Instantes. José Ignacio González Faus
me parecían del todo impresentables. Luego hubo una nueva selección que ha excluido a otros dudosos. Por supuesto no hay nada de mis años de bachillerato, salvo que quizá valga la pena contar una anécdota divertida y significativa de aquellos días.
Tendría yo unos doce años y mi padre me sugirió si podría escribirle una poesía a mi abuela, madre suya, con motivo de su cumpleaños. No recuerdo cuántos ripios debí empalmar, pero sé que terminaban así:
...y a mi abuela los dedico:
para que si el próximo año
consigo Dios la ha llamado,
tenga en el cielo un recuerdo
de su nieto José Ignacio.
¡La que se armó! A la pobre abuelita se le saltaron las lágrimas, la familia no sabía si darme un beso o un tortazo. Yo miraba sin entender, hasta que mi madre en un aparte me dijo: «Hijo mío, es que a nadie le gusta que le recuerden que se ha de morir», lo cual me extrañó mucho más porque yo creía que todo el mundo sabe que ha de morirse y, a los doce años, eso resulta muy soportable porque lo vives con la mentalidad del Tenorio («¡Cuán largo me lo fiais!») y sientes que es una cosa para los demás y no para ti.
Pero lo curioso fue que, a los cinco meses, se murió la abuela Carolina. Y ahora las tías me daban abrazos llorosos diciéndome: «¡Ay, cómo lo acertaste, José Ignacio!». Creo que si entonces no renegué para siempre de la poesía fue por culpa de dos espléndidos profesores de Literatura de mi bachillerato: don Vicente Ferrer y Juan Bautista Bertrán. Guardo el recuerdo preciso y precioso de que, además de ser de los mejores profesores, eran ambos los más amables, los más sonrientes y los más simpáticos. Lo cual parecía dar cierto valor a la literatura.
Una última palabra introductoria. Yo hubiese preferido ordenar los poemas cronológicamente, bien sea porque así excusaba en mis pocos años algunas ingenuidades (que ya encontrará el lector), bien por si alguien no tiene otra cosa que hacer y quiere descubrir alguna evolución. Y a lo mejor acierta: porque una vez en Roma, le oí decir al gran Federico Fellini que los críticos descubrían en sus películas una serie de cosas que él nunca había visto, pero que resulta que efectivamente estaban allí.
Ese era mi gusto. Pero he aquí que dos buenas amigas a quienes consulto sobre la oferta que me había hecho María Ángeles, me dicen que es «mucho mejor» ordenarlos por materias. Y como hoy, si no haces caso a una mujer es porque tienes una mentalidad patriarcal, pues acabé cediendo por aquello de no ser, además de mal poeta, machista consumado.
No obstante, dentro de cada capítulo, los poemas van en riguroso orden cronológico, marcados por la fecha en que me salieron del alma. Y quizás ayude al lector situar cada una de esas fechas en el contexto de mi vida jesuítica: noviciado (195052); estudios de humanidades (1952-55); estudios de filosofía (1955-58); enseñanza (1959-60); estudios de teología, ordenación presbiteral y doctorado (1960-68). Y desde entonces los trabajos y los días de ya demasiados años: la docencia, el descubrimiento cristológico de los pobres y las víctimas, las idas a América Latina, la revolución (o el Reinado de Dios) siempre inminente y siempre ausente, y esas sorpresas de la vida que hoy te da una bofetada y mañana te da un beso...
Esta atención a las fechas me ha permitido percibir un cierto cambio de paradigmas: en el noviciado y las humanidades el tema religioso es casi exclusivo. Durante la filosofía parece que me dio por los paisajes, no sé si para compensar todas aquellas abstracciones de la materia prima, el efecto formal de la cantidad y las categorías kantianas... Entre los paisajes me reconozco en ese dato de que la lluvia y la noche sean los temas más repetidos: como si fueran los que más me sugieren el Misterio. A partir de entonces ocupa cada vez más espacio el tema de la relación humana en sus mil variantes: amor, dolor, amistad, recuerdo... Todo ese universo a la vez tan rico y tan difícil, tan gozoso y tan doloroso, tan sonoro y tan discreto.
Pero esta clasificación no pretende ser un juicio de calidad. Eso toca exclusivamente al lector, incluso aunque el autor pueda tener sus preferencias secretas.
Y ojalá que el lector pueda disfrutar con alguna.
J. I. GONZÁLEZ FAUS
Junio de 2019
Contigo (febrero 1952)
Yo no sé qué me dice Tu mirada
cuando la fijas paternal en mí;
pero mi alma se siente transformada
al ser mirada así.
No sé lo que me piden esos ojos
cuando me miran llenos de ilusión;
pero creo que quieres que, de hinojos,
te dé mi corazón.
No sé lo que me muestran esas manos
porque mi vista no llega hasta allí;
pero sé que detrás de aquellos llanos
hay almas para Ti.
Y cuando miro tu costado abierto
tengo la cariñosa convicción
de que allí vive, aun cuando estás ya muerto,
tu amante corazón.
Y allí, contigo, cuando todo duerme
quiero tus sufrimientos consolar,
sufrir por Ti, con Tu dolor dolerme,
y amarte sin cesar.
Reclinada la frente en Tu hombro santo
quiero estar para siempre donde Tú
y lavar, con el beso de mi llanto,
la herida de la Cruz.
Y allí, contigo, oscuro e ignorado
quiero ocuparme solo de servir,
entregarme y vivir crucificado
para gozar de Ti.
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