Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la Plata
príncipe Tse-Yuen, desconfiado o previsor, también se imaginaba que la emperatriz madre podía estar fraguando alguna trampa o artimaña para arrebatarle el poder si llegaba a Pekín antes que él, esa soberanía por la que él tanto había trabajado. A fin de solucionar el asunto de las emperatrices de forma definitiva se las arregló para integrar en el cortejo de las dos señoras algunos fieles que pertenecían a su guardia de corps para que durante su viaje las mataran. Pero Cixi también contaba con uno de sus fieles en el cortejo de Tse-Yuen: su primo Jung-Lu, quien se enteró de las intenciones de los príncipes y del Gran Mandarín y así, en un punto cerca del lugar en que sabía se había de realizar el crimen, se separó del cortejo fúnebre y acudió con sus hombres a proteger a las dos emperatrices, Zhen y Cixi, antes de que se llevara a cabo el mortal atentado.
Jung-Lu (1836-1903) era el primo con el que en principio, habían pensado en casar a la joven Yenehara. Luego llegó a general y consejero de la emperatriz Cixí, su pariente, con su apoyo fue nombrado virrey de Zhili. Acabó con los proyectos reformistas del emperador Kuan-siu (período de los cien días) con el apoyo del ejército y restauró en el poder a la emperatriz Cixí.
Llegados todos sin ningún otro incidente a Pekín, según el protocolo el nuevo emperador, el niño Tongzhi, su madre y la emperatriz Zhen, su tía, acudieron a las puertas de la ciudad para rendir tributo al difunto. Allí, tras intercambiarse cortesías y saludos, la concubina destituyó a los pretendidos tres regentes, no sin darles las gracias, eso sí, por los servicios prestados. En ese momento el príncipe Tse-Yuen tuvo la audacia de decirle a la emperatriz del este que ella no era nadie para destituirle de un cargo que le había dado el difunto emperador, entonces la emperatriz le mandó tomar preso, orden que fue obedecida por sus hombres. Tarde se dieron cuenta los conjurados de que las calles estaban ocupadas por las tropas adeptas a Cixí y que cualquier resistencia hubiera sido inútil. Aquí se probó que la inteligencia de la inexperta emperatriz del este había sido superior a la astucia de los experimentados príncipes y todo su poder; la muchacha ignorante que había venido hacía seis años desde la calle del Estaño se movía como pez en el agua por los vericuetos de palacio.
Sin perder un instante, las dos emperatrices regularizaron la situación haciendo firmar al niño-emperador los decretos necesarios para formalizar su tutoría en forma legítima, lo que se hizo y selló con el sello real, el llamado «de la autoridad legítimamente trasmitida». Era una ficción legal, pero ello legalizó la situación y la regencia pasaba ahora, como decía la ley y la costumbre, a las dos mujeres.
Trajes chinos en el siglo XIX
En adelante las dos emperatrices gobernaron aconsejadas por Kung y otros hombres de confianza, en nombre del pequeño emperador. Desde ese momento, aparecieron siempre detrás de un biombo con cortinas de gasa, sin presentarse abiertamente ante las miradas masculinas.
La mayoría de los días, el pequeño monarca también asistía a las audiencias, aunque cuando se cansaba a menudo acababa la sesión sentado en el regazo de una de sus madres, o tirado en el suelo, jugando con las alfombras, hasta que un eunuco se lo llevaba en brazos.
En cuanto a los dos príncipes revoltosos, Tse-Yuen y Tuan Hua, se les autorizó para quitarse la vida por su propia mano, salvándose así del descuartizamiento que era la pena por traición y su cómplice, Sushun, fue destinado la peor de las muertes: la de los mil cortes; aunque al final la emperatriz del este accedió a que muriese de otro modo. El Gran Mandarín Sushun, «por la gran bondad de la madre del emperador», fue solamente degollado, eso sí, lo hicieron públicamente para humillarlo más. Su cabeza rodó por el mercado entre las verduras marchitas.
De esta forma, la emperatriz del este, antes Yenehara, pasaba a ser la emperatriz viuda y de ahí en adelante su nombre sería Cixí.
