Esclava, Guerrera, Reina . Морган Райс

Esclava, Guerrera, Reina  - Морган Райс


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Daría lo que fuera por estar lejos de allí.

      Cuando estaba con sus primos Lucio, Aria y Vario, Thanos no hacía ni el más mínimo esfuerzo por seguir su insignificante conversación. En su lugar, observaba a los invitados imperiales deambulando por los jardines de palacio, llevando sus togas y estolas, con sus falsas sonrisas y desprendiendo una falsa elegancia. Unos cuantos de sus primos se estaban tirando comida entre ellos mientras corrían por el cuidadísimo césped y entre las mesas repletas de comida y vino. Otros estaban recreando sus escenas favoritas de las Matanzas, riendo y burlándose de aquellos que habían perdido sus vidas hoy.

      Centenares de personas, pensó Thanos, y ninguno de ellos era honesto.

      “El mes que viene compraré tres combatientes” dijo Lucio, el mayor, con un tono estrepitoso mientras se secaba las gotas de sudor de la frente dando palmaditas con un pañuelo de seda. “Stefano no valía ni la mitad de lo que pagué por él y, si no estuviera muerto ya, yo mismo le hubiera atravesado una espada por luchar como una chica en la primera ronda”.

      Aria y Vario rieron, pero Thanos no creyó que el comentario fuera gracioso. Consideraran o no las Matanzas como un juego, deberían respetar a los valientes y a los muertos.

      “¿Y no visteis a Brennio?”, preguntó Aria, con sus grandes ojos azules totalmente abiertos. “Pensé seriamente en comprarlo, pero me lanzó una mirada presuntuosa mientras observaba cómo ensayaba. ¿Podéis creerlo?” añadió, mientras miraba hacia arriba y resoplaba.

      “Y apesta como una mofeta”, añadió Lucio.

      Todos, excepto Thanos, rieron de nuevo.

      “Ninguno de nosotros lo hubiera elegido”, dijo Vario. “Aunque duró más de lo que esperaba, sus maneras fueron horribles”.

      Thanos no pudo callar ni un segundo más.

      “Brennio tenía la mejor forma de todo el circo”, interrumpió él. “No habléis del arte del combate como si tuvierais alguna idea del mismo”.

      Los primos se quedaron en silencio y Aria abrió los ojos como platos mientras miraba hacia el suelo. Vario sacó pecho y cruzó los brazos. Se acercó más a Thanos, como para retarlo y la tensión podía sentirse en el aire.

      “Bueno, olvidad a aquellos combatientes vanidosos”, dijo Ario, interponiéndose entre los dos para apaciguar la situación. Les hizo una señal a los chicos para que se reunieran a su alrededor y entonces susurró: “He escuchado un rumor disparatado. Un pajarito me dijo que el rey quiere que alguien de origen real compita en las Matanzas”.

      Todos ellos intercambiaron una incómoda mirada mientras se quedaban en silencio.

      “Es posible”, dijo Lucio. “Sin embargo, no seré yo. No deseo arriesgar mi vida por un estúpido juego”.

      Thanos sabía que él podía eliminar a la mayoría de combatientes, pero matar a otro humano no era algo que deseara hacer.

      “Lo que sucede es que te da miedo morir”, dijo Aria.

      “No es así”, replicó Lucio. “¡Retíralo!”

      A Thanos se le agotó la paciencia y se marchó.

      Thanos vio que su prima lejana, Estefanía, merodeaba por allí como si estuviera buscando a alguien, probablemente a él. Unas semanas atrás, la reina había dicho que su destino era estar con Estefanía, pero Thanos no lo sentía así. Estefanía era tan consentida como el resto de los primos y él preferiría renunciar a su nombre, su herencia e incluso a su espada para no tener que casarse con ella. Era ciertamente hermosa, con su pelo dorado, su piel blanca como la leche, sus labios rojos como la sangre, pero si tenía que escucharla hablar una vez más de lo injusta que era la vida, pensaba que se cortaría las orejas.

      Se apresuró a ir hacia los alrededores del jardín hacia los rosales, evitando el contacto visual con cualquiera de los asistentes. Pero justo al girar la esquina, Estefanía apareció ante él, con sus ojos marrones iluminados.

