Canalla, Prisionera, Princesa . Морган Райс
algún destello.
“Murió luchando por ti”, dijo Estefanía. “Pensé que querrías saber esta parte. Esto lo hace mucho más… romántico”.
“Mientes”, insistió Ceres, pero en algún lugar en su interior sabía que no era así. Solo diría una cosa así si fuera una verdad que Ceres pudiese comprobar, algo que dolería y continuaría doliendo cuando descubriera la realidad que había en ello.
“No me hace falta mentir. No cuando la verdad es mucho mejor”, dijo Estefanía. “Thanos también está muerto. Murió luchando en Haylon, allí mismo en la playa”.
Una nueva ola de dolor golpeó a Ceres, apoderándose de ella y amenazando con llevarse toda sensación de ella misma. Había discutido con Thanos antes de que este se fuera, sobre la muerte de su hermano y sobre lo que tenía intención de hacer, luchar contra la rebelión. Nunca pensó que estas podían ser las últimas palabras que le diría. Había dejado un mensaje a Cosmas específicamente para que no lo fueran.
“Hay otra cosa más”, dijo Estefanía. “¿Tu hermano pequeño? ¿Sartes? Se lo ha llevado el ejército. Me aseguré de que los que se lo llevaron no hicieran la vista gorda con él solo porque era el hermano de la armera de Thanos”.
Esta vez Ceres intentó abalanzarse sobre ella, la furia que la llenaba la impulsó a saltar sobre la chica noble. Sin embargo, con lo débil que estaba, no tenía ninguna posibilidad de éxito. Sintió que sus piernas se enredaban con las sábanas de la cama, haciéndola caer al suelo y, al alzar la vista, vio a Estefanía.
“¿Cuánto tiempo crees que durará tu hermano en el ejército?” preguntó Estefanía. Ceres vio que su gesto cambiaba a algo parecido a una pena en plan de burla. “Pobre chico. Son muy crueles con los reclutas. Al fin y al cabo, prácticamente todos ellos son unos traidores”.
“¿Por qué?” consiguió decir Ceres.
Estefanía extendió sus manos. “Me quitaste a Thanos y esto era todo lo que yo había planeado para mi futuro. Ahora, yo te lo voy a quitar todo”.
“Te mataré”, prometió Ceres.
Estefanía se rio. “No tendrás ocasión. Esto” –extendió su mano para tocarle la espalda y Ceres tuvo que morderse el labio para no gritar- “no es nada. Aquel pequeño combate en el Stade no fue nada. Los peores combates que puedas imaginar te estarán esperando, una y otra vez, hasta que mueras”.
“¿Piensas que la gente no se dará cuenta?” dijo Ceres. “¿Piensas que no adivinarán lo que estás haciendo? Me arrojaste allí porque pensaste que se sublevarían. ¿Qué harán si piensan que los estás engañando?”
Ella vio que Estefanía negaba con la cabeza.
“La gente ve lo que quiere ver. Contigo, parece ser que quieren ver a su princesa combatiente, la chica que sabe luchar tan bien como cualquier hombre. Se lo creerán y te querrán, hasta el punto en el que te conviertas en un hazmerreír allí en la arena. Observarán cómo te hacen pedazos, pero antes de esto aclamarán para que suceda”.
Ceres solo vio cómo Estefanía se dirigía hacia la puerta. La chica noble se detuvo, se giró hacia ella y, por un instante, pareció tan dulce e inocente como siempre.
“Oh, casi se me olvida. Intenté darte tu medicina, pero no pensé que podrías tirarla de un golpe de mi mano antes de que pudiera darte suficiente”.
Sacó el botellín que llevaba antes y Ceres vio cómo lo tiraba y este caía al suelo. Se hizo añicos, los trocitos se esparcieron por el suelo de la habitación de Ceres en astillas que harían que fuera doloroso y peligroso para ella intentar regresar a la cama. Ceres no dudaba que Estefanía había planeado que así fuera.
