Un Rito De Espadas . Морган Райс
Kendrick no estaba de humor para las opciones seguras – y tampoco sus hombres. Querían sangre. Querían venganza. Y en un día como hoy, las probabilidades ya no importaban. Era hora de que los hombres del Imperio, supieran de qué estaban hechos los MacGil.
"¡A LA CARGA!", gritó Kendrick.
Surgió un grito, y miles de hombres fueron corriendo hacia adelante, dirigiéndose temerariamente hacia abajo de la colina, a la gran ciudad y hacia el gran rival, dispuestos a arriesgar sus vidas, a arriesgarlo todo por el honor y por su valor.
CAPÍTULO CUATRO
Gareth tosió y jadeó mientras tambaleaba hacia adelante por el paisaje desolado, con sus labios agrietados por la falta de agua, con sus ojos huecos con círculos oscuros debajo de ellos. Habían sido unos días angustiosos, y había esperado morir más de una vez.
Gareth había escapado por un pelo de los hombres de Andrónico en Silesia, escondido en un pasadizo secreto profundo dentro de la pared y esperando el momento oportuno. Había esperado, acurrucado como una rata en la oscuridad, esperando el momento oportuno. Sentía que había estado allí durante muchos días. Había presenciado todo, habían visto con incredulidad cómo Thor había llegado en la parte posterior de ese dragón, había matado a todos esos hombres del Imperio. En la confusión y el caos que sobrevino, Gareth había encontrado su oportunidad.
Gareth se había escabullido por la puerta trasera de Silesia mientras nadie estaba mirando y había tomado el camino hacia el sur, abriéndose paso a lo largo de la orilla del Cañón, principalmente hacia los bosques, para no ser detectado. No importaba – las calles estaban desiertas de todos modos. Todo el mundo se había ido hacia el Este, dando la gran batalla por el Anillo. Mientras marchaba, Gareth observó los cuerpos carbonizados de los hombres de Andrónico alineados en el camino, y sabía que las batallas de aquí hacia el sur, ya habían sido peleadas.
Gareth se fue todavía más al sur, su instinto lo conducía de regreso hacia la Corte del Rey – o lo que quedaba de ella. Él sabía que había sido devastada por los hombres de Andrónico, que probablemente se encontraba en ruinas, pero aun así, él quería ir allí. Quería irse lejos de Silesia e ir al único lugar donde sabía que podía estar a salvo. El lugar que todos los demás habían abandonado. El único lugar donde él, Gareth, había sido una vez el rey supremo.
Después de varios días de andar, débil y delirante por el hambre, Gareth finalmente había emergido del bosque y vio la Corte del Rey a lo lejos. Ahí estaba, con sus paredes todavía intactas, al menos parcialmente, aunque carbonizadas y desmoronándose. Por todas partes estaban los cadáveres de los hombres de Andrónico, evidenciando que Thor había estado aquí. Fuera de eso, no había nada, no quedaba nada sino el silbido del viento.
Eso le parecía bien a Gareth. Él no planeaba entrar en la ciudad, de todos modos. Había venido aquí a una pequeña estructura oculta, en las afueras de las murallas de la ciudad. Era un lugar que había frecuentado cuando era niño, una estructura circular de mármol, elevándose solamente unos metros del suelo y adornada con estatuas talladas elaboradas, sobre su techo. Siempre se había visto antigua, por lo bajo, como si hubiera surgido de la tierra. Y así era. Era la cripta de los MacGil. El lugar donde había sido enterrado su padre – y el padre de él.
La cripta era la estructura que Gareth sabía que quedaba intacta. Después de todo, ¿quién se molestaría en atacar una tumba? Era el lugar que quedaba donde sabía que nadie se molestaría en ir a buscarlo, donde podría buscar refugio. Era un lugar donde podía esconderse, donde podía estar completamente solo. Y un lugar donde podría estar con sus antepasados. Pese a todo el odio que Gareth sentía por su padre, curiosamente, se encontraba queriendo estar cerca de él en estos días.
Gareth corrió por el campo abierto, una fría ráfaga de viento le hacía temblar mientras envolvía su manto harapiento alrededor de sus hombros. Él escuchó el chillido estridente de un pájaro de invierno y miró hacia arriba y vio a la enorme y horrible criatura negra dando vueltas en círculo sobre su cabeza, seguramente, con cada chillido, anticipaba su caída, su próxima comida. Gareth no podía culparlo. Se sentía en las últimas, y estaba seguro de que parecía ser la comida principal del ave.
