Novela colombiana contemporánea. Teobaldo A Noriega
emparentada con lo fantástico, para resaltar finalmente su condición de simulacro. Mis incursiones culminan ahora en el Capítulo IX con una indagadora lectura de Bien cocido (2021), obra de Luis Molina Lora —ganadora del XIV Concurso Nacional de Novela organizado por la Cámara de Comercio de Medellín, 2019—, texto que establece un celebratorio vínculo de valor sociocultural entre el espacio de la cocina y el espacio de la escritura. Como se ve, más que un comentario marginal a las abundantes propuestas teóricas que continúan agitando nuestro campo de estudio, mi interés se sigue concentrando en el determinante papel de ciertas estrategias discursivas, reconocibles en cada una de las novelas escogidas como señales reveladoras de su identidad: intersecciones de una escritura postmoderna.
Mi más sincero agradecimiento a la Editorial de la Universidad del Magdalena, que hace posible la publicación de este estudio en Colombia. A Talia Mendez Mahecha, por su excelente trabajo de digitalización llevado a cabo en The CulturePlex Lab de Western Universty (London, Canadá), cuyo director, el Dr. Juan Luis Suárez, generosamente nos permitió rescatar el archivo original. Como siempre, la valiosa y constante ayuda de Peggy Ellis —entusiasta compañera— ha sido esencial en esta experiencia. Sin olvidar, por supuesto, a todos aquellos estudiantes y colegas con quienes he compartido muchas de estas ideas, e inquietudes, a lo largo de mi carrera.
Teobaldo A. Noriega, Ph.D.
Febrero 2022
1. Comisionado inicialmente, por el Concejo de Universidades de la Provincia de Quebec (Canadá), como una investigación sobre el estado del conocimiento en el mundo contemporáneo, el estudio llevado a cabo por el filósofo francés J.-F. Lyotard (1924-1998) apareció publicado en 1979, convirtiéndose rápidamente en punto central del posterior debate sobre la oposición modernidad/postmodernidad en la filosofía occidental. Existen muchas ediciones del mismo, entre ellas la que utilizo aquí: J.-F. Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge (984).
2. M. Greaney, Contemporary Fiction and the Uses of Theory. The Novel from Structuralism to Postmodernism, (2006), 2. Mi traducción.
3. Véanse J. Barth, “The Literature of Exhaustion”, The Friday Book (1967, 62-76)), y “The Literature of Replenishment”, The Friday Book: Essays and Other Non-Fiction (1984, 193-206).
4. Chris Snipp-Walmsley, “Postmodernism”, en P. Waugh Ed., Literary Theory and Criticism. An Oxford Guide (2006), 410. Mi traducción. Este libro resulta, en su totalidad, de valiosa ayuda para los investigadores del tema, como lo son también los reconocidos trabajos de Tim Woods, Beginning Postmodernism (2009); Stuart Sim, Ed., The Routledge Companion to Postmodernism (2011); y la impecable síntesis que logra Christopher Butler en Postmodernism. A very Short Introduction (2002). Para los estudios culturales latinoamericanos son, sin duda, imprescindibles los aportes de Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo. Postmodernidad, globalización y culturas en América Latina (1995), su posterior ensayo “Sobre el debate acerca del postmodernismo en América Latina. Una revisión de La no simultaneidad de lo simultáneo. Postmodernidad, globalización y culturas en América Latina”, en Alfonso de Toro, Ed., Cartografías y estrategias de la ‘postmodernidad’ y la ‘postcolonialidad’ en Latinoamérica (2006), 93-127; como también la importante contribución de Richard A. Young, Editor, Latin American Postmodernisms (1997), y los aportes de Sarah de Mojica, Ed., Mapas culturales para América Latina. Culturas híbridas. No simultaneidad. Modernidad periférica (2001) y Constelaciones y redes. Literatura y crítica cultural en tiempos de turbulencia (2002); e igualmente el estudio de Cynthia M. Tompkins, Latin American Postmodernisms. Women Writers and Experimentation (2006). Sin olvidar, por supuesto, el temprano impacto de Antonio Benítez Rojo con su ensayo La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna, publicado primero como un artículo (1989), y posteriormente como libro, en inglés, The Repeating Island (1992).
