El Peso del Honor . Морган Райс
que aparecía saliendo de otra puerta secreta mientras el primer guerrero continuaba y desaparecía en los niveles superiores. El nuevo guerrero era mucho más alto que Merk y portaba la misma cota de malla dorada.
“Servirás en este nivel,” dijo con voz ronca, “con el resto de ellos. Yo soy tu comandante: Vicor.”
Su nuevo comandante, un hombre delgado de rostro duro como la piedra, parecía alguien a quien no molestar. Vicor señaló a una puerta abierta en la pared y Merk entró cuidadosamente, preguntándose qué era este lugar mientras pasaba por pasillos de piedra. Caminaron en silencio pasando por arcos tallados en puertas de piedra y el salón se extendió en una amplia habitación con un alto techo cónico, pisos y paredes de piedra, e iluminado por luz solar que se filtraba por ventanas angostas cónicas. Merk se sorprendió al ver docenas de rostros que lo miraban, rostros de guerreros, algunos delgados y otros musculosos, todos con ojos duros y constantes, todos alerta con un sentido de propósito. Estaban esparcidos en todo el cuarto cada uno frente a una ventana, y todos, portando la cota de malla dorada, se voltearon y miraron al extraño que entraba en la habitación.
Merk se sintió cohibido y les devolvió la mirada en un silencio incómodo.
Junto a él, Vicor se aclaró la garganta.
“Los hermanos no confían en ti,” le dijo a Merk. “Puede que nunca lo hagan. Y tal vez tú nunca confíes en ellos. Aquí el respeto no se regala y no hay segundas oportunidades.”
“¿Qué es lo que debo hacer?” Preguntó Merk desconcertado.
“Lo mismo que estos hombres,” Vicor respondió ásperamente. “Observarás.”
Merk examinó la habitación y, del otro lado, quizá a unos cincuenta pies de distancia, vio una ventana abierta en la que no había ningún guerrero. Vicor caminó despacio hacia ella y Merk lo siguió, pasando por los guerreros que lo observaban antes de volverse a sus ventanas. Era un sentimiento extraño el estar entre estos hombres sin ser uno de ellos. Aún no. Merk siempre había peleado solo, y no sabía lo que era el pertenecer a un grupo.
Al pasar y examinarlos, sintió que todos eran, al igual que él, hombres rotos, hombres sin otro lugar al cuál ir y sin ningún otro propósito en la vida, hombres que había hecho de esta torre de piedra su hogar, hombres como él.
Al acercarse a su estación, Merk notó que el último hombre al que pasó era diferente a los demás. Parecía ser un muchacho de unos dieciocho, con la piel más suave y lisa que Merk jamás había visto, y con largo y fino cabello rubio que bajaba hasta su cintura. Era más delgado que los demás, con muy poco músculo, y parecía como que nunca había estado en batalla. Pero aun así aparentaba orgullo, y Merk se sorprendió al ver que le regresaba la mirada con los mismos ojos amarillos y feroces del Observador. El muchacho parecía muy frágil para estar aquí, muy sensible; pero al mismo tiempo algo en su mirada puso a Merk en guardia.
“No subestimes a Kyle,” dijo Vicor mientras Kyle volvía a voltear hacia su ventana. “Es el más fuerte de nosotros y el único verdadero Observador aquí. Lo enviaron aquí para protegernos.”
Merk apenas si podía creerlo.
Merk llegó hasta su puesto y se sentó junto a la alta ventana mirando hacia afuera. Había una orilla de piedra en la cual sentarse, y al acercarse a mirar por la ventana, se vio recompensado por una magnífica vista del paisaje. Vio la península estéril de Ur, la cima de los árboles del bosque distante y, más allá, el océano y el cielo. Sintió como si pudiera ver todo Escalon desde aquí.
“¿Eso es todo?” Preguntó Merk sorprendido. “¿Sólo me siento aquí a observar?”
Vicor sonrió.
“Tus deberes aún no han empezado.”
Merk frunció el ceño decepcionado.
“No he venido hasta aquí para sentarme en una torre,” dijo Merk mientras otros volteaban. “¿Cómo voy a defender desde aquí arriba? ¿No puedo patrullar en la planta baja?”
