Si Ella Viera . Блейк Пирс

Si Ella Viera  - Блейк Пирс


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permaneciera vivo? Con todo, había gozo en ello —en poner algo en la tierra y ver sus frutos pasado el tiempo.

      Había comenzado con flores —margaritas y buganvillas en principio— y luego siguió con una pequeña huerta en la esquina derecha del fondo de su patio. Allí era donde estaba en ese instante, amontonando tierra alrededor de una planta de tomate, y poco a poco dándose cuenta de que no había tenido interés alguno en la jardinería hasta que se convirtió en abuela.

      Se preguntó si ello tenía algo que ver con la evolución de su naturaleza maternal. Libros y amistades le habían dicho que había algo distinto en ser abuela —algo que una mujer nunca llegaba a palpar en realidad siendo madre.

      Su hija, Melissa, le había asegurado que ella había sido una buena madre. Era una convicción que Kate necesitaba renovar de tiempo en tiempo, dada la forma como se había desarrollado su carrera. Reconocía que había puesto su carrera por encima de su familia por demasiado tiempo y se podía considerar afortunada por el hecho de que Melissa no le hubiera guardado resentimiento por ello —excepto por el período que siguió a la pérdida de su padre.

      Ah, esto es lo inconveniente de la jardinería, pensó Kate mientras se ponía de pie y se sacudía manos y rodillas. La mente tiende a vagar. Y cuando eso sucede, el pasado viene sigiloso, sin ser invitado.

      Se alejó del jardín, cruzando el patio de su casa en Richmond, Virginia, en dirección al porche trasero. Tuvo el cuidado de quitarse en la puerta sus Keds llenos de tierra. Dejó caer también sus guantes junto a ellos, porque no quería que entrara tierra en la casa. Había pasado los dos días anteriores limpiándola. Esa noche iba a hacer de niñera de Michelle, su nieta, y aunque Melissa no estaba obsesionada con la pulcritud, Kate quería que el lugar brillara de limpio. Habían pasado casi treinta años desde que había estado en compañía de un bebé y no quería correr riesgos.

      Echó un vistazo al reloj y frunció el ceño. Esperaba compañía en quince minutos. Ese era otro aspecto negativo de la jardinería: perdías con facilidad la noción del tiempo.

      Se refrescó en el baño y luego fue a la cocina a hacer café. Ya estaba colando cuando sonó el timbre. Contestó de inmediato, feliz como siempre de ver a las dos mujeres con las que había pasado unas horas, al menos dos veces a la semana, por algo más de año y medio.

      Jane Patterson pasó de primero, trayendo una bandeja de pastas. Eran galletas danesas hechas en casa, que habían ganado el certamen Carytown Cooks por dos años seguidos. Clarissa James venía detrás de ella con un gran cuenco de fruta fresca rebanada. Ambas venían con hermosos atuendos que hubieran funcionado tanto para asistir a un brunch en casa de una amiga como para ir de tiendas —algo que ambas hacían a menudo.

      —Has estado en el jardín, ¿no es así? —preguntó Clarissa al poner el pie todas junto al mostrador de la cocina.

      —¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Kate.

      Clarissa apuntó al cabello de Kate, justo por debajo de los hombros, donde casi terminaba. Kate se llevó la mano hasta allí y descubrió que había pasado por alto un poco de tierra que de alguna manera había terminado en su cabello. Clarissa y Jane rieron ante esto y Jane quitó el plástico que envolvía sus galletas danesas.

      —Rían todo lo que quieran —dijo Kate—. No estarán aquí cuando esas ramas de tomate estén cargadas.

      Era la mañana de un viernes, lo que automáticamente la hacía buena. Las tres mujeres se colocaron alrededor del mostrador de la cocina de Kate, sentándose en taburetes, comiendo su brunch y bebiendo café. Y aunque la compañía, la comida, y el café estaban buenos, era difícil pasar por alto la pieza que faltaba.

      Debbie Meade ya no era parte del grupo. Luego que su hija había muerto, como una de las tres víctimas de un asesino que Kate había atrapado al final, Debbie y su esposo, Jim, se habían mudado. Estaban viviendo en un lugar cercano a la playa, en Carolina del Norte. Debbie le enviaba fotos de la costa de vez en cuando, solo para alardear en broma. Llevaban dos meses viviendo allí y parecían felices, habiendo superado la tragedia.

