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el último satélite que quedaba y formando asà la que hoy conocemos como la Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.
La cicatriz provocada por aquel impacto cósmico, que tuvo lugar hace unos 4 millones de años, es aún hoy parcialmente visible. La parte dañada del planeta se encuentra, actualmente, completamente cubierta por las aguas de lo que hoy se denomina Océano PacÃfico. Ãste ocupa una tercera parte de la superficie terrestre, con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no existen prácticamente tierras emergidas, tan solo una gran depresión que se extiende hasta profundidades que superan los diez kilómetros.
Actualmente, Nibiru posee una conformación muy similar a la de la Tierra. Dos terceras partes están cubiertas de agua, mientras que el resto está ocupado por un único continente, que se extiende de norte a sur y que posee una superficie total que supera los 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, desde hace cientos de miles de años y aprovechando la aproximación cÃclica de su planeta al nuestro, nos han visitado regularmente, influyendo en cada ocasión en la cultura, el conocimiento, la tecnologÃa e incluso en la evolución misma de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchas formas, pero quizás el nombre que siempre les ha representado mejor es el de «Dioses».
Nave Espacial Theos - A 1.000.000 Km de Júpiter
Azakis estaba cómodamente tumbado en su oscuro sillón autoconformable, aquél que un viejo amigo Artesano, construyéndolo con sus propias manos, quiso regalarle algunos años antes, con motivo de su primera misión interplanetaria.
«Te traerá suerte», le dijo aquel dÃa. «Te ayudará a relajarte y a tomar las decisiones correctas cuando lo necesites».
Efectivamente, ahà sentado, habÃa tomado muchas decisiones desde entonces y la suerte estuvo a menudo de su parte. Asà que se aseguró de llevar consigo aquel preciado recuerdo, sin tener en cuenta muchas de las reglas que impedÃan su uso, especialmente en una nave estelar de categorÃa Bousen-1 como en la que se hallaba ahora.
Una estela azulada de humo se alzaba recta y veloz del cigarro que sostenÃa entre el pulgar y el Ãndice mientras, con la mirada, intentaba recorrer las 4,2 UA1 que aún lo separaban de su meta. A pesar de que hiciera ya algunos años que realizaba este tipo de viaje, el encanto de la oscuridad del espacio que lo rodeaba y los millones de estrellas que lo salpicaban eran capaces de raptar sus pensamientos. La gran apertura elÃptica, justo frente a su posición, le permitÃa tener una visión completa de la dirección del viaje y siempre se sorprendÃa de cómo aquel delgadÃsimo campo de fuerza era capaz de protegerlo del frÃo sideral del espacio e impedÃa que el aire saliera repentinamente, succionado por el vacÃo absoluto del exterior. La muerte serÃa prácticamente inmediata.
Aspiró una rápida bocanada del largo cigarro y volvió a mirar en el visor holográfico frente a él, donde aparecÃa el rostro cansado y sin afeitar de Petri, su compañero de viaje que, al otro lado de la nave, estaba reparando el sistema de control de los conductos de descarga. Se entretuvo un rato distorsionando la imagen, soplando el humo apenas aspirado en el centro, creando asà un efecto ondulante que le recordaba mucho a los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas, a las que solÃa ir a ver cuando finalmente regresaba a su ciudad de origen y podÃa disfrutar de un poco de descanso bien merecido.
Petri, su amigo y compañero de aventuras, tenÃa ya casi treinta y dos años y era la cuarta misión de este tipo en la que participaba. Su imponente y maciza complexión inspiraba siempre, a todos aquellos que se lo encontraban, un profundo respeto. Ojos negros como el espacio exterior, cabellos oscuros, largos y desordenados que le llegaban hasta los hombros, casi dos metros treinta de altura, tórax y brazos poderosos capaces de levantar a un Nebir2 adulto sin esfuerzo y, aun asÃ, tenÃa el espÃritu de un niño. Era capaz de emocionarse viendo florecer una flor de Soel3 , podÃa permanecer horas mirando extasiado las olas del mar mientras rompÃan en las ebúrneas costas del Golfo de Saraan4 . Una persona increÃble, fiel, leal, dispuesta a dar su vida por él sin dudarlo. Nunca habrÃa partido si no hubiera tenido a Petri a su lado. Era el único en el mundo en el que confiaba ciegamente y al que no traicionarÃa nunca.
Los motores de la nave, configurados para la navegación dentro del sistema solar, transmitÃan el clásico y tranquilizador zumbido bifásico. Para sus oÃdos expertos, ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfección. Con su sensibilidad auditiva habrÃa sido capaz de percibir una variación en las cámaras de intercambio, incluso de tan solo 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticadÃsimo sistema de control automatizado se diera cuenta. Otra razón por la que se le habÃa permitido, desde muy joven, dirigir una nave de categorÃa Pegasus.
Muchos de sus compañeros habrÃan dado un brazo por estar ahÃ, en su lugar. Pero ahora estaba él.
El implante intraocular O^COM materializó frente a él la nueva ruta recalculada. Era increÃble cómo un objeto de pocas micras podÃa desempeñar todas aquellas funciones. Introducido directamente en el nervio óptico, era capaz de visualizar todo un puente de control, superponiendo la imagen a la realidad que se tenÃa delante. Al principio, no habÃa sido fácil acostumbrarse a aquella maldita cosa y más de una vez las náuseas habÃan intentado tomar el control. Sin embargo, ahora no serÃa capaz de vivir sin él.
Todo el sistema solar giraba a su alrededor con su fascinante majestuosidad. El pequeño punto azul, cercano al gigantesco Júpiter, representaba la posición de su nave y la sutil lÃnea roja, ligeramente más curvada que la anterior ya desvanecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximación a la Tierra.
La atracción gravitacional del planeta más grande del sistema era impresionante. Definitivamente, debÃan mantener una distancia de seguridad y solo la potencia de los dos motores Bousen permitirÃa a la Theos huir de aquel abrazo mortal.
«Azakis», graznó al comunicador portátil apoyado en la consola ante él, «tenemos que comprobar el estado de las juntas del compartimento seis».
«¿Aún no lo has hecho?», respondió con tono divertido, convencido de que iba a hacer enfadar a su amigo.
«¡Tira ese apestoso cigarro y ven a echarme una mano!», gritó Petri.
Lo sabÃa.
HabÃa conseguido ponerlo nervioso y eso le encantaba.
«Ya vengo, ya vengo. Estoy llegando, amigo mÃo, no te cabrees».
«Date prisa, llevo cuatro horas rodeado de esta porquerÃa y no estoy de humor para juegos».
Cascarrabias como de costumbre, pero nada ni nadie habrÃa podido separarlo de él.
Se conocÃan desde la niñez. Fue él quien, en más de una ocasión, lo salvó de una paliza asegurada (era mucho más grande que los demás niños), interponiéndose con su respetable tamaño entre su amigo y la habitual banda de matones de la que casi siempre era objetivo.
Durante la adolescencia, Azakis no era precisamente la clase de chico por el que las agraciadas representantes del otro sexo se habrÃan peleado. Siempre vestÃa demasiado desaliñado, pelo rapado, complexión delgada, constantemente conectado a la Red5 de la que absorbÃa millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. Ya con dieciséis años, gracias a sus notables resultados en los estudios, obtuvo un acceso de nivel C, con la posibilidad de alcanzar conocimientos vetados a casi todos sus coetáneos. El implante neuronal N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, tenÃa, sin embargo, alguna pequeña contraindicación. Durante las fases de adquisición, la concentración debÃa ser