El poder de la fe. Tadeusz Dajczer

El poder de la fe - Tadeusz Dajczer


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energía en el esfuerzo de mantener la vida en el mundo y proporcionarle abundancia, la ofrenda de sangre joven le devolvía esa energía. Para ese mundo, ese tipo de ofrenda era un rito que repetía un gesto ejemplar y, a la luz del mito, era totalmente inteligible.

      No obstante, en el caso de Abrahán la situación era diferente, Dios le exigió que le ofreciera en sacrificio al «hijo de la promesa», para él esto constituía una injerencia irrepetible de Dios en la historia, una injerencia que no comprendía y que le parecía absurda; sin embargo, la acepta, responde con obediencia y fidelidad a pesar de la oscuridad. «Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo, sino que lo entregará por nosotros (cf Gén 8,32)»2. Precisamente en ese tipo de respuesta a la revelación de Dios en la historia, nace la fe desde el punto de vista cristiano.

      La fe aparece ante todo como: Te creo a Ti, y después: precisamente porque te creo a Ti, creo en todo lo que me dices, en lo que me has revelado. Acojo las verdades de la fe porque te creo a Ti, porque creo que te me revelaste y te me revelas. Porque te me revelaste en tu santa Iglesia. Acudo a la Eucaristía pero no te veo. Sin embargo, quiero creerte a Ti, a ejemplo de Abrahán, quiero creer que tus palabras, las que pronuncia el sacerdote que celebra la Eucaristía: «Este es mi Cuerpo», «Esta es mi Sangre», efectivamente me hablan de tu presencia real. Como te creo a Ti, te creo a Ti en la santa Iglesia que me habla de Ti y que me da a Ti en la Eucaristía. Por lo tanto, creer en tu presencia, Dios mío, en la Eucaristía significa que primero tengo que creer que precisamente es la Iglesia la que me transmite tus palabras, tu revelación.

      En resumen, algún día debería alcanzar la convicción de que en la Iglesia recibo todo, precisamente esa fe, que a veces es tan difícil y oscura para mí, pero al mismo tiempo también es un apoyo que el mundo no puede dar. Es la Iglesia la que me da el sentido de la vida y me protege de la desesperación. La Iglesia me obsequia con un tesoro inimaginable: la fe en que Dios puede venir a mí, incluso a diario en la Santísima Eucaristía, y que en Él puedo encontrar todo lo que necesita mi corazón, a veces tan atormentado. Gracias a la Iglesia puedo creer que Dios se quedó con nosotros hasta el fin del mundo, que este Dios que viene a mí en la Eucaristía me hace una entrega de Él mismo. Y al dárseme Él mismo, me lo da todo: toda la temporalidad que Él creó. Pero únicamente para obsequiarme por siempre la luz de su gloria.

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