Уголовно-процессуальное право. Практикум 5-е изд., пер. и доп. Учебное пособие для бакалавров. Владимир Александрович Давыдов
las jerarquías oscuras organizan el agujero negro de una cárcel cerrada. Los posibles aquí se recogen en una sola imposibilidad, la imposibilidad de vivir.
Pero el campo de guerra y el espacio de los posibles son las dos caras de lo mismo. De una única realidad en la que vivir es aceptar, día a día, que la propia vida no vale nada. Por eso la dualidad excluido/incluido es útil, y a la vez, problemática. Constituye el punto de partida necesario y, sin embargo, tiene que ser dejada a un lado. El desafío consiste en atravesarla: «todos somos (potencialmente) excluidos». La antigua operación política que buscaba dar una centralidad política al margen, no es necesaria. El margen está ya plenamente en el centro. Si pensamos políticamente la exclusión, es decir, si consideramos a los excluidos anomalías peligrosas puesto que interrumpen la máquina de movilización global, entonces el grito de «Basta ya» estalla en una única afirmación colectiva de dignidad. Aunque tampoco hay que engañarse. La vida del joven que no vale nada en Colombia porque su muerte es moneda de cambio no es la vida del joven en paro y sin futuro que malvive en el parque temático llamado Barcelona. Clara Valverde lo sabe perfectamente. Hablar de necropolítica no implica simplificar el discurso ni confundirlo todo. Por esa razón, su libro apunta desde el principio a la cuestión verdaderamente importante: ¿cómo autoorganizar el sufrimiento social? ¿Cómo pensar un alianza política entre todos y todas? Evidentemente, no se nos da la solución aunque sí valiosas indicaciones: los espacios intersticiales en tanto que lugar de encuentro, la empatía radical como base de una unión sin unidad, en definitiva, la propia vulnerabilidad como el modo más radical de hacer frente, paradójicamente, a la necropolítica.
INTRODUCCIÓN
¿SOMOS CÓMPLICES DE LA NECROPOLÍTICA DEL NEOLIBERALISMO?
Con la dictadura nos mataban. Ahora nos dejan morir.
Grafitti
El capitalismo neoliberal mantiene el poder y la riqueza de los privilegiados a través de las órdenes de los mercados que operan destruyendo el planeta y sus habitantes, empezando por las personas excluidas. Los privilegiados y sus corporaciones aumentan sus beneficios desorbitados mediante el incumplimiento de las leyes (no pagar impuestos, corrupción, explotación del medio ambiente) o de crear sus propias leyes (como el tratado ttip que, entre otras cosas, acelerará la mercantilización de los bienes públicos como la sanidad).
Las desigualdades aumentan a una velocidad vertiginosa, ponen en evidencia que el neoblieralismo no es compatible con la vida de los excluidos, de los que no pueden o no quieren creer en el mito del desarrollo. Ellos son los más afectados por las injusticias y la violencia del neoliberalismo: los sin trabajo o con trabajos mal pagados, los sin techo, los enfermos, discapacitados y dependientes, los ancianos, jóvenes y niños hambrientos, y los que han llegado aquí huyendo de la pobreza, de los conflictos armados y de los efectos del cambio climático en otros lugares.
La necropolítica (del griego necro, «muerte») del neoliberalismo no necesita armas para matar a los excluidos. Por medio de sus políticas, los excluidos viven muertos en vida o se les deja morir porque no son rentables. No sirven ni para ser esclavos. Pero, ¿no es suficiente con dejarlos morir sin acceso a comida, techo y atención sanitaria? ¿Por qué se desarrollan políticas y maneras de gobernar que aceleran su muerte, que se aseguran de que estén al límite de la vida con el «privilegio» de sobrevivir? Porque son una amenaza. Sin darse cuenta ni proponérselo, los excluidos y los precarios ponen en evidencia, como cuerpos resonantes, como altavoces, todas las injusticias del neoliberalismo. Y eso, los poderosos no lo van a tolerar porque podría inspirar solidaridad en el resto de la sociedad, solidaridad y empatía que se podrían convertir en revuelta.
