Novela colombiana contemporánea. Teobaldo A Noriega
verbal entre las dos dota de agilidad al texto que adquiere así carácter dramático, pero el diálogo es interrumpido por la voz de ese narrador que ahora puntualiza su papel de testigo al tiempo que advierte con actitud irónica los condicionantes de su tarea: “Al costado derecho descubro una lujosa cama sobre cuyos secretos, amorosamente desordenados, reposan unos cuantos cojines de terciopelo. Pero la economía narrativa se impone: al centro, una mesa cubierta con un paño rojo...” (14). De nuevo reaparece el diálogo entre la monja y la virreina, apuntalado por la ironía de la jerónima quien parodiando uno de sus propios villancicos35 hace referencia a la conducta de su amiga. Ésta a su vez le indica a la monja que el hecho de llamarla Lisis36 en sus versos ha dado motivo a sucios comentarios en que las dos se ven acusadas de lisistratar o —como explica la virreina— “lisisfolgar con hembras, pues a los machos los agobia la abstinencia” (16); fino toque de juego semántico que de inmediato se ve desplazado por su equivalente vulgar: “los infundios nos suponen machihembrando” (17).
La sensualidad de sor Juana se ve enfatizada por el narrador-testigo que la hace objeto del deseo, no sólo de la virreina —quien evidentemente la contempla— sino del nada inocente lector que también disfruta la espontaneidad de la escena: la toca blanca que lleva puesta permite ver sus cabellos, el grueso escapulario resalta la impresionante forma de sus senos, el cinturón reglamentario insinúa la firmeza de sus caderas (18). El inteligente juego lingüístico hace de nuevo su aparición al ser informada sor Juana que al sarao de esa tarde en el convento asistirá también el arzobispo Aguiar, a lo cual la monja responde: “¿Se me puede aguiar la fiesta?” (21), y un toque final de humor es aportado por la aparición de la setentona sor Rebeca, y sus incontroladas flatulencias. La repentina llegada de un nuevo personaje es anunciada: desde Puebla ha venido sor Filotea de la Cruz para advertir a sor Juana sobre los ataques que contra ella preparan sus enemigos. El narrador-testigo alude al silencio que finalmente reina en la vacía celda de la jerónima, señalando —para sorpresa del lector— la oculta figura de un amanuense o apuntador que durante todo este tiempo ha estado tomando notas de lo que allí ocurre, sin que su presencia haya sido descubierta (29). El entramado de la ficción queda así revelado.
Fiel a la inquietud inicial de su proyecto literario, Moreno-Durán incursiona irónicamente en el complejo mundo de la monja mexicana cuya feminidad se ve resaltada por una inteligencia singular que cuestiona y desintegra el código institucional de su tiempo. Se trata, como bien anota Julie Greer Johnson, de una conciencia superior que agresiva y provocadoramente “subvierte el sistema patriarcal de signos y códigos, y llama la atención de los hombres para que miren más allá de la tradición y consideren seriamente el papel de las mujeres en la sociedad contemporánea”.37 Para lograr una mejor imagen del mundo histórico-cultural dentro del cual se inscriben la vida y la obra de sor Juana, Moreno-Durán añade importantes vínculos que amplían el espacio de referencias pertinentes a la experiencia estética colonial hispanoamericana; aparecen así el poeta santafereño Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla (1647-1704), admirador de sor Juana, y la también monja-poeta tunjana, la madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara (1671-1742).
La referencia a Álvarez de Velasco aparece en la tercera parte cuando, negándole Consuegra a Sor Filotea la autoría de su Carta Atenagórica, le dice: “Sabemos de buena ley que la Carta se la envió a sor Juana un poeta de Santa Fe de Bogotá, que como bien sabéis es la Atenas Sudamericana. Y por venir de Atenas, Atenagórica es la Carta” (61). Consuegra insiste además en que se trata sobre todo de una carta de amor cuyos ardientes términos deben ser explicados por la monja. Al preguntar el virrey por la identidad del enamorado, fray Octavio pronuncia el nombre del vate santafereño.38 Como lo demuestra el estudio que se ha hecho de su producción, Álvarez de Velasco dedicó gran número de versos a exaltar el valor que para él tenían la personalidad y la obra de sor Juana, a quien mucho admiraba. Resultado de su lectura del tomo I de las obras de ésta fue una silva de 502 versos titulada “Carta laudatoria a la insigne poetisa la señora Soror Inés Juana de la Cruz, religiosa del convento de señor San Gerónimo de la Ciudad de México, nobilísima Corte de todos los reynos de la Nueva-España”, fechada en Santa Fe de Bogotá el 6 de octubre de 1698. Considerando que la destinataria había muerto en abril de 1695, es evidente que el santafereño desconocía este hecho. También lo es, por supuesto, que sor Juana no llegara a recibir tan bienintencionado envío, al que se uniría una “Segunda carta laudatoria en jocosas Metaphoras, al segundo libro de la sin igual Madre Soror Inés Juana de la Cruz”, silva de 607 versos.