INTRODUCCIÓN
En su excelente estudio sobre la obra de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa señala como un pasaje clave y revelador de lo que él llama la manipulación de la realidad en Cien años de soledad (1967) el episodio del armenio invisible y el bloque de hielo, al final del fragmento de apertura.5 La observación del novelista y crítico peruano resulta sin duda determinante para entender mejor la relación orgánica realidad objetiva/realidad imaginaria como base de la ilusión creada por el texto, y apunta directamente al diseño poético de la historia narrada. Me gustaría sugerir que hay en ese mismo segmento inicial otras claves que complementan el principio fabulador del relato y que, de cierta manera, determinan tanto la complicidad del lector como su goce frente a lo singular de ese mundo.
En el inocente Edén que era Macondo irrumpen Melquíades y su tribu, portadores de conocimiento. Los gitanos llevan el imán, el catalejo, la lupa, mapas e instrumentos de navegación —el astrolabio, la brújula, el sextante—; finalmente dejan allí un laboratorio de alquimia. Todos, como se ve, objetos utilitarios que trastornarán el equilibrio mental de José Arcadio Buendía, y pondrán a prueba la capacidad de asombro de los macondinos. De todos estos objetos hay uno, sin embargo, que se presenta como “el más fabuloso hallazgo de los nasciancenos”6, y que no es otra cosa que una dentadura postiza con la cual el decrépito Melquíades recupera instantáneamente su juventud. Deduzco que este nuevo objeto, que electriza la imaginación de todos, humaniza también el campo referencial de la realidad ficticia proyectada por el texto ante el lector. Es un salto cualitativo que suspende la posible impasibilidad de éste, enfrentándolo a un hecho concreto y casi trágico de la condición humana —el desgaste físico—, asegurando su complicidad. Una connivencia que si en el caso anterior resulta del desplazamiento semántico (objeto utilitario deshumanizado/objeto humanizado), en otros momentos es consecuencia directa del eje referencial del lenguaje sobre el cual se construye la narración.
Las estrategias narrativas de García Márquez poco a poco conformarán la visión final de un mundo que, si en algunos momentos parece trascender los límites familiares de nuestra propia realidad, jamás olvida que como epicentro de esa nueva realidad está el hombre. En un intento de acercamiento inicial, Cien años de Soledad puede leerse como la fábula paralela de un pueblo y una familia, vistos a lo largo de sus diferentes etapas de existencia histórica: origen o nacimiento, expansión o desarrollo, crisis o decadencia, catástrofe final o desaparición. La ficción se alimenta así de referentes paralelos y abre múltiples posibilidades a un relato que, desde el primer registro de enunciación, apunta al ambicioso propósito de verbalizar un mundo en apariencia repetitivo, inacabable, destinado a sucumbir al designio poético de su propio agotamiento. Las abundantes lecturas académicas de esta novela hechas por diferentes investigadores dejan constancia de los múltiples niveles de acercamiento sugeridos, y permitidos, por un texto cuyo designio parece haber sido: todo es posible en este mundo. Tampoco se trata de repetirlos aquí. Sí me parece importante dejar constancia de mi experiencia particular, al descubrir en esa lectura el inigualable placer de reencontrarme con un universo exageradamente familiar, que quedaba allí literalmente codificado.
En primer lugar, por supuesto, estaba aquella primera lectura estrictamente literaria: el tono del narrador (bíblico, épico, etc.) con absoluto dominio del discurso, interrumpido en algún momento por la cantaleta de Fernanda (281); la ploriferación de personajes concebidos casi todos como estereotipos, contribuyendo cada uno a la ambiciosa imagen de realidad buscada por la escritura en la creación de un mito (seres sometidos al amor, al odio, a los celos, al desenfreno sexual, al desencanto del poder, a la desilusión, al desgaste físico, a la soledad, a la muerte); un espacio exótico, virginal, primigenio, posteriormente transformado, degradado; un tiempo repetitivo en su desarrollo, circular, cíclico, destinado a desgastarse sobre su propio eje; una realidad totalizadora en la que todo cabe porque su propósito, al fin y al cabo, es contar la multidimensional y compleja historia del hombre. No obstante, superado este primer nivel, mi experiencia como lector colombiano, y particularmente caribeño, quedaba determinada por