3MGH Mireia desaparecida. Tomás Moscardó

3MGH Mireia desaparecida - Tomás Moscardó


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eso significa que están dentro, ¿no?

      El recepcionista se quedó perplejo y respondió a Pep.

      —Un momento, que aviso al jefe de recepción.

      El joven entró en el office y pasados unos segundos apareció su jefe por la puerta lateral del mostrador.

      —¿Qué es lo que sucede? —preguntó el superior.

      —Tenemos tres alumnos menores que no se han presentado a desayunar, nadie los ha visto desde anoche, no responden a sus móviles ni abren la puerta. Pero la señal de que hay alguien en la habitación está encendida. Son dos chicas que comparten la 412 y un chico que está en la 418, pero su compañero de habitación sí está y confirma que no ha dormido en la habitación. No sé, ¿pueden de alguna forma abrir con la llave maestra?

      —Por supuesto, caballero, no se preocupe. Enseguida vamos a la 412 y abrimos la puerta. ¿Es usted el tutor de los chicos?

      —No, la tutora es mi compañera Gemma, que se está dejando las manos aporreando la puerta de la habitación.

      Rápidamente Pep y el jefe de recepción se dirigieron hacia el ascensor para subir a la cuarta planta. Mientras, Pep sacó su teléfono móvil para informar a Gemma.

      A paso ligero llegaron ambos hasta la puerta de la habitación 412, donde estaba Gemma esperando.

      —Vamos, vamos, dese prisa, necesitamos entrar en la habitación —le espetó Gemma al encargado.

      —Voy.

      El recepcionista introdujo la tarjeta magnética en el hueco de la cerradura dorada de la habitación 412. En ese momento se escuchó un clic, y se puso de color verde el led que indicaba que la cerradura se había abierto. Bajando la manilla de la puerta con su mano derecha, procedió a abrirla.

      Dándole un empujón al jefe de recepción, tanto Gemma como Pep entraron en la habitación.

      Al superar el pequeño pasillo que formaba la pared del cuarto de baño situado a la derecha que les impedía ver la estancia desde la entrada, se quedaron paralizados durante un segundo.

      En la cama izquierda de la habitación, justo la que estaba junto a la puerta que accedía al balcón, se encontraba Tania, inconsciente, maniatada al cabecero con una cuerda y amordazada con un trozo de cinta americana gris.

      En la cama de la derecha, exactamente igual que Tania, estaba Gerard. No había separación entre los dos colchones. Los chicos estaban inconscientes y desnudos, tapados simplemente con una sábana.

      La habitación se encontraba toda revuelta, la ropa de las chicas había sido sacada del armario y tirada al suelo junto con la ropa que Gerard llevaba puesta cuando entró en la habitación 412. El bolso de Tania también estaba tirado en el suelo con todo su contenido desparramado.

      La televisión permanecía encendida en el canal de música que los jóvenes debían estar escuchando antes de ser atacados, pero no había ni rastro de Mireia.

      Tras ese primer segundo en el que ambos profesores se habían quedado paralizados, Gemma fue la primera en reaccionar.

      —¡Joder! ¿Pero qué demonios ha pasado aquí? —exclamó.

      Acto seguido corrió hasta la cama donde Tania se encontraba y le quitó la cinta americana de la boca, aunque le costó bastante trabajo debido a lo fuerte que estaba pegada y a los nervios que le hacían temblar las manos.

      —¡Tania, Tania, Tania! ¡Joder, respóndeme!

      Una décima de segundo después Pep se dirigió a donde estaba Gerard y también procedió a quitarle la cinta que tapaba su boca.

      —Gerard, Gerard, ¿me escuchas? Gerard, ¡despierta, hostia!

      Girándose hacia el jefe de recepción, que permanecía de pie perplejo, Pep le gritó desesperado:

      —¡Pida algo para cortar las cuerdas, ya!

      El jefe de recepción cogió su walkie-talkie y pulsando el botón dijo:

      —Responsable de mantenimiento, necesito que traiga urgentemente algo para cortar unas cuerdas a la 412. ¡Rápido!

      —Recibido, voy inmediatamente para la 412 —respondió una voz a través del altavoz.

      De nuevo el jefe de recepción pulsó el botón del aparato.

      —Sanitario de turno, urgentemente a la 412.

      —Estoy saliendo ya, habitación 412 —respondió el sanitario.

      Acto seguido, el jefe de recepción cogió su teléfono móvil y llamó al director del hotel.

      —Señor Arnedo, ¿puede usted subir a la habitación 412? Tenemos problemas.

      —¿Qué ocurre? —respondió el director.

      —Es mejor que suba a verlo, tenemos dos adolescentes maniatados en la habitación y otra desaparecida.

      —Subo de inmediato, procure que nadie del personal ni los clientes merodeen por la 412.

      En el momento en que el empleado colgaba el teléfono, llegaban corriendo por el pasillo el responsable de mantenimiento y el sanitario.

      —¡Vamos, vamos! Dense prisa —les gritó impaciente el jefe de recepción.

      Una vez en la puerta de la habitación este les indicó:

      —Ni una palabra a nadie del personal ni de los clientes del hotel de lo que vean en la habitación, ¿entendido?

      —Por supuesto —respondió el responsable de mantenimiento.

      —El secreto profesional me obliga a ello —respondió el sanitario.

      Entraron por la puerta y Gemma se dirigió a ellos.

      —Por fin. Rápido, suéltenlos y atiéndanlos. A saber el tiempo que llevan así y siguen sin despertarse.

      Los empleados del hotel se dirigieron primero al lugar en el que se encontraba Tania. El responsable de mantenimiento sacó unas tijeras de corte afilado y primero liberó la mano derecha de Tania y posteriormente la izquierda. Después repitió la maniobra con las manos de Gerard.

      En cuanto estuvieron liberados de las cuerdas, entre todos procedieron a tumbar a los dos chicos sobre la cama.

      En ese momento llegó el director del hotel a la habitación y quedó perplejo, pero no dijo nada a la espera de que el sanitario le comunicara algo.

      Este último empezó a examinar a Tania. Puso sus dedos sobre la yugular de la joven y notó que tenía el pulso débil. Enseguida sacó de su botiquín una pequeña linterna y con el dedo pulgar de su mano izquierda levantó el párpado derecho de la adolescente. Acto seguido realizó la misma acción en el párpado izquierdo y exclamó:

      —Está totalmente inconsciente, es algo muy raro. Voy a revisar al joven, pero hay que llamar al 112 para que nos manden dos ambulancias. Al menos la chica está en un estado catatónico, por decirlo de alguna manera. Necesitan que los vea un médico y rápido. Desconozco por qué están así.

      —Dios mío, Tania, Gerard, no puede ser. Por favor, hay que llamar urgentemente —suplicó Gemma rompiendo a llorar.

      —Ya estoy llamando —respondió el jefe de recepción.

      —112, ¿cuál es su emergencia?

      —Soy el jefe de recepción del Hotel Night Beach, tenemos dos adolescentes, chico y chica, inconscientes. Nuestro sanitario les ha atendido, pero no despiertan.

      —De acuerdo, Hotel Night Beach. ¿Qué edad tienen los menores?

      —¿Qué edad tienen? —preguntó el jefe de recepción a Gemma.

      —Ambos tienen diecisiete años —apuntó.

      —Los menores tienen diecisiete años —respondió el jefe de recepción al técnico de urgencias


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