Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires. García Pedro Andrés
del poder y de la prosperidad, para no ser mañana miserables, débiles y pupilos quiza de nuestros mismos compañeros. Grabada esta verdad en nuestro seno, marchemos denodadamente hácia el objeto, si es que aspiramos á la gloria de restauradores de la patria.
Aquellos que, cuando se trata de los primeros intereses del estado, ciñen sus miras á pocos años, ó adoptan á medias y temblando las medidas grandiosas que han de establecer la felicidad de las generaciones: – los que proceden sin un plan determinado, que, empezándose á plantificar por ellos, haya de proseguirse constantemente por los que les sucedan: estos hombres pusilanimes y mezquinos hacen mas daños al estado, que los atrevidos que proyectan en grande, aun cuando yerran en sus cálculos.
Errado fué, y muy dañoso á la humanidad, el deseo de conquistar los indios salvages á la bayoneta, y de hacerlos entrar en las privaciones de la sociedad, sin haberles formado necesidades, ni inspirado el gusto de nuestras comodidades. Este plano, repito, sostenido con teson, imposibilitaria quizá la civilizacion de aquellos hombres, pero no expondria el estado á tantos males, como un sistema contrario, adoptado á medias y mal conducido.
Así el inveterado concierto hóstil, sostenido por nuestros mayores contra la tribus de los Pampas, hacia imposible su reduccion: pero al menos establecia una barrera entre ellos y nuestros campestres que los tenia siempre en alarma, y á los indios, cuidadosos por el estado de guerra en que estabamos sin cesar. Desde el año de 89 se cambiaron felizmente las ideas, y proyectó el gobierno atraer por el comercio y buen trato á estos hombres feroces: pero, no habiendose establecido un plan tan vasto como el objeto, ha sucedido que las fronteras se hallan desarmadas; que muchos de nuestros campestres, cuyas costumbres, como hemos dicho, no distan muchos grados de las de los salvages, se han familiarizado con ellos, y atraidos por el deseo de vivir á sus anchas; ó bien temerosos del castigo de sus delitos, se domicilian gustosamente entre los indios. Estos transfugas, cuyos número es muy considerable y crece incesantemente, les instruyen en el uso de nuestras armas, é incitan á que ejecuten robos y se atrevan á hacer correrias en nuestras haciendas. ¡Cuanto no debemos temer de estos indios, acaudillados y dirigidos por nuestros mismos soldados!
Se presenta esta empresa con no pocas dificultades; pero entiendo que á la distancia tienen las cosas diverso aspecto que observadas de cerca. Todo está á nuestros alcances si empeñamos la constancia en el trabajo, y estudiamos la moderacion y prudencia con que debemos acordar y convenir con los indios salvages, para obtener la posesion de los terrenos á que aspiramos, y establecer unas relaciones que los tengan en necesidad de nuestro trato, los aficionen á la sociedad, y quizá en la segunda generacion formen con nosotros una sola familia, por los enlaces de la sangre. Este debe ser el fruto de nuestras tareas, si la comision se maneja con destreza por un gefe que sepa hacer servir á las miras políticas del estado las numerosas tribus que infestan hoy esas inmensas campañas.
Las guardias de fronteras que tenemos, son ya casi totalmente inútiles; porque están las mas en el centro de las poblaciones, por su estado ruinoso, por falta de armas y soldados, y porque no pueden ofender ni defenderse si son atacados: de modo que, las haciendas y poblaciones avanzadas al enemigo, de 20 hasta 60 leguas al sud, estan francas y sin reparo alguno.
En la estrecha faja que forman los rios Paraná y Salado, no caben las poblaciones de nuestro labradores y hacendados. Se han visto precisadas las familias, contra lo estipulado en las paces celebradas con los Pampas, á pasar los límites del rio Salado: lo que deberia mirarse por aquellos como una manifiesta infraccion y declaracion de guerra. Pero, como la necesidad ha obligado á excederse por la propia conservacion, y este exceso ha sido recíproco, resulta una tolerancia harto perjudicial por lo aventurado y expuesto de nuestras familias en campo enemigo, é indefensas para reparar las hostilidades que experimentan siempre que los indios se acuerdan de sus derechos, ó sueñan hallarse ofendidos: cuyos motivos nos impelen poderosamente á emprender sin tardanza el adelanto de las fronteras sobre dos lineas precisas, para poder acudir á nuestra conservacion y necesaria subsistencia.
