Los mayas. Raúl Pérez López-Portillo
las tesis de los dos arqueólogos clásicos, ahora se argumenta que los mayas glorifican su nombre y sus hazañas en piedra para la eternidad. El cambio de actitud en el estudio de la historia maya se debe a Heinrich Berlin, David Kelley, Alberto Ruz y sobre todo a Tatiana Proskouriakoff, desde que en 1960 descubre que los contenidos en los monumentos de Piedras Negras se refieren a las biografías de sus gobernantes. En A pattern of dates and monuments at Piedras Negras, Tatiana identifica los glifos para nacimiento, entronización, captura, captor, sacrificio y muerte. Pero no sólo identifica los verbos, sino también a los sujetos (gobernantes) de cada oración, y con ellos el contenido histórico de las inscripciones mayas.
Tatiana revela en palabras sencillas la historia de los gobernantes mayas, su nacimiento, el ascenso, su matrimonio, su caída, su muerte, sus conquistas o la historia de los sucesores. Según Mercedes de la Garza, los mayas dejan plasmado en piedra la preocupación de los hombres y también de su propio ser histórico. La posición de los dos grandes mayistas clásicos, sin embargo, parece cambiar. Morley, el más reacio a mover su actitud, reconoce en 1915 que “ha sido demostrado, más allá de toda duda, que la mayoría de las fechas en los monumentos mayas se refiere al tiempo de su erección, de modo que las inscripciones que ellos presentan son históricas, dado que tienen registros contemporáneos de diferentes épocas”. En 1946, en su obra The Ancient Maya, se retracta y afirma que “no refieren historias de conquistas reales ni registran los procesos de un imperio, ni elogian, ni exaltan, glorifican o engrandecen a nadie”. Thompson sigue por su parte, en 1954, el mismo camino que su colega, en su obra Grandeza y decadencia de los mayas, pero en su último libro de 1970, Maya History and Religion, interpreta los monolitos en otro sentido y cree que sí cuentan historias sociales.
Arte y cultura
El tiempo y la memoria
Los inicios de la cultura clásica maya en las Tierras Bajas marcan la culminación de la diferenciación con otras culturas de la superárea de Mesoamérica, Teotihuacán y Monte Albán, sobre todo. Pero es igualmente contemporánea en algunas fases, con éstas y con otras más alejadas, en Occidente y la costa de Veracruz. Es marcado el avance técnico entre los mayas, como muestran el desarrollo de sus ciudades y centros ceremoniales, entre otros factores que ya se han visto, incluido el arte, las matemáticas, la astrología, el comercio o el calendario. La cultura camina hacia una etapa superior, ahí donde en otros momentos lo Preclásico inicia un incipiente desarrollo. Todo florece en el territorio maya.
En una sociedad estratificada como la maya, el arte persigue un doble propósito, estimula la fe religiosa y enaltece a los gobernantes. Para lo primero se construyen pirámides y para lo segundo, los bajorrelieves o estelas sirven para representar al jerarca. Alberto Ruz precisa que los distintos estilos artísticos apoyan la visión de un territorio dividido en Estados autónomos; además del factor geográfico, procesos históricos, influencias o invasiones extranjeras “explican cambios repentinos en la temática y en el estilo”. Sin embargo, lo singular es la importancia que se atribuye a la figura humana, no por sentimiento humanístico, sino por la necesidad que experimenta la clase dominante “de justificar ante los ojos de la población su misión trascendental como representantes de los dioses sobre la tierra”.
Lo clásico, en arte, se caracteriza “por un estilo rico y florido, maestría técnica, madurez estética y sobriedad austera y clásica”, cualidades que se pierden con la evolución, según Miguel Covarrubias. En las Tierras Altas las artes “se volvieron más y más convencionales y estilizadas; con el tiempo se mecanizaron, se vuelven pomposas hasta entrar en un periodo de franca decadencia”. En las Tierras Bajas tropicales tienen, en cambio, “un espíritu más libre, alegre y realista, que culminó en desbordamiento decadente”. A este arte solemne y estilizado de las Tierras Altas, Wigberto Jiménez Moreno lo llama apolíneo.
Covarrubias estudia el arte de la meseta y afirma que “es dramático, austero y tremendo, sus formas son arquitectónicas y geométricas, sus líneas precisas y ordenadas, a menudo rígidas y bárbaras, pero suavizadas por un sentido innato del ritmo y la comprensión por las formas de la naturaleza”. En las Tierras Bajas, la costa del Golfo y el área maya, es “sensual y etéreo, hecho de volutas, meandros y figuras desbordantes y entrelazadas. Las caras sonrientes y el modelado suave de los cuerpos humanos en la costa son desconocidos en las Tierras Altas, pero las dos tendencias estéticas se influyen mutuamente”.