Gareth finalmente llegó al edificio, agarró la enorme manija de la puerta de hierro macizo con las dos manos y tiró con todas sus fuerzas, el mundo giraba, estaba casi delirante de agotamiento. Rechinó y necesitó de toda su fuerza para abrirla.
Gareth se apresuró en la oscuridad, azotando la puerta de hierro. Resonó detrás de él.
Agarró la antorcha apagada en la pared, donde sabía que estaba montada, pulsó su pedernal y la encendió, teniendo solamente la luz suficiente para poder ver conforme bajaba las escaleras, más y más profundamente en la oscuridad. Hizo más frío y había más corrientes de aire conforme avanzaba, el viento encontraba su camino abajo, silbando a través de las pequeñas grietas. No podría evitar sentir como si sus antepasados estuvieran aullándole, reprendiéndolo.
"¡DÉJENME!", les gritó.
Su voz resonó una y otra vez por las paredes de la cripta.
"¡PRONTO TENDRÁN SU PREMIO!".
Pero el viento persistió.
Gareth, enfurecido, descendió más profundo, hasta que finalmente llegó a la gran cámara de mármol, excavada con sus techos de tres metros, donde todos sus antepasados yacían enterrados en sarcófagos de mármol. Gareth marchó solemnemente por el pasillo, sus pasos resonaban en el mármol, hacia el final, donde yacía su padre.
El viejo Gareth habría roto el sarcófago de su padre. Pero ahora, por alguna razón, estaba empezando a sentir afinidad con él. Casi no lo entendía. Tal vez era que el efecto del opio estaba desapareciendo; o quizás era porque sabía que él también estaría muerto pronto.
Gareth llegó al sarcófago y se encorvó sobre él, inclinando la cabeza hacia abajo. Se sorprendió a sí mismo cuando empezó a llorar.
"Te extraño, padre", gimió Gareth, con su voz resonando en el vacío.
Lloró y lloró, las lágrimas corrían por su cara, hasta que finalmente sus rodillas se debilitaron y se desplomó por el agotamiento en el mármol, sentándose en el suelo, apoyado sobre la tumba. El viento aullaba como si respondiera, y Gareth dejó la antorcha, que se quemaba más y más abajo hasta que una pequeña llama disminuía en la oscuridad. Gareth sabía que pronto todo sería oscuridad y que se uniría a todos aquellos que amaba más.
CAPÍTULO CINCO
Steffen recorrió sombríamente el solitario camino del bosque, yendo lentamente desde La Torre del Refugio. Le rompió el corazón dejar ahí a Gwendolyn, la mujer a la que había jurado proteger. Sin ella, no era nada. Desde que la conoció, sintió que por fin había encontrado un propósito en la vida: cuidarla, dedicar su vida a compensarla por haber permitido que él, un simple sirviente, subiera de rango; y sobre todo, por ser la primera persona en su vida que no lo detestaba ni subestimaba basado en su apariencia.
Steffen había sentido orgullo en ayudarla a llegar a la torre con seguridad. Pero dejarla allí le había hecho sentir un hueco por dentro. ¿Adónde iría ahora? ¿Qué haría?
Sin ella para protegerla, su vida se sentía una vez más sin rumbo. No podía volver a la Corte del Rey ni a Silesia: Andrónico los había derrotado a los dos, y él recordaba la destrucción que vio cuando huyeron de Silesia. Lo último que recordaba, era que todos sus habitantes eran prisioneros o esclavos. No tendría ningún caso regresar. Además, Steffen no quería cruzar el Anillo otra vez y estar lejos de Gwendolyn.
Steffen caminó sin rumbo durante horas, serpenteando por el sendero, poniendo en orden sus pensamientos, hasta que se le ocurrió un sitio a dónde ir. Siguió el camino hacia el norte, hasta una colina, al punto más alto y desde este mirador vio un pequeño pueblo situado en otra colina, a lo lejos. Se dirigió a él, y al llegar, se dio vuelta y vio una ciudad que tenía lo que necesitaba: una vista perfecta de La Torre del Refugio Si Gwendolyn intentaba dejarla, quería estar cerca para asegurarse de que estar allí para acompañarla, para protegerla. Después de todo, su lealtad era ahora