América ocupada. Rodolfo F. Acuña
en Estados Unidos fuesen una nación, sería el tercer país más grande de América Latina, siendo así también la segunda nación más grande de hispanohablantes. Como tal, la población latina en Estados Unidos es mayor a la de España o Argentina. Más aún, el conjunto mexicano por sí solo sería la quinta nación más grande en Latinoamérica y la séptima en cuanto a hablantes del español. Parecería lógico que la academia estadounidense, con su lema de ir tras la verdad, se preocupase más por fomentar los estudios latinos, aún solo si fuese con interés de averiguar la densidad del impacto latino en la identidad nacional del país. No podemos cometer el error de asumir que a cincuenta años del presente se dará una homogeneidad social y que ocurrirá una asimilación de los mexicanos en Estados Unidos tal cual como sucedió con los inmigrantes italianos; solo basta ver un mapa y preguntarnos qué se puede deducir de la distancia geográfica entre Estados Unidos y México en comparación con Italia. Esta cuestión resulta alarmante para un gran número de angloamericanos –según ellos, todos deben aspirar a adoptar el modelo normativo del hombre blanco. Sin lugar a duda, desde la incepción de los Estados Unidos, los valores y figura del hombre blanco han marcado las pautas de la formación nacionalista del individuo. Debido a ello se entiende el porqué varios senadores reaccionaron frenéticamente cuando la juez Sonia Sotomayor dijo lo siguiente: “I would hope that a wise Latina woman with the richness of her experiences would more often than not reach a better conclusion than a white male who hasn’t lived that life”. La controversia de su promulgación se debe al rechazo de una predeterminación histórica que legitima y normaliza la supuesta verdad común del hombre blanco, los fundamentos y base de la supremacía blanca en Estados Unidos.
MEA CULPA
Un punto por mejorar de la primera edición de América ocupada (1976)19 ha sido la ausencia de capítulos sobre las sociedades indígenas y españolas. Aunque tal caso fue atendido en las subsecuentes ediciones en inglés, decidí no hacer lo mismo en la presente edición en español. La ausencia de esta temática en la primera edición es el resultado de una carencia epistemológica en mi formación académica, al igual que la de otros académicos mexicoamericanos de mi generación. Por lo general, la mayoría tomamos cursos de postgrado en los que la esfera de estudio se enfocaba en Estados Unidos o Europa. La prevalencia del eurocentrismo en los programas de historia es un hecho, y no ha sido hasta muy reciente que se lleven a cabo esfuerzos para disminuir tal influencia en la profesión. Sin embargo, aún hay quienes se oponen a ello y “some Europeanists worry that their field is no longer considered of central importance. Graduate students and recent PhDs (understandably concerned about finding jobs and getting tenure) are probably most acutely troubled. But some senior Europeanists are anxious about their ability to continue training and placing PhD students”.20 Durante mi formación académica en la década de 1960, los estudios mexicanos y latinoamericanos solo recibían atención secundaria; para recibir legitimación académica, los estudiantes de postgrado se veían obligados a cursar bajo historiadores americanistas y europeístas de renombre.
La práctica común del campo era que los historiadores comenzaran la periodización de una época histórica partiendo de la historia estadounidense o usándola como modelo. Meramente, la periodización pretende organizar o segmentar áreas de estudio en etapas históricas que faciliten su análisis. En este sentido, la periodización es una herramienta. Por lo tanto, al abordar la periodización de la historia chicana no me remonté más allá del año 1821 porque mi especialización, inclusive mis estudios sobre México, se sitúa en la frontera norte, donde la historia se ha formado a partir de (des)encuentros con Estados Unidos. Asimismo, el que mis abuelos fueran de Sonora y estuvieran en constante contacto con Estados Unidos determinó mi acercamiento a la historia chicana desde un locus espaciotemporal de la frontera.