      “Buenas tardes, Thanos”, dijo con una relumbrante sonrisa que hubiera hecho ir tras ella babeando a la mayoría de chicos. A todos menos a Thanos.

      “Buenas tardes para ti también”, dijo Thanos y la rodeó para continuar caminando.

      Ella levantó su estola y fue tras él como un molesto mosquito.

      “No crees que es muy injusto cómo…” empezó.

      “Estoy ocupado”, dijo Thanos bruscamente en un tono más duro de lo que pretendía, haciéndola jadear. Entonces se giró hacia ella. “Disculpa… Es solo que estoy cansado de todas estas fiestas”.

      “¿Quizás te gustaría dar un paseo conmigo por los jardines?”, dijo Estefanía, levantando su ceja derecha mientras se acercaba.

      Esta era justo la última cosa que quería.

      “Escucha”, dijo él, “ya sé que la reina y tu madre tienen en mente de alguna manera que estemos juntos, pero…”

      “¡Thanos!” escuchó detrás de él.

      Thanos se dio la vuelta y vio al mensajero del rey.

      “Al rey le gustaría que se reuniera con él en la glorieta ahora mismo”, dijo. “Y usted también, mi señora”.

      “¿Puedo preguntar por qué?” preguntó Thanos.

      “Hay mucho de lo que hablar”, dijo el mensajero.

      Al no haber tenido conversaciones con el rey con regularidad en el pasado, Thanos se preguntaba qué podía implicar aquello.

      “Por supuesto”, dijo Thanos.

      Para su gran consternación, una radiante Estefanía entrelazó su brazo con el suyo y juntos siguieron al mensajero hasta la glorieta.

      Cuando Thanos divisó varios de los consejeros del rey e incluso al príncipe de la corona ya sentados en los bancos y en las sillas, le resultó raro haber sido invitado también. Apenas tenía nada de valor para ofrecer a su conversación, pues sus opiniones sobre cómo se gobernaba el imperio discrepaban en gran medida con todas las de los que allí estaban. Lo mejor que podía hacer, pensó para sí mismo, era mantener la boca cerrada.

      “Qué buena pareja hacéis”, dijo la reina con una cálida sonrisa cuando entraron.

      Thanos se mordió el labio y le ofreció a Estefanía el asiento que estaba a su lado.

      Una vez todos estuvieron en su sitio, el rey se puso de pie y los allí reunidos se quedaron en silencio. Su tío llevaba una toga que le llegaba por las rodillas, peo mientras las demás eran blancas, rojas y azules, la suya era morada, un color reservado solo para el rey. Alrededor de su sien, que se estaba quedando calva, había una corona de oro y sus mejillas y ojos todavía estaban caídos aunque estuviera sonriendo.

      “Las masas cada vez están más rebeldes”, dijo con voz seria y lenta. Lentamente examinó todas las caras con la autoridad de un rey. “Ya ha llegado el momento de recordarles quién es el rey y aprobar leyes más severas. A partir de este día, doblaré el diezmo sobre todas las propiedades y la comida”.

      Entonces vino un murmullo de sorpresa, seguido de gestos de aprobación.

      “Una elección excelente, su excelencia”, dijo uno de sus consejeros.

      Thanos no podía creer lo que escuchaba. ¿Doblar los impuestos de la gente? Al haberse mezclado con los plebeyos, sabía que los impuestos que se les exigían ya estaban más allá de lo que la mayoría de plebeyos se podían permitir. Había visto madres llorar la pérdida de sus hijos que habían muerto de hambre. Justo el día antes, él le había ofrecido comida a una vagabunda de cuatro años a quien se le marcaban todos los huesos bajo la piel.

      Thanos tuvo que apartar la mirada para no tener que decir lo que pensaba sobre aquella insensatez.

      “Y finalmente”, dijo el rey, “de ahora en adelante, para compensar la revolución clandestina que se está fomentando, el primer hijo nacido en cada familia servirá en el ejército del rey”.

      Uno tras otro, la pequeña multitud


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