Vicor sonrió.
“Puedes ver más desde aquí arriba que desde abajo,” respondió.
“¿Y si veo algo?” preguntó Merk.
“Suena la campana,” dijo.
Señaló con la cabeza y Merk vio una ventana instalada junto a la ventana.
“Ha habido muchos ataques contra nuestra torre al paso de los siglos,” Vicor continuó. “Todos han fallado gracias a nosotros. Somos los Observadores, la última línea de defensa. Todo Escalon nos necesita y hay muchas maneras de defender una torre.”
Merk lo observó irse y, mientras se acomodaba en su estación en silencio, se preguntaba: ¿qué era en lo que se había metido?
CAPÍTULO SEIS
Duncan guiaba a sus hombres cabalgando bajo la luz de la luna, atravesando las llanuras nevadas de Escalon con el paso de las horas y dirigiéndose hacia el horizonte hacia Andros. La cabalgata nocturna le trajo memorias de batallas pasadas, del tiempo que pasó en Andros sirviendo al antiguo Rey; se perdió en sus pensamientos, en memorias que se mezclaban con el presente y con fantasías del futuro hasta que no pudo distinguir lo que era real. Como siempre, sus pensamientos giraron hacia su hija.
Kyra. ¿Dónde estás? se preguntaba.
Duncan oró por que estuviera segura y progresara en su entrenamiento, y por que pronto se reunieran. ¿Podría ella invocar a Theos de nuevo? se preguntó. Si no, no sabía si podrían ganar esta guerra que ella había empezado.
El incesante sonido de los caballos y armaduras llenaba la noche. Duncan apenas sentía el frío con el corazón cálido por la victoria, por el impulso, por el creciente ejército que lo seguía y por la anticipación. Finalmente después de todos estos años sentía que las cosas giraban a su favor. Sabía que Andros estaría protegido por un ejército profesional, que estarían superados en número, que la capital estaría fortificada y que no contaban con los hombres suficientes para organizar un asedio. Sabía que le esperaba la batalla de su vida, una que determinaría el destino de Escalon. Pero este era el peso del honor.
Duncan también sabía que él y sus hombres tenían una causa de su lado, un deseo y propósito; y más que nada, velocidad y el elemento de la sorpresa. Los Pandesianos nunca esperarían un ataque a la capital, no por personas subyugadas y nunca de noche.
Finalmente, mientras empezaba a amanecer aún con un azul opaco, Duncan vio en la distancia cómo empezaban a aparecer los contornos familiares de la capital. Era una vista que no había esperado ver en su vida, una que hizo que se le acelerara el corazón. Las memorias de todos los años que vivió ahí volvieron apresuradamente, del tiempo en que había servido lealmente al rey y al país. Recordó a Escalon en la cúspide de su gloria, una nación libre y orgullosa, una que parecía invencible.
Pero esto también le trajo memorias amargas: la traición del débil Rey hacia su gente, el cómo había entregado Escalon y su capital. Recordó cómo él y todos los jefes militares se dispersaron obligados a retirarse en vergüenza, exiliados a sus propias fortalezas en Escalon. El ver los majestuosos contornos de la ciudad le hicieron sentir deseo y nostalgia y miedo y esperanza al mismo tiempo. Estos eran los contornos que habían marcado su vida, los límites de la ciudad más grande de Escalon, gobernada por reyes por siglos, extendiéndose tan lejos que era difícil ver dónde terminaba. Duncan respiró profundo al ver los familiares parapetos y cúpulas y chapiteles, todos arraigados profundamente en su alma. De algún modo, era como regresar a casa; excepto que Duncan ahora no era el derrotado y leal comandante que alguna vez había sido. Ahora era más fuerte, no le respondería a nadie, y traía un ejército a las espaldas.
Mientras amanecía, la ciudad seguía alumbrada por antorchas, lo que quedaba de la guardia nocturna empezaba a recibir la mañana entre la niebla y, mientras Duncan se acercaba, vio algo más que hizo que su corazón le ardiera: las banderas azul y amarillo de Pandesia ondeando orgullosamente sobre las almenas de Andros. Esto le hizo sentirse enfermo y renovó su sentido de determinación.
Duncan inmediatamente