La primera debe ser desde la confluencia al mar del rio Colorado hasta el fuerte de San Rafael sobre el rio Diamante, teniendo por punto central la laguna de Salinas. La segunda debe formarla la cordillera de los Andes, en los pasos que franquea por Talca y frontera de San Carlos, apoyando su izquierda sobre las nacientes del rio Negro de Patagones, y su derecha en el paso del Portillo: examinando ademas otros pasos intermediarios, si los hubiese, y guarnecièndolos del mejor modo posible. La configuracion geográfica del terreno dá à conocer la importancia de esta obra, y tambien que la naturaleza nos dà en los Andes unos límites indisputables, y que brindan á los de esta parte del norte con la posesion de tantos terrenos yermos, y de preciosidades inestimables, ya demasiado conocidas y ansiadas por los del sud.
Los costados del cuadro irregular que forman las dos lìneas, quedan cubiertos por el este con las orillas del Ocèano y rio Negro; por el oeste, con la provincia de Cuyo; por el sud, con la cordillera de los Andes, y por el norte, con las provincias de Buenos Aires y Còrdoba.
Luego que, en cumplimiento de las órdenes superiores, pude convencerme de la nulidad absoluta de las guardias, y de la necesidad de adelantarlas, creì indispensable reconocer las campañas que ocupan los indios, y tomar los posibles conocimientos de los lugares para situar bien las fronteras. A este fin propuse á la superioridad el conducir la expedicion de Salinas, y hacer con este motivo las observaciones precisas para emprender esta obra gefe, demarcando facultativamente los terrenos, levantando sus planos, sin perder de vista las indagaciones mas prolijas para calcular el número de sus habitantes, sus usos y costumbres, y cuanto mas pudiese convenir al intento.
Marchè en efecto el 21 de octubre del año pasado de 1810, y concluì la expedicion el 22 de diciembre siguiente del mismo año, con las ocurrencias que señala el diario que acompaño. Uno de los primeros frutos de mis trabajos fuè captar la voluntad de los caciques principales, Epumur, Quinteleu y Victoriano, hermanos, y todos de razón despejada, de poder y de respeto entre las tribus vecinas. Su amistad, siempre constante, atrajo por convencimiento y ejemplo, à otros deudos, que unidos protegieron mi marcha de ida y vuelta contra las agresiones que intentaron hacerme otras naciones. Pude con la dulzura y buen trato prevenir favorablemente los ànimos de estos caciques y sus aliados, para que se prestasen voluntariamente à nuestros designios: ellos se han decidido con gusto á permitirnos la plantificacion de poblaciones indicadas, y han ratificado su consentimiento personalmente ante este superior gobierno.
La benigna acogida que merecieron, y los dones con que se les remuneró generosamente, dejaron airosa la garantìa que yo les dí por escrito. Prendados de nuestras amistosas demostraciones, han celebrado varias juntas con los caciques comarcanos, para conferenciar con ellos la resolucion que debian tomar acerca de nuestras pretensiones. Han puesto en obra varias de sus muchas supersticiones, para asegurar por ellas si convendria ó no el establecimiento de nuestras poblaciones: en todas resultó un pronòstico feliz. Me han avisado con puntualidad de ello por un mensage, espresando que les habia ganado siempre, y que era esta una señal segura de que yo les seria buen amigo y no los engañaria en los tratados: pero los mas sensatos opinan que se forme un congreso ò parlamento general, al cual sean convocados todos los caciques del sur y oeste para declararles abiertamente nuestras intenciones. Los amigos se muestran convencidos de la utilidad y ventajas que les ofrece este proyecto, y creo que el resultado de la conferencia será feliz: pero sea cual fuere, es absolutamente necesario plantificar el proyecto.
Resueltos una vez à ello, me persuaden los conocimientos que yo he adquirido, que el cuartel general y primera poblacion debe hacerse en las màrgenes de la laguna de Salinas, ò lo que es lo mismo, en el parage nombrado los Manantiales, distante de ella menos de dos leguas. Tiene aguas saludables, abundancia de leña, prodigiosos pastos, y unos terrenos feraces en toda clase de granos, legumbres y cuanto es necesario à la vida humana; cuyas producciones me ha mostrado un indio araucano establecido allì, y que las cultiva para sustentarse, sin auxilio de útiles de labranza por carecer de ellos.
Esta situacion está naturalmente defendida por el este con la laguna de la Sal; por el norte, con elevados médanos; por el sud, con el fuerte y poblacion que haya de formarse, y por el oeste, por una laguna que forman los Manantiales, y una barranca harto elevada: de modo que, á poca diligencia del arte, pueden asegurarse en circunferencia mas de ocho leguas, para sostenerse contra la mas atrevida y numerosa invasion