Nuevos signos de los tiempos. Varios autores
teológicas originales. Con esas orientaciones, el Vaticano II promovió la inculturación de la teología en las Iglesias que viven en distintos países, regiones y continentes. En esta línea se desarrollaron varias teologías a partir de situaciones concretas y de contextos socio-culturales determinados, sobre todo desde las periferias del mundo. Este segundo párrafo del número 22 del decreto Ad gentes constituye, a mi juicio, «la carta magna de la inculturación teológica», y para Ch. Theobald es «la última palabra del Concilio sobre el problema hermenéutico»20.
Por cierto, la Iglesia latinoamericana y caribeña vive en una particular región geocultural. Desde Medellín (1968), la Iglesia expresa la autoconciencia de pertenecer a una comunidad original, una unidad plural, una casa común, una nación de naciones, que debe ser una gran patria de hermanos (AG 525). América Latina conjuga unidad y pluralidad sin sacrificar la una a la otra, porque no cede ante una homogeneidad abstracta ni ante una heterogeneidad irreconciliable. Albergando muchas diferencias nacionales o locales, la región es una originalidad histórica porque se forma a partir de factores lingüísticos, geopolíticos, culturales y religiosos comunes, y comparte realidades pasadas y presentes, lo que le da cierta unidad a pesar de las diferencias nacionales y sociales.
El nombre «América Latina» tiene una larga historia que trasciende los factores políticos ligados a la expansión francesa del siglo XIX y los movimientos revolucionarios del siglo XX. La Iglesia católica está en el origen del nombre porque fue la primera institución en el mundo que usó el apelativo «latinoamericano». En 1858 se fundó en Roma, por iniciativa del teólogo chileno José Errázuriz, una residencia para formar al clero, que en 1863 pasó a llamarse Colegio Pío Latinoamericano. En 1899 León XIII reunió, a pedido de varios obispos del Cono Sur, el I Concilio plenario latinoamericano. En 1949 se editó en México la revista Latinoamérica en castellano y portugués, que ligó a pensadores de la talla de José Vasconcelos o Alberto Hurtado.
El nombre «América Latina» nos identifica porque distingue a los americanos que tenemos un remoto origen latino, especialmente ibérico. Nos une con todos los americanos, incluidos aquellos que tienen otros orígenes, pero nos distingue de los que forman la América anglosajona. A la vez, nos integra en la tradición occidental, latina e ibérica, pero nos distingue de Europa y los europeos, con quienes tenemos vínculos seculares. El nombre afirma la vocación a ser un pueblo continental21.
La Iglesia habla de América Latina integrando México, América Central y América del Sur, con sus dos rostros predominantes, el lusoamericano y el hispanoamericano. Su enfoque cultural permite integrar el Caribe latino. En nuestra identidad se funden componentes hispanos y lusitanos, aborígenes y africanos, mestizos, criollos y europeos. En ella se mezclan todas las sangres.
La expresión «teología latinoamericana» señala una reflexión de la fe hecha desde el horizonte hermenéutico de la Iglesia inculturada en nuestro particular mundo histórico-cultural (AG 22b; EN 63b; LC 70). El desde dónde de esta teología indica muchos horizontes y situaciones. Destaco, en particular, la situación histórica de cada pueblo y la interpelación de Dios en el mundo de los pobres; la modalidad cultural de vivir la fe y de expresarla en la sabiduría, religiosidad, espiritualidad y mística popular; la tradición del pueblo de Dios vivida en los estilos de vida de los pueblos.
En 1996, en una reunión realizada en Vallendar, Alemania, por el Consejo Episcopal Latinoamericano y la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal J. Ratzinger, las autoridades de ambas instituciones y los participantes elaboramos un documento en el que consensuamos varias proposiciones, entre las cuales se halla esta: «Se debe proseguir en el camino de la inculturación de la reflexión teológica para que sea plenamente católica y latinoamericana»22. La teología se nutre en la sabiduría teologal del pueblo de Dios y piensa la ratio fidei respetando tanto la universalidad de la fe y de la razón, que descubren la verdad en la historia, como la tradición eclesial particular y el arraigo sociocultural situado, donde se desarrollan, diversamente, la filosofía y la teología como saberes sapienciales, universales, concretos e inculturados.
