Nuevo plan de fronteras de la provincia de Buenos Aires, proyectado en 1816. García Pedro Andrés
y en que ya se desplegaron mas proporciones para la regeneracion de poblaciones, agricultura é industria.
Parece en verdad, que un génio maligno, y destructor de nuestra comun felicidad, precede siempre á obstruir los caminos que con tanto ahinco se procura allanar, á fin de no ser precarios de las demas provincias continentales y reinos extraños en toda clase de frutos, y demas riquezas que tenemos en nuestro suelo, y finalmente á privarnos de las que, por medio de las poblaciones que deben hacerse, nos son peculiares; porque la naturaleza así lo dispuso, agraciando al punto de nuestra posicion con privilegio á todas las demas del globo conocido.
Es tanto mas notable la apatia en el adelantamiento de fronteras, en cuanto no ocupamos hoy mas terrenos que aquellos que poseyeron y concertaron con los indios, el Adelantado Vera y D. Juan de Garay con 60 soldados y 30 familias, al tiempo que restableció esta ciudad de Buenos Aires en el año de 1580, á saber: 35 leguas N S, y en parte menos, que se enumeran del rio Paraná al Salado, y 120 E O, hasta entrar en la jurisdiccion de Córdoba.
En razon directa de la progresion de aquellos pobladores, manifestó bien presto el tiempo la necesidad de sus ensanches; pero desgraciadamente han sido desatendidos los clamores de hacendados y labradores, que estrechados de la necesidad, se han visto precisados á establecerse entre las mismas tribus de indios, á la parte austral del Salado, para vivir á merced de ellos, muy á su riesgo, y donde á cada momento se ven atacados y robados.
Nuestra subsistencia y abasto de carnes, servicio de bueyes, caballos y mulas, y en fin nuestras labranzas y sementeras, son ramos que en su mayor parte están pendientes de la arbitrariedad de aquellos enemigos, y nuestra defensa á sus devastadoras y continuas incursiones, se hace tan urgente como necesaria, y pone á aquellos enemigos en un respeto imponente.
Cualquiera que por experiencia en el servicio, ó porque con ojo observador en las ocurrencias de este suelo, haya visto ó tenido noticia, aunque superficial, de las escenas lastimosas que han teñido en sangre estas campañas de víctimas indefensas, sacrificadas por la ferocidad de este enemigo, asi en el tiempo llamado de paz como en el de guerra abierta, execrará la indolencia con que nuestros mayores han dejado correr los siglos, sin aplicar remedios oportunos á tan graves males, contentándose con indicarlos solamente, cuando las sangrientas incursiones se repetian; sin que estas indicaciones causasen otros efectos que los cáusticos aplicados al enfermo, que removiendo algun tanto al moribundo aletargado, al fin muere sacrificado del mal y de los cáusticos mismos, por su ineficacia.
El Supremo Gobierno desea hoy poner término á estas desgracias, para no dejar á las futuras generaciones una tan triste memoria, como la que ahora hacemos de los que le han precedido. Busca cuidadoso los medios que puedan hacer efectivas tan interesantes obras; incita á los ciudadanos á que puedan prestar ideas proporcionadas segun sus conocimientos; y á la verdad, que estos, á quienes no menos que al Señor Gobernador interesa la felicidad de la provincia, no pueden sin injusticia negarse á la cooperacion de tan benéficas miras. Y por esta razon creo hallarme en el caso de apuntar mis cortos conocimientos, que una contraccion asidua á este punto de mas de seis años, encargado por el mismo Señor Gobernador, ha podido ministrarme.
No recordarè las escenas antes referidas, ni épocas de tan crueles invasiones en que vimos enterrar los cadáveres á centenares, por no afligir con su memoria á las viudas y huérfanos, que aun lloran sus miserias por aquellas desgraciadas ocurrencias; y porque creo mejor echar un velo sobre todas, y convencernos por ellas solo de la necesidad en que estamos de reparar las que de nuevo nos amenazan, y de acudir á ponerles un respeto amistoso á los indios, y fin seguro á su animosidad, graduando las operaciones, segun surtieren los medios que para ello se tomen, en falta de una fuerza imponente y disponible con que se pudiesen fijar nuestras líneas de un modo inaccesible al enemigo.
Dos extremos (á mi juicio inconciliables), ha visto adoptar generalmente al logro de esta empresa. El primero, el de la fuerza imponente, que destruya y aniquile hasta su exterminio á estos indios, que no es fácil en mucho tiempo: y el segundo, el de una amistad conciliadora de la oposicion de animos, por el trato recíproco que les suavice, con el interes de algunos de nuestros artículos de comercio que anhelan demasiado.
El primer medio convengo en que los escarmienta, y contiene por algun tiempo, hasta que se rehacen para acometer con mas acaloramiento, asechando las ocasiones mas ventajosas de hacerlo. Su carácter feroz y vengativo, hace que jamas perdonen el agravio, y para no olvidarlo, en todas sus concurrencias y parlamentos se refieren aquellos acontecimientos con llantos y renovados duelos, y pasan á sus hijos y descendientes el mas serio encargo de sus venganzas, que duran tanto como las familias de agresores agraviados.
El segundo, que es de la amistad, los habilita para que á su retirada á los toldos roben impunemente, como lo hacen con cuanto pueden abarcar sus fuerzas, y sin estrepito nos arrasan diariamente los campos, reduciendo á nuestros ganados y chacras del Salado á una miseria espantosa: sin que por esto dejen de reunirse en diferentes épocas del año varias tribus, para hacer cuantiosos robos, ojeando antes los rodeos que han de asaltar, asociados, ó talvez conducidos de nuestros transfugas gauchos de sertores. De este modo no solo han arruinado nuestras estancias, sino que tienen miras de hacer desaparecer de entre nosotros toda especie de ganados, sin que para comprobar estos hechos sea necesaria otra observacion, que las que presentan las recolecciones de diezmos, ya sea por un quinquenio, ó cotejando el último año por el anterior.
Es cosa bien dolorosa ver á muchos de nuestros hacendados desvelarse tres y cuatro años, impendiendo ingentes caudales para establecer un rodeo de 10, 15 ó 20 mil cabezas de ganado, y que cuando en la noche de su descanso meditaban recompensar sus fatigas, disponiendo la venta de su hacienda, amanecieron sin una sola res, por habérsela robado los indios. D. Pedro Perez, D. Mariano Veliera, D. Agustin Garcia y otros, con casi todos los fronterizos en la línea, pueden testificar de la verdad de estos hechos.
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