      La conversación fue mayormente ligera y placentera. Jane habló acerca de cómo su marido tenía en mente retirarse el año entrante y que ya había empezado a planear la redacción de un libro. Clarissa compartió noticias de sus dos hijos, ambos veinteañeros, y de cómo habían sido ascendidos.

      —Hablando de hijos —dijo Clarissa—, ¿cómo le va a Melissa? ¿Le encanta la maternidad?

      —Oh, sí —dijo Kate—. Está totalmente loca con su bebita. Una bebita que estaré cuidando esta noche, de hecho.

      —¿Por primera vez? —preguntó Jane.

      —Sí. Es la primera vez que Melissa y Terry van a salir sin la bebé. Como una salida para pasar la noche fuera.

      —¿Ya está activado el Modo Abuela? —preguntó Clarissa.

      —No sé —dijo Kate con una sonrisa—. Supongo que lo averiguaremos esta noche.

      —Sabes —dijo Jane—, podrías regresar en el tiempo y hacer de niñera como una acostumbraba en la secundaria. Yo traía a mi novio tan pronto como los niños se iban a la cama…

      —Eso es muy inquietante —dijo Kate.

      —¿Crees que Allen estaría como para eso, sin embargo? —preguntó Clarissa.

      —No lo sé —respondió Kate, intentando imaginar a Allen con un bebé. Habían estado saliendo desde que Kate y su nueva compañera, DeMarco, habían cerrado el caso de un asesino en serie aquí en Richmond—el mismo caso que había acabado con la vida de la hija de Debbie Meade. No habían hablado en realidad del futuro: no habían dormido juntos y en raras ocasiones se dejaban llevar por el contacto físico. Estaba disfrutando el tiempo que pasaba con él, sin embargo, pero el pensamiento de incorporarlo a su faceta como abuela la incomodaba.

      —¿Las cosas van bien entre ustedes? —preguntó Clarissa.

      —Eso creo. Todavía el asunto de las citas me parece extraño. Soy demasiado vieja para salir en una cita, ¿sabes?

      —Diablos no —dijo Jane—, no me malinterpretes… amo a mi esposo, mis hijos, y mi vida en general. Pero daría lo que fuera por volver a estar en una escena así solo? Por un rato, ¿sabes? Lo extraño. Conocer a otras personas, compartir el primer...

      —Si, supongo que eso es muy lindo —admitió Kate—. Allen halla tambien extraña la idea de las citas. Nos hemos divertido juntos, pero... se vuelve algo extraño cuando las cosas comienzan a derivar hacia el lado romántico.

      —Blablabla —dijo Clarissa—, ¿pero piensas en él como en un novio?

      —¿En verdad estamos teniendo esta conversación? —preguntó Kate, comenzando a sentir que se estaba ruborizando un poco.

      —Sí —dijo Clarissa—, nosotras, viejas señoras casadas, necesitamos vivir indirectamente a través de ti.

      —Y eso también aplica a tu especie de trabajo —dijo Jane—. ¿Cómo te está yendo?

      —No han llamado en dos semanas, y la última vez fue solo para ayudar en una investigación. Lo siento, chicas... no es tan aventurero como ustedes esperan que sea.

      —¿Así que vuelves a ser jubilada? —preguntó Clarissa.

      —Básicamente. Es complicado.

      Ese comentario finalizó el interrogatorio y ellas volvieron a hurgar los tópicos domésticos —nuevas películas, un festival musical en la ciudad, las construcciones en la Interestatal, y así sucesivamente. Pero la mente de Kate se había quedado enganchada en el tema del trabajo. Era consolador saber que el Buró todavía estaba considerándola como un recurso, pero ella había estado esperando un rol más activo luego de haber atado los cabos en el último caso. Sin embargo, hasta ahora solo había sabido del Subdirector Durán una sola vez, y eso fue para pedirle un reporte de desempeño sobre DeMarco.

      Sabía lo extraño


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