizonte clasemediero permitió durante décadas mantener viva la seducción del modelo. Por supuesto, su expansión es irreductible al neoliberalismo (la expansión de las clases medias –nuevas, emergentes, vulnerables– se dio en casi todos los países sudamericanos) y las orientaciones políticas de sus miembros siempre fueron heterogéneas. Sin embargo, dada la continuidad del modelo, más activa en Chile que en los otros países de la región, la expansión de las clases medias se volvió uno de los grandes indicadores, por sesgado que fuera, del triunfo del neoliberalismo.
Leer el estallido social en clave latinoamericana invita a problematizar su lazo con el neoliberalismo e interpretar desde la estratificación social la naturaleza del mal-estar. Por doquier en América Latina, siempre por vías específicas, el fin del súper ciclo de las commodities desde 2015 produce una erosión del imaginario de las nuevas clases medias. La exigüidad de los ingresos de las denominadas clases medias emergentes, y sobre todo vulnerables, estalla a la vista de todos. En este contexto, los indicadores de desigualdad –amplia y curiosamente promocionados por los mismos organismos internacionales que hasta hace apenas unos años elogiaban las bondades del crecimiento– son percibidos de otra manera. La crispación colectiva se acentúa. Muchos individuos toman conciencia de que todo será mucho más lento que lo previsto, más desigual que lo anunciado, infinitamente más duro.
II. Una hipótesis
Para comprender esta inflexión formularemos una hipótesis: en Chile, como en otros países latinoamericanos, se asiste a la progresiva formación de lo que denominaremos las clases popular-intermediarias. Si esta caracterización no es exclusiva de la región (no más que las categorías de clases medias o sectores populares), esta categoría nos permitirá analizar los principales cambios que se vislumbran en las experiencias posicionales12. Sobre todo, la constitución en ciernes de una nueva clase que amalgama actores que hasta hace unas décadas se diferenciaban entre clases medias y sectores populares.
La noción de clase popular-intermediaria no es un término de uso corriente y es poco probable que su utilización se generalice. Por el momento, las ciencias sociales siguen abocadas en mostrar y trazar diferencias (de consumo, ingresos, culturales) entre los sectores populares, las clases medias tradicionales y las nuevas clases medias.
Si recurrimos a este término, es porque permite formular (como hipótesis y tendencia) la principal transformación que a nivel de las experiencias posicionales se constata en la región: la creciente similitud de experiencias en la parte «baja» (en realidad intermedia) de la estructura social (el desdibujamiento de las fronteras entre clases medias tradicionales y los viejos sectores populares) contrasta fuertemente con lo que se produce en la parte «alta», en donde los sectores acomodados acrecientan las diferencias a nivel de sus experiencias de vida, ingresos económicos, protecciones estatutarias y seguridad con respecto a lo que se denominó las clases medias tradicionales.
En esto reside la especificidad de la transformación, en dos etapas, de la estructura social en América Latina. La tesis de la sociedad dual (la separación de un sector moderno y un sector tradicional) de los años 1960 dio paso, a fines del siglo XX, a la representación de sociedades de clases medias. Fue un cambio considerable a nivel de las visiones sociales. Es desde esta situación y en contra de esta interpretación que se produce el progresivo tránsito de sociedades de clase media hacia el advenimiento de sociedades de clases popular-intermediarias.
Regresaremos sobre estos procesos de manera pormenorizada más adelante, pero es importante de entrada tener una visión de lo distintivo de esta realidad: la tradicional heterogeneidad de los sectores populares en medio de sociedades duales da paso en América Latina, tras un momento de representación en torno a las clases medias, a la forja de una clase popular-intermediaria, un grupo dentro del cual, de manera creciente, comparten experiencias y dificultades de vida tanto los otrora sectores populares como las clases medias. Los primeros tuvieron a veces la sensación de una movilidad social, las segundas un sentimiento de estancamiento o retroceso, pero en los dos casos, sin que las membranas de diferenciación desaparezcan del todo, se extiende una experiencia posicional común. La hipótesis: este nuevo grupo amalgama de manera híbrida los atributos de los viejos sectores populares y de las clases medias tradicionales.
Hagamos un alto y precisemos mejor la naturaleza de la hipótesis. Los estudios sobre la estructura social oscilan entre, por un lado, pormenorizadas y variadas cartografías de las clases sociales (fracciones y subclases), y por el otro, muy sinópticas y condensadas representaciones en torno a muy escasas grandes posiciones. Un mismo autor, como Karl Marx, puede así proponer un análisis estructural de la lucha de clases en torno a tan solo dos grandes actores (burgueses y proletarios) y proponer al mismo tiempo sendos estudios históricos en los que señala la existencia de una pluralidad de clases o fracciones de clase. No solo no hay acuerdo entre estas dos interpretaciones, sino que los avances metodológicos (el último: los Big Data), al complejizar y multiplicar las posiciones sociales, hacen cada vez más difícil disponer de representaciones simplificadas de la estructura social13.
Sin embargo, en la larga duración, como el historiador David Cannedine lo ha señalado, curiosamente, más allá de los cambios terminológicos, la estructura social tiende a ser representada de manera bastante análoga en cuatro grandes bloques: una clase alta (superior, dirigente, dominante, élite); una clase acomodada (gentry, burgueses, clases medias «altas»); una clase popular (proletarios, trabajadores, pueblo); una clase marginal (vagabundos, pobres, excluidos)14. Dentro de cada uno de estos bloques, las variaciones siempre han sido importantes, pero esto no impidió la permanencia de esta cartografía.
América Latina no escapa a lo anterior. La tesis de la sociedad dual asoció (reconociendo sus diferencias) un sector moderno (clases altas y clases medias) y un sector marginal (clases populares y marginales). La tesis de la sociedad de clases medias incluyó (reconociendo sus diferencias) a los sectores populares dentro de las clases medias. La hipótesis de las clases popular-intermediarias asocia (reconociendo sus diferencias) las clases medias a los sectores populares. Las diferencias pueden parecer sutiles, son decisorias. En el caso de las sociedades de clases medias el elemento dirimente es el imaginario clasemediero: sus horizontes de movilidad social, su anhelo de distinción por el consumo, su pretensión estatutaria. En el caso de las clases popular-intermediarias, el elemento dirimente es una recomposición del imaginario popular: sus horizontes de inestabilidad posicional, la conciencia de la necesidad de la solidaridad, un fatalismo sin resignación individual.
Este nuevo grupo social en gestación no tiene, hoy por hoy, una identidad definida. Sin embargo, sus miembros tienden a percibirse