Si significativa resulta por una parte la referencia que a tal Carta hacen los acusadores de sor Juana en la obra de Moreno-Durán, más interesante resulta aún la distorsión que en ella sufre el texto original de la misma: de la refinada y respetuosa versión poética original no queda nada. Lo que Consuegra cita —para complacencia de quienes lo escuchan— se ha transformado en un prosaico y afiebrado documento de carnal deseo (64-66). Se trata claramente de otro texto, cuyo propósito es desvirtuar el referente anterior: la clara intención de quien escribe en este caso es expresar los argumentos que aguijonean mi carne y me hacen desfallecer de un deseo (64). La destinataria deja de ser respetuosamente llamada “Muy señora mía” o “divina Nise” —como indica el texto del santafereño— para ser aludida aquí como hermana Juana, hermosa Ninfa, dulce Clito. Por último, la afirmación que hace el remitente al decir Aunque pronto viajaré a esa Corte de Nueva España donde vuestra belleza y talento reinan (65) contradice por supuesto la verdad original.39
La referencia a la madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara aparece inmediatamente después, de nuevo aludida por el instigador Consuegra quien explora el nivel sicalíptico de algunos versos de la monja tunjana, figura ejemplar de la poesía mística en el Nuevo Reino de Granada durante la época colonial. Habiendo ingresado en 1689 al Real Convento Franciscano de Santa Clara —en su nativa Tunja, a la edad de 18 años—, y siguiendo los consejos de su confesor, durante los años siguientes escribirá sus dos obras fundamentales: Afectos espirituales y Su vida, publicadas ambas postumamente.40 Si la segunda de estas dos obras constituye la autobiografía espiritual de una monja devota que da cuenta de sus experiencias místicas como Esposa de Cristo (disciplina, mortificaciones, visiones celestiales, pesadillas eróticas, vicisitudes del convento), sus Afectos —como señalan algunos críticos— constituyen una serie de meditaciones personales mediante las cuales sor Francisca Josefa parafrasea e interpreta las Sagradas Escrituras.41 Son por lo tanto textos que requieren una lectura muy cuidadosa, amparada en los significantes metafóricos de los que se vale el misticismo. Justamente por esto resultan irreverentes las picarescas interpretaciones que en Cuestión de hábitos dan a los arrobamientos de la monja tunjana los asistentes al sarao que se celebra en la celda de sor Juana.42 Se trata en este caso del Afecto 46, titulado “Deliquios del divino amor en el corazón de la criatura, y en las agonías del huerto”, formado por 16 cuartetos que dan un total de 64 versos heptasílabos.43 El yo poético se refiere aquí al éxtasis que en su interior crea escuchar la voz del divino amante, quien como fuego encendido se acerca para alejarse luego. En la particular interpretación que de tales versos hacen Consuegra y sus oyentes, el texto original queda convertido en vulgar expresión de censurable fornicio (66-68).
Se da de esta manera en la obra de Moreno-Durán un claro caso de distorsión semántica que, amparada por supuesto en la primera, crea una nueva versión que la desvirtúa y desintegra. Es fundamental anotar aquí que las alusiones a estos dos poetas neogranadinos no solamente añaden un importante material al inteligente y siempre picaresco juego escénico creado por el texto, sino que además amplían semánticamente los referentes culturales que sirven de fondo al drama de sor Juana. Es evidente también que tal juego interpretativo le sirve al autor para llevar a cabo en esta obra una mordaz e irreverente crítica contra las instituciones eclesiásticas en el contexto colonial. Si algo queda claro, desde luego, es que los divertimenti d’estile que desde el comienzo de su carrera caracterizan la escritura de R.H. Moreno-Durán encuentran un terreno propicio para su aplicación en la discursividad narrativo-dramática de Cuestión de hábitos: juegos verbales, búsqueda de dobles sentidos, parodias, amplificaciones semánticas; todos estos mecanismos están presentes aquí.44
Muy acertado me parece de esta manera el juicio de Carlos José Reyes al evaluar esta obra en la que descubre