Una Promesa De Gloria . Морган Райс
el tiempo de su padre, no tanto; y en el tiempo de ella, nada en absoluto. De hecho, con la desactivación del Escudo y el caos en la Corte del Rey, ellos eran los que necesitaban a Silesia.
Por supuesto, Los Plateados y La Legión eran los mejores guerreros que existían – como las miles de tropas que acompañaban a Gwen, que abarcaban la mitad del ejército del rey. Sin embargo, Srog, como la mayoría de los lores, pudo simplemente haber cerrado sus puertas y cuidado de su gente.
En cambio, él había buscado a Gwen, había sido leal con ella, y había insistido en ser anfitrión de todos ellos. Había sido un acto de bondad que Gwen había decidida de alguna manera, algún día, retribuirle. Eso si es que todos sobrevivían.
"No tienes que preocuparte", respondió ella con suavidad, poniendo una mano sobre la muñeca de él. "Marcharíamos hasta los confines de la Tierra para entrar en tu ciudad. Somo muy afortunadas de tener tu amabilidad en este difícil momento".
Srog sonrió. Un guerrero de mediana edad con demasiadas arrugas en su cara debido a los combates, con cabello rojo acastañado, un submaxilar fuerte y sin barba, Srog era un hombre de verdad, no sólo un Lord, sino un verdadero guerrero.
"Por su padre, caminaría a través del fuego", respondió. "No tiene nada qué agradecer. Es un gran honor poder saldar mi deuda con él sirviendo a su hija. Después de todo, fue su deseo que usted gobernara. Así que cuando hago algo por usted, le correspondo a él".
Cerca de Gwen también marchaban Kolk y Brom, y detrás de todos ellos estaba el sonido constante de las miles de espuelas, de espadas tintineando en sus vainas, de escudos chocando contra la armadura. Era una gran cacofonía de ruidos, yendo cada vez más y más lejos hacia el norte a lo largo del borde del Cañón.
"Mi lady", dijo Kolk: "Me siento agobiado por la culpa. No debimos haber dejado a Thor, Reece, y a los demás ir solos al Imperio. Debimos habernos ofrecido más de nosotros para acompañarlos. Me costará la cabeza si le pasara algo a ellos".
"Fue la misión que ellos eligieron", respondió Gwen. "Era una misión de honor. Quien tenía que irse, se fue. La culpabilidad no sirve de nada".
"¿Y qué sucederá si no regresan a tiempo con la Espada?", preguntó Srog. "No falta mucho para que el ejército de Andrónico aparezca en nuestras puertas".
"Entonces nos opondremos", dijo Gwen confiadamente, poniendo todo el coraje en su voz como pudo, con la esperanza de hacer que los demás se relajaran. Se dio cuenta de que los otros generales se dieron vuelta y la miraron.
"Defenderemos hasta el último golpe", añadió ella. "No habrá retirada, no nos rendiremos".
Sintió que los generales estaban impresionados. Ella quedó impresionada por su propia voz, por la fuerza que surgía dentro de ella, sorprendiéndola incluso a ella. Era la fuerza de su padre, de siete generaciones de reyes MacGil.
Mientras seguían avanzando, el camino se curvaba bruscamente a la izquierda, y mientras Gwen daba la vuelta a la esquina, se detuvo de golpe, sin aliento ante lo que vio.
Silesia.
Gwen recordó que su padre la traía de viaje aquí, cuando era una niña. Era un lugar que recordaba en sus sueños desde entonces, un lugar que había sido mágico para ella. Ahora, al mirarlo siendo adulta, todavía seguía dejándola sin aliento.
Silesia era la ciudad más inusual que Gwen había visto. Todos los edificios, todas las fortificaciones, toda la piedra – todo fue construido de un antiguo, rojo brillante. La mitad de la parte alta de Silesia, vertical, estaba repleta de parapetos y chapiteles, fue construida en el continente, mientras que la mitad inferior fue construida en el lado del Cañón. Las nieblas turbulentas del Cañón soplaban dentro y fuera, envolviéndolo, haciendo que el rojo brillara y destellara en la luz – y le hacía parecer como si hubiera sido construido en las nubes.
Sus fortificaciones se levantaban treinta metros, coronadas en parapetos y respaldadas por una interminable fila de murallas. El lugar era una fortaleza. Aunque un ejército de alguna manera traspasara sus muros, todavía tendría que bajar a la mitad inferior de la ciudad, hasta los acantilados y pelear en el borde del Cañón. Obviamente, era una guerra que ningún ejército invasor querría librar. Y era por eso que esta ciudad había permanecido de pie durante mil años.
