Huye, Ángel Mío. Virginie T.
que tenga lo que hay que tener en el calzoncillo. Léon no sigue en absoluto estos códigos. Tampoco es que sea feo, no exageremos. Sencillamente, es diferente. Con un metro setenta y cinco, es solo un poco más alto que yo. En lugar de una barba incipiente de tres días que les da a los hombres un toque viril encantador, la suya es poblada de varias semanas que me irritó la piel instantáneamente cuando me dio un beso para saludarme. Solo los músculos se corresponden con los de sus otros novios. Léon tiene unos bíceps tan gruesos como mis muslos, cubiertos de tatuajes tribales que me intrigan. Curiosa por naturaleza, le hago preguntas para descubrir lo que ha seducido a nuestra pizpireta Lilas.
—¿A qué te dedicas, Léon?
—Soy informático. Persigo a los cibercriminales en la red para ayudar a la policía.
Ah. Mira, eso es serio. Estoy impresionada. ¿Le habrá tocado la lotería a Lilas?
—Ese es un trabajo importante.
Se ríe, con una risa grave y profunda, y sus ojos se entrecierran entonces dejando aparecer algunas finas arrugas en el rabillo del ojo.
—Se me dan bien estas cosas. Pero de hecho, solo tengo que teclear en mi ordenador a lo largo del día, cómodamente sentado en mi sillón, y enviar por email a la comisaría los datos importantes que descubra.
Y modesto, además. Evidentemente, tiene que meterse Brandon en la conversación. El hermano desconfiado y protector ha vuelto.
—¿Entonces no eres poli?
—No. Ni siquiera he conocido a la mayoría de los inspectores que me contratan. Trabajo como freelance y todo pasa a distancia la mayoría del tiempo. Es raro que tenga que ir allí. Soy más bien un tipo hogareño.
Intervengo antes de que Brandon estropee la cena con observaciones infundadas y groseras.
—¿Quién quiere un café?
Preparo las bebidas calientes con la ayuda de Beth que parece estar en una nube.
—¿En qué piensas?
Sacude la cabeza sin responderme, haciendo que sus mechones rubios se muevan en todos los sentidos.
—¡Venga! Soy tu mejor amiga. No puedes andarte con secretitos y no contármelo.
—Lo sabrás al mismo tiempo que todo el mundo.
—¡Beth! No seas tonta. Venga, ¿qué?
Sigue con la boca herméticamente cerrada. Pero yo también tengo algo para ella.
—Si me dices tu secreto, yo te digo el mío.
Sus ojos se iluminan entonces y clava dos rayos láser sobre mí.
—Tú no tienes secretos. Siempre me cuentas las cosas en cuanto te pasan.
—Es verdad. Pero esto ocurrió justo antes de que llegaras y no he tenido tiempo de llamarte.
Me mira fijamente, para saber lo que es verdad o no.
—¿Vas a cambiar de trabajo otra vez?
Bajo los hombros. Beth tiene la misma opinión que Brandon en cuanto a mi manera de gestionar mi vida profesional y una sola pelea sobre el tema me basta por hoy. No me apetece volver a hablar de eso.
—No me refiero a eso.
Mi amiga comprende el mensaje y afortunadamente no insiste. Se lo agradezco en silencio, un tanto desmoralizada por no estar a la altura de lo que la gente que me importa espera de mí.
—De acuerdo. No me pongas esos ojitos de cachorro, que no lo soporto. ¿Estás preparada para saltar de alegría por mí?
Sacudo fuertemente la cabeza, impaciente por saber la noticia en primicia.
—Tom viene a vivir aquí conmigo. Ha puesto a la venta su apartamento de Nueva York y ya ha encontrado trabajo en Montreal.
—¡Uau!
Ya está, me he quedado como colgada. Mi amiga me anuncia que va a vivir con su novio y eso es todo lo que consigo decirle. Me sacudo mentalmente, me doy una bofetada y me lanzo hacia ella para darle un buen abrazo.
—¡Enhorabuena! ¡Estoy tan contenta por ti!
Sé que Beth ha tenido dudas desde hace tiempo sobre su pareja. No por la falta de compromiso de su chico, porque Tom le profesa un amor sin límites y todo el mundo puede verlo, sino por la distancia que los separa y que pondría a prueba a cualquier pareja. Me alegro mucho de que haya aguantado, sin nunca perder la esperanza, porque hoy, ha obtenido sus resultados. Va a vivir con su pareja. Está tan emocionada que, a pesar de su sonrisa radiante, se le escapa una lágrima.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu secreto, Mallory?
El mío parece poca cosa al lado del suyo, porque solo es una promesa, pero una promesa que pienso mantener…
—Brandon quiere que tengamos un hijo.
—¿Qué?
—Brandon quiere un bebé.
Mi amiga se queda en silencio. Demasiado. ¡Y yo que pensaba que se alegraría por mí!
—¿Cuál es el problema? ¿No te cae bien Brandon?
—Sabes que sí. Solo que estoy sorprendida, eso es todo. No dejas de cambiar de trabajo. No es una situación ideal para concebir un hijo. ¿No te parece?
Evidentemente. Beth es una persona práctica, exactamente igual que mi novio.
—Le he prometido a Brandon que encontraría un trabajo y lo mantendría. Esa es la condición para tener un hijo juntos.
—Ya veo.
Su comentario me toca la fibra sensible.
—¿Qué ves?
Beth es muy consciente de pisar un terreno pantanoso y se para un momento a pensar lo que me va a decir bajo mi furiosa mirada.
—Mallory. Eres una chica genial, y mi mejor amiga desde hace demasiado tiempo para contar los años, pero la constancia profesional, no es lo tuyo.
—¿No me crees capaz de cumplir una promesa hecha a mi pareja?
— Mal, no se trata de eso…
—Te demostraré que soy capaz de cambiar. Ya lo verás. Lo conseguiré.
Dicho esto, vuelvo con los demás, más decidida que nunca a demostrar mi valía.
Capítulo 2Mallory
Hace meses que me esfuerzo en cumplir esa maldita promesa y voy de decepción en decepción. Soy incapaz de saber lo que quiero hacer como trabajo. Encadeno experiencias en diversos sectores en busca de respuestas, desde cajera a embotelladora en una fábrica, de guía turístico a secretaria médica, y se está volviendo cada vez más difícil explicar mis elecciones sin relación unas con otras durante las entrevistas de trabajo. Los responsables de contratación consideran que no soy digna de confianza por cambiar de trabajo tan a menudo, y la mayoría no me dan ninguna oportunidad a pesar de mi firme motivación. En cuanto a los que sí me la dan, terminan por despedirme sin remedio, reprochándome mi falta de implicación. Estoy en un callejón sin salida, más deprimida que nunca, y ni siquiera puedo contárselo a Beth. Desde el día de la comida en mi casa, nuestra relación se ha degradado. No, no es la palabra adecuada. Digamos mejor que nos hemos distanciado una de la otra. Principalmente, por mi culpa, tengo que confesarlo. Al principio, justifiqué mi comportamiento dando prioridad al hecho de que Tom y ella se iban a vivir juntos y necesitaban intimidad para construir su nueva vida. En realidad, si me he distanciado, era para no leer en sus ojos la decepción con cada uno de mis nuevos fracasos. Ya tengo bastante con la mirada de Brandon. Beth tenía razón al dudar de mí, y soy yo a quien culpo más. ¡Es cierto! ¿Qué va mal en mí para que sea incapaz de decidirme de una vez por todas? Si no lo hago por mi novio, entonces ¿qué diablos me hará sentar la cabeza?
No soy la única que no