Por eso, a través de muchas formas de violencia discreta, se aplasta, una y otra vez, a los excluidos. Se les remata (como se desarrollará en el capítulo 3). Y se convence al resto de la sociedad de que participen en esa necropolítica, no solo asegurándose de que no haya solidaridad, sino también utilizando a los «incluidos» y a los expertos para mantener a los excluidos a raya (tema que se trata en el capítulo 4).
El neoliberalismo se mantiene, en parte, gracias a esos «incluidos» que aún creen que están a salvo, los que aún creen, falsamente, que son libres y los que esperan que vengan tiempos mejores por arte de magia. Por eso urge, más que nunca, la creación de una empatía radical para amenazar al neoliberalismo (idea que se elaborará en el capítulo 6).
Los espacios intersticiales en los que habitan los excluidos podrían ser el punto desde el cual el 99% podría comenzar a desarrollar una empatía radical. No es cuestión de incluir a los excluidos en los movimientos sociales. Esa vieja estrategia paternalista ya ha mostrado su inutilidad. Ahora es necesario que los que piensan que son los «incluidos» dejen de creer las historias tranquilizantes y despolitizadoras (que quitan el contenido político de los temas sociales) de los poderosos. Urge darse cuenta de la propia vulnerabilidad y mirar al excluido a la cara.
Esa cara descoloca y crea intranquilidad. Esa es la intranquilidad que se necesita para repolitizar, para volver a ver que lo social es político y para despertar solidaridad para crear una empatía radical. Es necesario poner el cuerpo y la mirada en los espacios intersticiales. Cualquier resistencia a participar en la necropolítica del neoliberalismo tiene que surgir de la claridad de poder ver que todos somos vulnerables y excluidos.
No es cuestión de volver al Estado de bienestar que tan fácilmente ha sido saboteado y ha tomado tintes de caridad. Tampoco creemos que «tomar el poder» a través de la política electoral, a la larga, sea la manera de reducir el sufrimiento.
En el último capítulo se exploran maneras de abandonar el capitalismo neoliberal y de desarrollar la mirada y la escucha en nuevos espacios como paso previo antes de crear unas sociedades en común.
Abandonar el barco, no porque se esté hundiendo, sino para que se hunda.
Simon Critchley, Infinitely Demanding
I. LA NECROPOLÍTICA TRAS EL FIN DEL CONTRATO
Consideran el Estado como un botín de guerra.
Guillem Martínez, El Diario.es 16/08/2014
El fin del contrato
Hay que bajar las pensiones por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado.
Christine Lagarde,
Fondo Monentario Internacional, 11/5/2014
Se mueren las personas dependientes sin recibir la ayuda económica que se les había concedido para que alguien cuidara de ellas. La salud de los pacientes empeora drásticamente mientras están en listas de espera que crecen en vez de reducirse. Hay numerosos enfermos que no tienen suficientes ingresos para pagar su medicación. Se mueren personas con Hepatitis C cuando ya existe la medicación disponible para curarla, pero el gobierno no la distribuye. Se suicida un padre de familia en paro porque le van a quitar el piso que ya no puede pagar.
Esto es solo la punta del iceberg en el que vivimos: los administradores y los gobernantes, en vez de gobernar, hacen negocios con los recursos públicos a través de la mercantilización de los servicios de salud, de los recortes, de las medidas de austeridad y, en general, de la privatización del Estado de bienestar.
Aunque el contrato social con los gobiernos era poca cosa, lejos de lo común (servicios financiados por todos pero controlados por las personas y no las administraciones que sería lo más justo), se pensaba que el contrato social iba a funcionar. Ese contrato consistía en que, con el dinero de los impuestos, las administraciones organizarían servicios básicos para la sociedad bajo el control democrático de los gobiernos. Pero ese contrato ha llegado a su fin. Y, como dice la filósofa Chantal Mouffe, «ahora nos vemos obligados a defender ese Estado de bienestar que criticábamos por no ser suficientemente democrático».1
Este robo de lo público lo hacen por medio de leyes que legalizan la privatización de los bienes públicos, de pactos y tratados secretos, como el tratado ttip (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión en sus siglas en inglés), para dar al sector privado poder sobre lo público, y otras manipulaciones que están acabando con el