King Nº 7 El Dios de nuestra vida. Herbert King
desván”. Pero en horas de soledad Strauss habría declarado: “¡Qué obra terrible hemos llevado a cabo! Lo más importante que le hemos arrebatado a la humanidad ha sido la fe en la Divina Providencia”. Hoy ya no se dice como antaño: “Mi vida responde a un plan de Dios”. Porque, ¿cómo se caracteriza hoy al ser humano? ¿Qué hemos hecho de él? Les reitero lo ya dicho: Hemos hecho de él una máquina de la que se puede abusar en todo sentido, con la que se puede jugar a su antojo. ¡Qué grande era la fe en la Divina Providencia de antaño!: “Yo soy objeto del infinito amor y guía paternales de Dios, y ello desde toda la eternidad”. Así hay que señalarlo cuando reflexionemos sobre nuestra imagen de hombre: Planeado desde la eternidad. Vale decir, no soy flor de un día, no soy el producto de circunstancias azarosas o casuales. No, existe un plan de Dios. ¿Y cómo es ese plan? Es un infinito plan de amor, sabiduría y omnipotencia.
(Plan de amor)
Un plan de amor. ¿Qué es lo que ha llevado al Dios vivo a pensar en mí, a darme vida? Lo escuchamos una y otra vez y dejamos que cale en nuestra mente y corazón: Soy fruto de un plan de amor… un plan de amor.
Un gran intelectual dijo una vez: “Deus quaerit condiligentes se”.57 Dios me ha creado porque Él - hablando humanamente - me necesitaba como objeto de su amor. Por cierto es difícil expresar estas realidades, pero lo entenderán mejor si lo interpreto así: El Dios Trino vive en un mar de amor - Padre e Hijo en un único e infinito beso de amor, en una unión de amor. Y esa unión de amor es tan profunda que de ella surge incluso una tercera persona. Pero con esto no queda saciado aún el hambre de amor del eterno Padre Dios, de quien san Juan dice: Deus caritas est [Dios es amor, 1Jn 4,8.16]. La corriente de amor divina, trinitaria, quiere derramarse - por decirlo así -: Dios crea nuevos seres. ¿Por qué? ¿Por qué me creó?
Dios quiere amarme; reitero que Dios no es feliz si no puede amarme. Así debo representármelo. ¿Qué soy yo entonces? Un producto del amor de Dios. Por eso no hay que decir: “Nadie se preocupa por mí, porque soy viejo, soy una carga para los demás; porque no soy hermoso o bien de escasa talla; porque soy insignificante, no tengo cualidades destacadas”… No, no. Para Dios soy siempre objeto de su amor, él quiere amarme. ¿Y qué espera también de mí? Que responda con amor: He ahí el sentido de mi vida. Desde el punto de vista de Dios: Yo he de ser objeto de su amor; y desde mi propio punto de vista: Dios ha de ser objeto de mi amor. ¿Ocurre así? Dios ha llamado a la existencia a todas las cosas creadas como un cierto imperativo, como una oportunidad, como una exhortación a amar.
Don de amor. Si soy una mujer casada: mi esposo es un don de amor de Dios; el esposo debe motivarme a amar, para que el amor que yo tengo a mi cónyuge eleve hacia Dios, más y más, mi propio amor y el amor de mi esposo. Mis hijos y todos los bienes materiales que yo tenga: dones de amor de Dios, regalados por el amor de Dios, para que yo aprenda a amar mediante esas cosas; tanto si se trata de personas, como de objetos, o de las mismas vicisitudes de la vida: todo eso constituye una invitación a amar de parte de Dios. A través de todo lo creado Dios pide mi amor; me lo pide de dos maneras: que utilice por amor lo creado o bien que renuncie por amor a tal o cual cosa que pudiera poner en peligro mi amor.
¿Se dan cuenta ahora de cómo es nuestra concepción del ser humano? ¿Cuál es mi condición? Quizás mi frágil naturaleza esté enferma, quizás yo esté sintiendo en mí el aguijón de la muerte. No obstante, ¡qué enorme dignidad poseo! Hemos olvidado todo eso, no sabemos qué hacer con eso. En resumen, soy producto del amor de Dios y por lo tanto debo llegar a ser también producto de la respuesta de amor a Dios. Amor por amor.
(Plan de sabiduría)
En segundo lugar soy también un producto de la sabiduría de Dios. Quizás no comprenda muchas cosas que han ocurrido en mi vida, las vicisitudes por las que he pasado. No las comprendo… son un enigma para mí. Pero detrás está la sabiduría de Dios. El amor de Dios ha trazado un plan para mí, un plan que llegará a su definitiva consumación en la eternidad. Por lo tanto no sé exactamente cómo es; es un misterio, un misterio rodeado de oscuridad. Pero la sabiduría eterna de Dios sabe aprovechar todo eso para que se alcance la meta que el Dios vivo ha previsto para mí. Él conoce mi naturaleza; conoce mejor que nadie las misteriosas fuerzas motrices de mi naturaleza. Todo lo que me envía es adecuación a esas fuerzas motrices, para ponerlas en movimiento, para que en definitiva yo llegue a ser tal cual estoy previsto en sus planes.