De aquí al Clásico puro sólo hay un paso: la cultura entra en una dinámica conceptual superior. Parte de culpa de ese desarrollo la tienen la “polarización” entre el campo y la ciudad. Aparece el gigantismo urbano y ésta se convierte en “concentradora y distribuidora de la riqueza”. En el Clásico se dan las condiciones propicias para la transformación: cosechas abundantes, vías adecuadas para el flujo de recursos de la periferia a los centros, manufactura especializada “y en gran escala de bienes al comercio; integración de sistemas productivos y regionales; solidez del intercambio interregional; control de redes mercantiles y existencia de complejos aparatos administrativos y burocráticos capaces de impulsar y organizar la producción, digerir y proteger el comercio y de redistribuir los bienes que afluían a las capitales”, según Austin y Lujan. Sin embargo, su nivel tecnológico desconoce aún el uso de la rueda, el arado y el metal. Sus hazañas tienen mucho mérito por ello pero el sistema del modo de producción, dice Ruz, es aun “más explotador” que el que rige en las civilizaciones de Asia.
Según Covarrubias, el arte maya no tiene la poderosa fuerza plástica, ni la directa simplicidad de las culturas indias menos elaboradas; por el contrario, “estaba dotado de elegancia y refinamiento aristocráticos, de delicadeza en el concepto y de perfección técnica sólo comparables a las artes contemporáneas de entonces en el lejano Oriente, tales como el periodo clásico Gupta de la India, el Khmer de Indochina y el de la Dinastía Tang de China”.
A pesar de su compleja mentalidad, los mayas se limitan a glorificar a la aristocracia sacerdotal y a la representación de ideas religiosas, de dioses, de ciertos monstruos o dragones míticos, de conceptos astronómicos y de formas animales y vegetales ordinarias cuando tenían que indicar algún símbolo o glifo. “Nunca representaron escenas de la vida diaria, o al pueblo común, al menos que mostraren esclavos o víctimas”, dice Covarrubias. Los personajes lujosamente vestidos –de pie o reclinados en su trono– reflejan siempre la apoteosis de un jefe o un sacerdote en un rito o venciendo a un enemigo.
De la aldea en el campo a la ciudad y en ésta, el gran cambio arquitectónico, con planificación. Se construyen edificios de piedra y estuco; algunos edificios son pirámides-templos de cuerpos superpuestos con escalinatas enormes, palacios, juegos de pelota y terrazas dispuestos alrededor de plazas y avenidas; hay monumentos con fechas y estelas conmemorativas, talla de piedra en bajorrelieve, pinturas murales al fresco, cerámica funeraria sumamente rica, modelada o pintada, trabajos en jade color verde esmeralda, en contraste por ejemplo con el jade azulado de los olmecas.
El complejo calendario es uno de los grandes avances de la superárea. Gobierna la religión, la política, el destino de individuos y de las naciones, la periodicidad de mercados y comercio, la asignación de personas y lugares, la comprensión de los movimientos aparentes de los cuerpos celestes y el comportamiento de los dioses. El teotihuacano, en esta primera vertiente, que siguen otros pueblos, conserva los sistemas más sencillos de cómputo del tiempo. Según Austin y Lujan, tiene como parte medular la combinación del ciclo de 365 días (agrícola-religioso) y el de 260 (adivinatorio). En la segunda vertiente, que desarrollan al grado máximo los mayas, se emplean sistemas complejos. “El calendario usaba una combinación básica en la cual sumaba a los dos ciclos… el de 360 días (histórico-adivinatorio), y se valía de la cuenta larga, que hacía necesarios cálculos sumamente elaborados y precisos”.
Los mayas atribuyen fabulosa antigüedad a su historia, puntualiza Miguel Covarrubias. Según nos dice, cuentan el tiempo a partir de la fecha cero, o sea los comienzos míticos del mundo, la fecha ‘4 ahau, 8 cumhu’, que Spinden interpreta como “15 de octubre de 3375 a.C.”, hace unos cinco mil años, tiempo que curiosamente coincide con los comienzos de la civilización del Viejo Mundo. Desde este punto de arranque, los mayas computan el tiempo en grandes siglos llamados katunes, cada uno con una duración aproximada de 394 de nuestros años.