LOS INICIOS DEL PODER. PRIMERA REGENCIA
Durante la primera regencia la emperatriz Cixí intentó pasar casi desapercibida. Todos los decretos se dictaron en nombre del emperador niño, mientras que la verdadera emperatriz viuda, la dama Zhen, no interfería en el Gobierno, aunque se suponía que en teoría ella compartía en todo la tutoría con la dama Cixí. La acompañaba en las audiencias y confirmaba los decretos en nombre del pequeño soberano. Pero la realidad es que no tomaba parte en nada ni en ninguna decisión.
Al tiempo que se proclamó el nuevo reinado apareció un edicto de las dos emperatrices:
Nuestra elevación a la regencia ha sido enteramente opuesta a nuestros deseos; mas nos hemos rendido a las vivas instancias de los príncipes y de los ministros, pues comprendemos que es necesaria una autoridad superior a la cual puedan referirse. Tan pronto como acabe la educación del Emperador, dejaremos de intervenir en los asuntos de Gobierno que se ejercerá de nuevo según el sistema prescrito por todas las tradiciones de nuestras dinastías. Todos deben saber que ejercemos contra nuestro gusto la dirección de los asuntos públicos. Esperamos de los dignatarios del Estado una leal colaboración en la difícil tarea que hemos emprendido.
La primera regencia duró de 1861 a 1873 y puede ser considerada como una preparación para el siguiente paso en el poder. A las dos emperatrices se les otorgaron diversos títulos honoríficos y cada uno tenía anejo una pensión de 100 000 taeles al año. Zhen recibió el título de maternal y apacible y Cixí el de maternal y propicia. A los setenta años Cixí llegó a recopilar más de dieciséis títulos.
Traje de gala de la emperatriz Cixí
En esta primera regencia ya se manifestó la ambición de Cixí y, aunque al principio de su reinado dependía en gran parte de los sabios consejos de su maestro, el príncipe Kung, poco a poco adquirió confianza y también fue capaz de moverse por sí misma en los asuntos de Estado. Cada vez le resultaba más incómoda la presencia del príncipe Kung y sus consejos —pensaba— más innecesarios. Los eunucos, que anotaban en un libro cada falta de protocolo cuando se celebraban las audiencias, anotaban faltas cometidas todos los días por el príncipe Kung, pues este se consideraba a sí mismo el hacedor de la emperatriz y un colaborador necesario. Entraba y salía de palacio sin haber sido llamado, cosa impensable para cualquier otro visitante, y atendía a las audiencias junto con las emperatrices. Sus consejos no siempre eran solicitados y a veces eran contrarios a las opiniones de Cixí, el ambiente era cada vez más tenso.
Un día, en abril de 1865, el consejero Kung se levantó repentinamente en un acto, lo que estaba prohibido expresamente para evitar un ataque repentino por parte de algún colaborador o mandatario. La emperatriz fingió un súbito sobresalto ante este hecho y los guardias se llevaron al atrevido príncipe. Tras esto Kung recibió órdenes de apartarse de palacio inmediatamente. Pronto por un decreto se le relevó de sus funciones tanto de consejero de Gobierno como de miembro del Gran Consejo y jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores. El decreto decía que Kung «ha demostrado ser indigno de la confianza de Sus Majestades», se hablaba de su «nepotismo escandaloso», de sus «tendencias a la rebelión» y otras acusaciones veladas.
Sin embargo, este decreto por el que se prescindía del príncipe molestó al pueblo, pues Kung era muy acreditado y apreciado y Cixí vio tambalearse su propia popularidad, así que unas semanas después repuso a Kung en sus puestos tras anunciar que este «había llorado amargamente por sus errores y pedido perdón». El príncipe volvió formar parte del Gran Consejo pero no se le reintegró su título de consejero de Gobierno, con ello se recortaba su autoridad y se le hacía sentir el poderío de la emperatriz. Era algo más que un toque de atención.
Por fin termina el sepulcro del difunto emperador Xianfeng que se había demorado cuatro años en su construcción. En otoño de 1865 se celebró el funeral, con el difunto se enterró a su primera esposa que había fallecido en 1850 y cuyos restos descansaban desde entonces en el templo de su pueblo, a siete millas de la capital.
Terminada