Hoy vivimos en la oscuridad de la época y necesitamos la luz de lo alto. A modo de ejemplo: Sería bueno meditar hoy sobre la figura de José, el hijo de Jacob.58 Dios le reveló en sueños la imagen que tenía de él en su divino corazón. En sueños ve que el sol, la luna y las estrellas se inclinaban ante él. Ése era el gran objetivo que evidentemente le había fijado Dios. ¿Y qué caminos utilizó Dios para que dicho objetivo fuese alcanzado? Sabemos que sus hermanos odiaron a José a causa de esos sueños; no querían ser sus súbditos y por eso tramaron su muerte. Pero José finalmente no es asesinado sino vendido como esclavo. Se suceden los hechos, José se ve en un gran desconcierto. Siendo ahora esclavo, es arrojado en la cárcel… ¡qué caminos tan singulares! Desde el punto de vista meramente humano: “¡Cielos! ¡Qué significa todo esto! ¿Cómo ha de cumplirse el plan de Dios en estas circunstancias?” Y no obstante, ese plan se cumplió. Ya sabemos de qué manera se cumplió.
He aquí pues un ejemplo clásico de cómo Dios toma de la mano a cada uno de nosotros. Aun cuando no sucede de modo tan drástico como en la historia bíblica, al final en la eternidad podremos demostrar, podremos experimentar cuán sabiamente Dios ha guiado, conducido nuestra vida. (…)
Pero recordemos siempre estas dos observaciones: Nunca estemos en pie de guerra con la Divina Providencia. En general el hombre de hoy está casi continuamente en pie de guerra con la Divina Providencia. Eso es algo que ya no queremos más.
1.20 PLAN DE VIDA HUMANO Y DIVINO
De: Homilía del 25 de diciembre de 1964.
En: Aus dem Glauben leben, 15, 182-186
Al reflexionar sobre todas las luces y sombras de nuestra vida, nos preguntamos si detrás de esa vida existe un plan misterioso, un plan divino.59Otros serían quizás los planes que nosotros habríamos trazado para nuestra vida. Si hubiéramos podido guiarnos a nosotros mismos, si hubiéramos tenido la última palabra sobre nuestro destino y el destino de nuestra familia, de nuestros hijos, ciertamente no estaríamos ahora aquí. Muchos diríamos - muchos de nosotros-: “Teníamos una sólida posición, contábamos con una propiedad, éramos dueños de nuestra tierra, podíamos seguir tranquilamente nuestro camino…”60 En efecto, otros eran nuestros planes. Por eso planteo de nuevo la pregunta: A pesar de todo, ¿acaso no tiene Dios un verdadero plan, un plan real de amor, de sabiduría y omnipotencia?
Tomemos por un momento distancia de nosotros mismos y contemplemos el mundo de hoy con su caos; contemplemos todas las situaciones sobre las cuales hablamos esta noche,61 y que de alguna manera nos aguardan. ¿No hay detrás un plan, y ciertamente un plan de amor? Si al considerar el acontecer mundial actual nos parece que Dios es un Dios, ¿cómo pues podría haber detrás de todo un plan de amor, de sabiduría y omnipotencia? Les pido que tomen en serio sus pensamientos pesimistas, que verbalicen lo que realmente sienten en el corazón, que expresen lo que la mente elabora una y otra vez en horas de silencio y de lo que no puede tomar distancia.62
Retomando el hilo de lo que veníamos diciendo, ¿no hay acaso un plan detrás de todo eso? San Agustín sabía exponer brillantemente las grandes cuestiones de la vida. Pues bien, este santo nos dice que desde toda la eternidad Dios ha trazado cuidadosamente un plan de amor, sabiduría y omnipotencia. Un plan en el que nosotros no somos meros números con los que se pueda jugar, ni seres sin nombre que sólo tengan que tapar agujeros aquí y allá, en los que ni Dios ni nadie hayan pensado. San Agustín añade que naturalmente ese plan es un plan misterioso. Dios no lo ha puesto delante de cada uno de nosotros para que lo miremos, examinemos y hagamos comparaciones: “He aquí el plan… veamos ahora su realización”. No, no; por supuesto que no. No es así. De lo contrario sería muy sencillo, sabríamos por último cómo terminaría todo. Un plan, sí; pero un plan - agrega san Agustín - que se puede comparar con un tapiz que cuelga en la pared. Tiene anverso y reverso. En el reverso se ve una maraña de hilos.