Sus hombres se detuvieron y miraron boquiabiertos, y Gwen podía sentir que todos estaban asombrados también.
Por primera vez en mucho tiempo, Gwen se sentía optimista. Este era un lugar en donde podían quedarse, lejos del alcance de Gareth; un lugar que podrían defender. Un lugar donde ella podría gobernar. Y tal vez – tal vez – el Reino de MacGil podría levantarse otra vez.
Srog estaba ahí parado, con las manos en su cadera, asimilando todo, como si viera su propia ciudad por primera vez, con los ojos brillando de orgullo.
"Bienvenido a Silesia".
CAPÍTULO SEIS
Thor abrió los ojos al amanecer para ver las olas del mar que se movían suavemente, subiendo y bajando en grandes crestas, cubiertas por la luz tenue del primer sol. El agua amarillo claro del Tartuvio. brillaba en la niebla de la mañana. El barco se movía silenciosamente de un lado a otro en el agua, y el único sonido era el del vaivén de las olas contra su casco.
Thor se sentó y miró a su alrededor. Sus ojos le pesaban por el agotamiento— de hecho, nunca se había sentido tan cansado en su vida. Habían estado navegando durante días; y todo aquí, en este lado del mundo, se sentía diferente. El aire estaba tan pesado por la humedad, la temperatura era mucho más caliente, era como respirar en un chorro constante de agua. Lo hacía sentir lento, hacía que sus extremidades se sintieran pesadas. Sentía como si hubiera llegado en verano.
Thor miró a su alrededor y vio que todos sus amigos, quienes normalmente se levantaban antes del amanecer, estaban en el suelo, durmiendo. Incluso Krohn, siempre despierto, dormía junto a él. El pesado clima tropical había afectado a todos. Ninguno de ellos siquiera se había molestado en conducir el timón – habían dejado eso días atrás. No tenía sentido: sus velas siempre estaban a mástil completo con un viento del oeste azotador, y las mareas mágicas de este océano constantemente tiraron del barco en una sola dirección. Era como si fueran jalados hacia una dirección, y habían intentado en varias ocasiones de dirigir o cambiar de rumbo, pero fue inútil. Todos se habían resignado a dejar que el Tartuvio los llevara a donde fuera.
De cualquier manera, tampoco sabían hacia qué lugar del Imperio dirigirse, reflexionó Thor. En tanto las mareas los llevaron a tierra firme, pensó él, con eso sería suficiente.
Krohn despertó, gimiendo; luego se inclinó hacia adelante y lamió la cara de Thor. Thor buscó en su saco, que estaba casi vacío y le dio a Krohn el último de sus palos de carne seca. Para sorpresa de Thor, Krohn no lo arrebató de su mano, como generalmente lo hacía; en cambio, Krohn lo miró, miró el saco vacío y luego miró a Thor de manera significativa. Vaciló para tomar la comida, y Thor se dio cuenta de que Krohn no quería quitarle la última pieza.
Thor estaba conmovido por el gesto, pero él insistió, empujando la carne en el hocico de su amigo. Thor sabía que pronto se quedarían sin comida y rezó para que llegaran a tierra. No tenía ni idea de cuánto tiempo podría tardar el viaje; ¿qué pasa si tardaban varios meses? ¿Qué comerían?
El sol salió rápidamente aquí, brillando más y con más fuerza demasiado temprano y Thor se quedó parado mientras la niebla empezaba a irse del agua y se fue a la proa.
Thor se quedó allí y se asomó, la cubierta se mecía suavemente debajo de él, y vio cómo la niebla se disipaba. Pestañeó, preguntándose si estaba viendo cosas, mientras el contorno de una tierra lejana aparecía en el horizonte. Su pulso se aceleró. Era tierra. ¡Tierra real!
La tierra apareció en una forma inusual: dos largas y estrechas penínsulas varadas en el mar, como los dos extremos de un tridente y mientras la niebla se elevaba, Thor miró a su izquierda y a su derecha y se sorprendió al ver dos franjas de tierra a cada lado de ellos, cada uno a aproximadamente cuarenta y cinco metros de distancia. Estaban siendo absorbidos hacia el centro de una larga ensenada.
Thor