Un Rito De Espadas . Морган Райс
tan mal. Apenas ayer parecía que su victoria era completa, que el Anillo era suyo. Él había destruido la Corte del Rey y había conquistado Silesia; había subyugado a todo los MacGil y humillado a su gobernante: a Gwendolyn; él había torturado a sus soldados de mayor rango en las cruces, ya había asesinado a Kolk y había estado a punto de matar a Kendrick y a los demás. Argon se había entrometido en sus asuntos, le había arrebatado a Gwendolyn antes de que él pudiera matarla, y Andrónico había estado a punto de corregir eso, de recuperarla y ejecutarla, junto con todos los demás. Había sido un día de victoria completa y de grandeza.
Y entonces todo había cambiado, rápidamente, para empeorar. Thor y el dragón habían surgido en el horizonte como una mala aparición, había descendido como una nube y con sus grandes llamas y la Espada del Destino había conseguido acabar con divisiones enteras de soldados. Andrónico lo había presenciado todo a una distancia segura; tuvo el buen juicio de batalla de retirarse aquí, a este lado de las tierras altas, mientras sus exploradores continuaban llevándole reportes, durante todo el día, del daño que Thor y el dragón habían ocasionado. En el sur, cerca de Savaria, un batallón entero fue aniquilado; en la Corte del Rey y Silesia todo estaba igual de mal. Ahora todo el Reino Occidental del Anillo, que antes estuvo bajo su control, fue liberado. Era inconcebible.
Él se sentía ansioso al pensar en la Espada del Destino. Había ido tan lejos para alejarla del Anillo y ahora había regresado aquí y el Escudo se había activado otra vez. Eso significaba que estaba atrapado aquí con los hombres que tenía; podría irse, por supuesto, pero ya no podría conseguir más refuerzos adentro. Él estimaba que aún tenía medio millón de soldados aquí, en este lado de las montañas, más que suficiente para superar en número a los MacGil; pero contra Thor, la Espada del Destino y ese dragón, las cifras ya no importaban. Ahora las probabilidades, irónicamente, estaban en su contra. Era una posición en la que nunca había estado antes.
Como si las cosas no pudieran ponerse peor, sus espías también le habían llevado reportes de disturbios en casa, en la capital del Imperio, de que Rómulo se había confabulado para destronarlo.
Andrónico gruñó con furia mientras salía de su campamento, debatiendo sus opciones, buscando a alguien a quien culpar. Él sabía como comandante que lo más inteligente que podía hacer, tácticamente, sería retirarse y dejar el Anillo ahora, antes de que Thor y su dragón los encontraran, para salvar las fuerzas que él había dejado, abordar sus barcos y navegar de regreso hacia el Imperio en desgracia, para conservar su trono. Después de todo, el Anillo, era solamente una mancha en la enorme extensión del Imperio y todo gran comandante tenía derecho, por lo menos, a una derrota. Aún gobernaría un noventa y nueve por ciento del mundo, y sabía que debería estar más que satisfecho con eso.
Pero ése no era el estilo del gran Andrónico. Andrónico no era prudente ni conformista. Siempre había seguido sus pasiones, y aunque sabía que era arriesgado, no estaba dispuesto a abandonar este lugar, admitir la derrota, permitir que el Anillo se fuera de sus manos. Aunque tuviera que sacrificar todo su Imperio, encontraría una manera de aplastar y dominar este lugar. Sin importar lo que costara.
Andrónico no podía controlar al dragón ni a la Espada del Destino. Pero a Thorgrin… eso era un asunto diferente. Era su hijo.
Andrónico se detuvo y suspiró ante la idea. Qué ironía: su propio hijo, era el último obstáculo para su dominación del mundo. De alguna manera, parecía ser apropiado. Era inevitable. Él sabía que siempre, la gente más cercana a uno, es la que más nos lastima.
Recordó la profecía. Había sido un error, por supuesto, dejar vivo a su hijo. Era su gran error en la vida. Pero tenía un punto débil para él, aunque sabía que la profecía decía que eso podría llevarlo a su propio fin. Él había dejado vivir a Thor, y ahora había llegado el momento de pagar el precio.