En ese marco cabe preguntarse por «el gran ámbito socio-cultural» íbero-americano. Nos ayuda a pensar algo que decía Hans G. Gadamer mirando Europa: «Lo otro del vecino no es una alteridad que solo debe evitarse, sino una alteridad contributiva que invita al propio reencuentro. Todos somos otros y todos somos nosotros mismos (Wir sind alle Andere, und wir sind alle wir selbst)»23. Toda identidad se constituye en el intercambio con otras alteridades. ¿Podemos pensar en un nosotros íbero-americano plural en el que todos seamos otros y nosotros a partir del don de la fe cristiana, el êthos del amor fraterno, un humanismo relacional, una comunidad intercultural, los vínculos migratorios, y, también, una teología y una filosofía pensada y dicha en lenguas ibéricas?
3. El kairós del pontificado reformador de Francisco
Vivimos un kairós singular porque un hijo de la Iglesia latinoamericana fue elegido como sucesor de San Pedro. El Espíritu Santo «sopla donde quiere» (Jn 3,8) y ha soplado como «una fuerte ráfaga de viento» (He 2,2). Francisco fue elegido cuando las periferias del orbe aparecieron en el corazón de la urbe. Representa la llegada del Sur al corazón de la Iglesia y la voz del Sur global en el mundo. Con Francisco la Iglesia de América Latina completa su ingreso en la historia mundial:
Lo que haga la Iglesia de América Latina tendrá un inmenso papel en el Tercer Mundo [...]. A la vez, [...] América Latina podrá incidir decisivamente en el destino de la Iglesia de Europa [...]. América Latina y su Iglesia tienen una gran chance y creo que por nuestra Iglesia pasa de algún modo la chance de la Iglesia mundial [...]. La chance de la renovación mundial de la Iglesia pasa por América Latina y eso nos carga con una grave responsabilidad24.
La Iglesia crece en el Sur. En 100 años se invirtió la composición del catolicismo. En 1910, el 70% de los bautizados católicos vivía en el Norte (65% en Europa) y el 30% en el Sur (24%, en América Latina). En 2010, apenas el 32% vivía en el Norte (24% en Europa, 8% en Norteamérica) y el 68% en los continentes del Sur: 39% en América Latina, 16% en África, 12% en Asia, 1% en Oceanía. O sea, dos de cada tres. Según el Anuario pontificio 2015, de 2005 a 2013, los católicos crecieron un 12% y pasaron de 1.115 a 1.254 millones. Después de un primer milenio signado por las Iglesias orientales y un segundo dirigido por la Iglesia occidental se avizora un tercero revitalizado por las Iglesias del Sur en una catolicidad intercultural, presidida en el amor por la sede de Roma y animada por una dinámica policéntrica. La «tercera» Iglesia está en el corazón de la casa de Dios25. En el paso al siglo XXI y con el nuevo pontificado la Iglesia católica vuelve a reconocer el protagonismo de las periferias y los «periféricos»26. Esto profundiza la crisis del eurocentrismo eclesial. Al mismo tiempo, requiere evitar cualquier tentación de un latinoamericanocentrismo.
Desde 1955, la Iglesia de América Latina consolidó su figura regional. Reúne veintidós episcopados coordinados por el Concilio Episcopal Latinoamericano-CELAM, que en 2015 cumplió 60 años. Nuestra Iglesia es la única comunidad de Iglesias a escala continental que hizo una recepción regional, colegial y creativa del concilio Vaticano II. Este proceso comenzó en la II Conferencia episcopal de Medellín (1968); siguió, a la luz de la Exhortación Evangelii nuntiandi de Pablo VI, en la III de Puebla (1979); prosiguió, a su modo, en el horizonte de una nueva evangelización propuesta por Juan Pablo II, en la IV asamblea celebrada en Santo Domingo (1992).
En 2007, la V Conferencia de Aparecida impulsó un movimiento misionero continental y permanente. El cardenal Jorge Bergoglio fue presidente de la Comisión de redacción del Documento Conclusivo, citado veinte veces en Evangelii gaudium. Ayer Bergoglio contribuyó con Aparecida; hoy Aparecida ayuda a Francisco. El Papa toma líneas de Aparecida y las relanza creativamente en su programa misionero27. Encarna el «rostro latinoamericano y caribeño de nuestra Iglesia» (A 100) y la dinámica de la conversión misionera impulsada desde la periferia latinoamericana, que está