Tomando en cuenta que la presente edición está dirigida a un público hispanohablante, decidí no agregar capítulos que atendieran el tema de Mesoamérica y la conquista española ausentes en la edición anterior. Los sociólogos mexicanos especializados en Mesoamérica proveen un mejor relato de tal historia. Estos capítulos hacían falta en las ediciones en inglés porque los lectores de habla inglesa no pueden acceder a la información disponible en español, maya o náhuatl. México es muy diverso, y cuanto más me adentro en estudiarlo más caigo en cuenta de las ramificaciones que producen lo que Lesley Byrd Simpson llamara “muchos Méxicos”.21 Otra ausencia igualmente importante en la primera edición fue la falta de consideración a las cuestiones de género; esencialmente, se requeriría la traducción de la novena edición de la versión en inglés para corregir este fallo. Dicho esto, la presente edición hace un recuento histórico desde cuando apenas había 5 millones de habitantes de ascendencia mexicana viviendo en Estados Unidos.
BREVE COMENTARIO ACERCA DE MESOAMÉRICA
Toda la región de América Central funge como una cuna de civilización para Norteamérica. Este valor patrimonial es a veces ignorado entre los mexicanos, entre aquellos para quienes ese legado cultural pasa desapercibido a la vez que el gobierno subasta sus tesoros más preciados. En un artículo publicado por El Economista en el 2013, titulado “La gastronomía mexicana, el nuevo petróleo”,22 Vicente Gutiérrez, organizador del Proyecto Mesoamérica, “un encuentro incluyente y multidisciplinario alrededor de la cocina que reúne a los exponentes más destacados de la gastronomía global en uno de los eventos más relevantes en el mundo”, sostiene que “La gastronomía es nuestro nuevo petróleo”.23 La gastronomía mexicana se ha destacado por la reputación de ser una de las más variadas y versátiles del mundo. El enriquecimiento de esta cocina ha sido el resultado de siglos de cultivo y experimentación con la flora y fauna nativa a lo largo de varias civilizaciones. Este proceso habría comenzado miles de años previo al desarrollo de la primera civilización norte-centroamericana, asentada en el 1200 a.C. en lo que es el litoral sur del golfo de México.
La evidencia arqueológica nos dice que el maíz evolucionó del teocintli (teocinte), una hierba silvestre de la que los indígenas cultivaron el maíz y que ha existido en el hemisferio occidental por más de 80 000 años. Asimismo, los granos de polen se domesticaron hace 10 000 años en el valle de Tehuacán, México. El proceso evolutivo de la genética del maíz terminó creando un sinnúmero de variedades en adaptación a las diferentes condiciones medioambientales. Es así como la historia del maíz es equivalente a la historia migratoria de las sociedades indígenas, para quienes el maíz es algo sagrado.24
Con la invasión a Mesoamérica de la conquista española, los españoles encontraron abundancia de alimentos que eran nuevos para ellos, entre los cuales se cuentan el chocolate, la vainilla, el cacahuate, el frijol, la calabaza, el aguacate, el coco, el maíz y el jitomate. Desde el principio, el maíz, el frijol y el chile han sido la base en la que se funda la cocina de la región geográfica que se extiende desde el centro de México hasta Guatemala. Aunadas a esta base, subsecuentes fusiones gastronómicas produjeron una de las cocinas más diversas del mundo.
Las mismas culturas indígenas han mantenido estas tradiciones con vida. “Although agriculture is less than 5 percent of Mexico’s gross domestic product, more than a quarter of Mexicans still make their living as farmers. And most of the poorest of those farmers grow corn. Over 60 percent of Mexico’s cultivated land is planted with corn, most of which are small family plots. In all, 18 million Mexicans, including farmers and their families, rely on corn for their livelihood”.25
El cultivo de maíz se propagó más allá de México, hacia el norte del continente. Este pudo ser llevado tanto por las migraciones forzadas de grupos indígenas de América Central o por mercaderes quienes establecieron comercio con la gente del norte. Tal distribución del maíz se dio hace cerca de 1000 años hacia lo que hoy es el norte de Estados Unidos y hacia la costa peruana, al sur del continente. El maíz posibilitó el establecimiento de grandes ciudades capitales y el desarrollo de una riqueza cultural que no solo ha dejado monumentos de piedra, sino también adelantos matemáticos, astronómicos, literarios y teológicos. Ya que en gran medida estos fueron reducidos a cenizas por la colonización española, es una grave injusticia pretender que el legado de estas civilizaciones se limita a sus edificaciones de piedra.
En cuanto a la actualidad del indigenismo y el campesino mexicano, en el 2016, el expresidente