Vio cómo la chica noble agarraba la vela que iluminaba la habitación y, por poco tiempo, en el instante antes de que la apagara, la dulce sonrisa de Estefanía se desvaneció de nuevo para ser sustituida por algo cruel.
“Estaré allí para bailar en tu funeral, Ceres. Te lo prometo”.
CAPÍTULO SIETE
“Sigo diciendo que deberíamos destriparlo y arrojar su cuerpo para que los otros soldados del Imperio lo encuentren”.
“Eso es porque eres idiota, Nico. Aunque encontraran un cuerpo más entre el resto, ¿quién te dice que les importara? Y además tendríamos el inconveniente de llevarlo hasta algún lugar donde lo vieran. No. Debemos pedir un rescate”.
Thanos estaba sentado en la cueva donde los rebeldes se habían refugiado por un instante y escuchaba cómo discutían sobre su destino. Tenía las manos atadas delante de él, pero por lo menos se habían esforzado en poner un parche y vendar sus heridas, dejándolo frente a una pequeña hoguera para que no se congelara mientras decidían si lo mataban a sangre fría o no”.
Los rebeldes estaban sentados en otras hogueras, apiñados a su alrededor, discutiendo qué podían hacer para evitar que la isla cayera ante el Imperio. Hablaban en voz baja, para que Thanos no pudiera escuchar los detalles, pero él ya había pillado el quid de la cuestión: estaban perdiendo y perdiendo estrepitosamente. Estaban en las cuevas porque no tenían otro lugar al que ir.
Después de un rato, el que era evidentemente su líder vino y se sentó delante de Thanos, con las piernas cruzadas sobre la dura piedra del suelo de la cueva. Empujó un pedazo de pan que Thanos devoró con hambre. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que comió por última vez.
“Me llamo Akila”, dijo el otro hombre. “Estoy al mando de esta rebelión”.
“Thanos”,
“¿Solo Thanos?”
Thanos notó la curiosidad y la impaciencia en su respuesta. Se preguntaba si el otro hombre había descubierto quien era. De cualquier modo, la verdad parecía ser la mejor opción en aquel momento.
“Príncipe Thanos”, confesó.
Akila permaneció sentado delante de él durante varios segundos y Thanos se preguntaba si era entonces cuando iba a morir. Había estado muy cerca cuando los rebeldes pensaron que era solo otro noble sin nombre. Ahora que ya sabían que pertenecía a la familia real, que era cercano al rey que tanto los oprimía, parecía imposible que hicieran otra cosa.
“Un príncipe”, dijo Akila. Miró a los demás, que estaban a su alrededor, y Thanos vio un destello de sonrisa. “Hey, chicos, tenemos a un príncipe aquí”.
“¡Entonces está claro que debemos pedir un rescate por él!” exclamó uno de los rebeldes. “¡Valdrá una fortuna!”
“Está claro que deberíamos matarlo”, dijo otro bruscamente. “¡Pensad en todo lo que nos han hecho los de su especie!”
“De acuerdo, ya es suficiente”, dijo Akila. “Concentraos en la batalla que tenemos por delante. Esta será una noche larga”.
Thanos escuchó un ligero suspiro de otro hombre mientras los hombres volvían a sus hogueras.
“¿No está yendo bien, entonces?” dijo Thanos. “Antes dijiste que vuestro bando estaba perdiendo”.
Akila le dirigió una mirada penetrante. “Yo debo saber cuando tengo que cerrar la boca. Quizás deberías saberlo tú también”.
“De todas formas, estáis pensando si me matáis”, resaltó Thanos. “Me imagino que no tengo mucho que perder”.
Thanos esperó. Este no era el tipo de hombre al que debía insistir para que le diera respuestas. Había algo duro en Akila. Thanos imaginaba que le hubiera gustado si lo hubiera conocido en otras circunstancias.
“De acuerdo”, dijo Akila. “Sí, estamos perdiendo. Tus Imperiales tienen más hombres que nosotros y no os importa el daño que podáis hacer. La ciudad está sitiada por tierra y por mar, así que nadie puede escapar. Lucharemos desde las colinas,