Andrónico continuó irrumpiendo por el campamento, seguido por sus generales, hasta que finalmente llegó a la periferia y encontró una tienda más pequeña que los demás, una escarlata en un mar de negro y oro. Solamente había una persona que tenía la audacia de tener una tienda de color diferente, el único a quien sus hombres temían.
Rafi.
El hechicero personal de Andrónico, la criatura más siniestra que había conocido; Rafi había aconsejado a Andrónico a cada paso del camino, lo había protegido con su energía malévola, había sido más responsable por su ascenso que nadie. Andrónico odiaba dirigirse a él, reconocer lo mucho que lo necesitaba. Pero cuando se encontró con un obstáculo que no era de este mundo, una cosa de magia, siempre acudía con Rafi.
Cuando Andrónico se acercó a la tienda de campaña, dos seres malignos, altos y delgados, ocultos en mantos escarlata, con brillantes ojos amarillos que sobresalían detrás de las capuchas, lo miraron. Eran las únicas criaturas en todo este campamento que se atrevían a no hacer reverencia ante su presencia.
"Llamo a Rafi", declaró Andrónico.
Las dos criaturas, sin girar, estiraron una mano y retiraron las solapas de la tienda.
Al hacerlo, salió un horrible olor dirigiéndose a Andrónico, haciéndolo retroceder.
Hubo una larga espera. Todos los generales se detuvieron detrás de Andrónico y observaron con expectación, al igual que todo el campamento, quienes voltearon a ver. En el campamento hubo un gran silencio.
Finalmente salió de la carpa escarlata una criatura alta y delgada, del doble de alto de Andrónico, tan delgada como la rama de un olivo, vestido con una túnica escarlata muy oscura, con una cara invisible, escondido en la oscuridad de su capucha.
Rafi se quedó allí parado y observó, y Andrónico fue capaz de ver sólo sus ojos amarillos sin pestañear, mirando, incrustados en su piel demasiada pálida.
Sobrevino un silencio tenso.
Finalmente, Andrónico dio un paso adelante.
"Quiero que Thorgrin muera", dijo Andrónico.
Tras un largo silencio, Rafi rió entre dientes. Era un sonido profundo y molesto.
"Padres e hijos", dijo. "Siempre es lo mismo".
Andrónico ardía por dentro, impaciente.
"¿Me puedes ayudar?", dijo presionando.
Rafi se quedó allí parado, en silencio, demasiado tiempo, tanto, que Andrónico consideró matarlo. Pero él sabía que eso sería frívolo. Una vez, lleno de rabia, Andrónico había intentado apuñalarlo impetuosamente, y en el aire, la espada se había derretido en su mano. La empuñadura también había quemado su mano; le había tomado meses recuperarse del dolor.
Así que Andrónico se quedó parado, apretando los dientes y soportando el silencio.
Por último, debajo de la capucha, Rafi ronroneó.
"Las energías que rodean al muchacho son muy fuertes", dijo Rafi lentamente. "Pero todo el mundo tiene una debilidad. Él ha sido elevado con la magia. También puede descender con la magia".
Andrónico, intrigado, dio un paso adelante.
"¿De qué magia hablas?".
Rafi hizo una pausa.
"De un tipo que nunca has conocido", respondió. "Es una clase reservada sólo para un ser como Thor. Él es tu problema, pero es más que eso. Es incluso más poderoso que tú. Si vive para ver el día".
Andrónico enfureció.
"Dime cómo atraparlo", exigió.
Rafi meneó la cabeza.
"Ésa fue siempre tu debilidad", dijo. "Eliges atraparlo, no matarlo".
"Primero lo atraparé", contestó Andrónico. "Luego lo mataré. ¿Hay alguna manera de hacerlo o no?".
Hubo otro largo silencio.
"Hay una manera de despojarlo de su poder, sí", dijo Rafi. "Sin su preciosa espada y sin su dragón, será como cualquier otro muchacho".
"Enséñame", exigió Andrónico.
Hubo un largo silencio.
"Tiene