Tocado y transformado. Margarita Burt
Los años maduros de Jacob
39. Dolorosa santificación (1)
40. Años aparentemente estériles
41. Culpa y convicción de pecado
42. Los hijos de Jacob llegan al arrepentimiento
44. La angustia de la incertidumbre
47. Las promesas de Dios a Jacob
57. Nuestras posesiones en este mundo: Una tumba
58. Posteriores relaciones entre hermanos
59. Jacob, ejemplo de los que mueren con fe
7. La vida de fe de la madre de David
11. La fe y los enigmas de la vida
12. Muchas manifestaciones variadas de la fe
14. Tu actitud hacia lo que Dios te ha prometido
INTRODUCCIÓN (¡QUE NO SE DEBE SALTAR!)
TÚ ERES JACOB
La historia de Jacob es tu historia. En cambio, la historia de José es la de Jesús, el perfecto, el que fue el favorito de su Padre, obediente hasta la muerte, rechazado por sus hermanos, traicionado, vendido, hecho esclavo, acusado falsamente, encarcelado, reivindicado, exaltado y puesto en el lugar de autoridad, desde donde perdonó a sus hermanos y los sostuvo por pura gracia. Fue Jesús quien pudo decir supremamente: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20); “porque convenía que aquel que habiendo de llevar a muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10); “y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5: 9). Jesús, “siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:6-11). Fue humillado y exaltado; esta es la historia de José, y la de Jesús.
No es así la historia de Jacob. Jacob fue el imperfecto, el engañador, un hombre con una asombrosa mezcla de carnalidad y espiritualidad, que quería ante todo la bendición de Dios, pero la procuraba por medios carnales. ¡Pecaba para ser bendecido! Al igual que él, usamos la espiritualidad para nuestros fines y la carnalidad para servir a Dios. Queremos ser espirituales a nuestra manera, con nuestro “yo” como factor predominante. No queremos renunciar a nuestra voluntad. No doblegamos nuestro orgullo. Regateamos con Dios. Le ponemos las condiciones para que Él sea nuestro Dios. Si nos consiente lo que pedimos, ¡le concederemos el honor