Ángel De Alas Negras. Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras - Amy Blankenship


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      Apretó los labios sabiendo que la mayoría de las tumbas debajo suyo estaban vacías. Habrían sido devorados o se habrían levantado y estarían caminando por ahí, esa era la pregunta. Sus ojos dorados se abrieron y se entrecerraron al voltear la cabeza hacia el gran mausoleo a su derecha.

      Avanzando, Kyou abrió la pesada puerta de la cripta, ignorando los crujidos de las bisagras. Se dio cuenta del daño que se había hecho, y comprendió por qué habían elegido esta cripta en particular. La familia que allí habitaba debía tener siglos de antigüedad, sin parientes vivos que siguieran cuidando de ella. Básicamente era ignorada, lo cual jugaba a favor de los demonios.

      Todos los ataúdes habían sido violados y yacían abiertos sobre el piso. Había restos de esqueletos esparcidos por el suelo, algunos de ellos todavía colgaban de sus bóvedas…desgarrados y a merced de los elementos. En el centro había dos ataúdes más grandes. Claramente se trataba de las matriarcas de la familia. El lado femenino no presentaba casi ninguna alteración, mientras que el lado masculino había sido profanado.

      Un gran agujero atravesaba el ataúd masculino y lo que quedaba del cuerpo dentro de éste. Nadie tuvo que decirle adónde conducía el otro extremo de ese túnel. El demonio probablemente había hecho que los cadáveres lo excavaran y lo conectaran con los túneles principales.

      Un ruido que venía de más atrás en la cripta lo hizo mirar hacia arriba. Kyou se alejó de las tumbas profanadas, siguiendo un sendero angosto que lo conducía de regreso y cuesta abajo. Supo de inmediato que se encontraba completamente bajo tierra, ya que el aire se volvió denso y cargado de moho.

      Oyó algo que extrañamente sonaba como si alguien estuviera hablando, y caminó en torno a una pared, para descubrir otra fila de ataúdes. Varios de ellos habían sido extraídos de sus bóvedas y arrojados sobre el piso, abiertos. Una arpía del infierno en su verdadera forma se encontraba inclinada sobre uno de los cuerpos en descomposición, susurrando un encantamiento a su oído.

      Era espantosa, con su largo cabello blanco retorciéndose alrededor de las mejillas hundidas, y con ojos demasiado grandes para su rostro. Su piel era seca y agrietada, como momificada en vida. Sus uñas largas y descuidadas rascaban el piso y el cadáver, como si tocara a un amante.

      Kyou gruñó al ver que el muerto comenzaba a retorcerse, haciendo que la bruja elevara bruscamente la cabeza para dirigirle una furiosa mirada con esos horrendos ojos. Una tormenta de poder pareció descender sobre él como un viento invisible que agitó sus ropas y sus cabellos. El aire que lo rodeaba crujía, y unas alas doradas y translúcidas emergieron de su espalda, enrollándose sobre él casi como una protección a medida que avanzaba.

      Voló por encima del ataúd, atrapando a la bruja por el cuello con el pliegue del codo, y aventándola hacia la pared del otro lado. Cayeron piedras y argamasa al romperse por el otro extremo. Se sentó a horcajadas sobre su vientre con una mano rodeándole la reseca garganta.

      â€œÂ¿Te atreverías a enviar esas inmundas cosas a mi ciudad?”, le rugió Kyou en la cara mientras ella chillaba y le clavaba las garras.

      La arpía no pudo asestar un buen golpe, ya que las alas translúcidas de Kyou todavía lo cubrían, evitando el ataque. Tras un abrupto destello de poder, ella cambió su forma, de una viejita arrugada a una belleza despampanante. Su voz se tornó suave y flexible, mientras su horrendo cabello se alisaba, volviéndose de un blanco purísimo como la nieve.

      â€œNo tienes el poder de detenerme, guardián”, susurró colocando los dedos sobre su mejilla. “Tan parecido a él… pero tan diferente”, reflexionó justo antes de clavarle las garras en el rostro.

      Kyou quedó pasmado cuando un brillante destello explotó justo en frente suyo y se vio impulsado hacia atrás por el agujero que habían cavado, hacia la pared opuesta de la cripta. Sintiendo el latido de su corazón en los oídos, dejó que su furia lo consumiera. Este demonio era poderoso, y debía acabar con ella antes de que sus súbditos mataran a más humanos inocentes.

      Se incorporó de la pared para atacarla, y justo en ese momento unas huesudas manos rompieron los ladrillos detrás suyo. Lo envolvieron por el pecho y lo jalaron con tal fuerza que Kyou perdió el aliento.

      De pronto se encontró rodeado de demonios… sus manos carnosas lo jalaban en dirección opuesta a la bruja, que reía al ver cómo sus súbditos cumplían sus órdenes. Justo antes de que los demonios lo jalaran fuera de vista, Kyou vio que del piso subía una niebla, que la rodeaba y se arremolinaba siniestramente. Un hombre emergió de la niebla justo en frente suyo. Su largo cabello negro se agitó al voltearse para enfrentar a los demonios que venían por él, y de su palma dejó escapar un hilo de fuego que los prendió en llamas.

      Darious giró la cabeza para mirar a la bruja a los ojos. Viendo cómo el miedo invadía sus ojos color sangre, dejó que una sonrisa satisfecha se esbozara en sus labios. Ella siseó e intentó escapar, solo para detenerse abruptamente en su camino cuando un hoyo negro apareció debajo de sus pies… haciéndola caer en una trampa para demonios.

      â€œNo tan rápido, arpía”, la voz de Darious era tan oscura que hizo que la temperatura del mausoleo, que ya era baja, descendiera unos cuantos grados más.

      Muy lentamente, la bruja se volteó para mirarlo con una espantosa mueca en los labios. “Te recuerdo”, siseó con falsa bravuconería, mientras volvía a adoptar su auténtica forma. “Tú llevabas las cadenas… nos turnábamos con el látigo… qué placer fue ver a los jefes arrancarte las alas de la espalda…”

      Viendo interrumpidas sus palabras, dio un alarido cuando de pronto un magma subió desde el vacío bajo sus pies, un magma que formaba cadenas… y que se cerraba sobre sus tobillos y muñecas, quemando la carne que éstas tocaban.

      Sus ojos se tornaron escarlata al oír el recordatorio. “Hizo falta más que tú y tus hermanas para mantenerme encadenado, pero te daré un regalo… el mismo regalo que me hicieron los demonios. Estas cadenas tienen un nombre… se llaman Eternidad. No estarás sola en la oscuridad por mucho tiempo”. Esbozó una sonrisa siniestra. “Tus hermanas te acompañarán pronto”. Habiendo dicho esto, los amarres se ajustaron y comenzaron a arrastrarla hacia el foso.

      â€œÂ¡No sobrevivirás!”, gritó la bruja resistiéndose al tirón de las cadenas. “Nuestro jefe te destruirá y te diezmará de la misma forma en que tú lo hiciste con nosotros al momento de tu escape… nunca te librarás de nosotros”.

      Darious retrocedió mirando fríamente cómo la bruja seguía descendiendo. Le largó una gran cantidad de maldiciones, que divirtieron a Darious. Incluso al cuando su derrota era evidente, estos demonios nunca se quedaban callados.

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