Gobernante, Rival, Exiliado . Морган Райс
no podía discutir nada de eso. Además, veía que aquello convencía a los demás. Ceres siempre había tenido la habilidad de hacerlo. Había sido su nombre, y no el de él, el que había traído al Pueblo del Hueso. Había sido ella la que había logrado convencer a los hombres de Lord West y a la rebelión. Cada vez que lo hacía lo impresionaba más.
Bastaba con que Thanos la siguiera a donde quisiera ir, a Haylon o más lejos. Por ahora su intento de encontrar su origen podía esperar. Lo que importaba era Ceres; Ceres y ocuparse del daño que Felldust provocaría si se extendía más allá de Delos. Lo había escuchado en los muelles de Puerto Sotavento: no sería un ataque rápido.
—Existe un problema si queremos ir a Haylon —puntualizó Sartes—. Para llegar hasta allí, deberíamos atravesar la flota de Felldust. Esa es la dirección de la que vienen, ¿cierto? Y no creo que estén todos posados en el puerto de Delos.
—No lo están —coincidió Thanos, pensando en lo que había visto en Felldust. Había flotillas enteras de barcos que todavía no habían partido hacia el Imperio; los barcos de las otras Piedras se habían quedado para ver lo que sucedería, o estaban allí para reunir provisiones para poderse unir al saqueo.
Serían una auténtica amenaza si su pequeña barca intentaba navegar hacia Haylon por la ruta directa. Simplemente sería cuestión de suerte si se encontraban a los enemigos por el camino, y Thanos no estaba seguro de que Ceres pudiera hacerlos desaparecer con su truco de nuevo.
—Tenemos que dar un rodeo —dijo—. Bordearemos la costa hasta que estemos lejos de cualquier ruta que ellos puedan tomar y, a continuación, llegaremos a Haylon por su lado más apartado.
Vio que los demás no estaban contentos con esa idea, y Thanos supuso que no era solo por el tiempo de más que implicaba. Sabía lo que aquella ruta significaba.
Jeva fue la que lo dijo.
—Tomar esa ruta nos llevaría al Pasaje de los Monstruos —dijo ella—. Probar suerte con Felldust podría ser mejor.
Thanos negó con la cabeza.
Si nos ven, irán a por nosotros. Por lo menos, de este modo, tenemos la oportunidad de pasar desapercibidos.
—También existe la posibilidad de que nos coman —puntualizó la mujer del Pueblo del Hueso.
Thanos encogió los hombros. No veía opciones mejores. No había tiempo para ir a ningún otro lugar y ningún camino mejor. Podían arriesgarse o esperar hasta que Akila muriera, y Thanos no abandonaría así a su amigo.
Ceres parecía sentir lo mismo .
—Iremos por el Pasaje de los Monstruos. ¡Levantemos la vela!
CAPÍTULO CINCO
Ulren, la Segunda Piedra, se acercaba a la torre de cinco lados con la relajada determinación de un hombre que ha tramado todo lo que podría suceder. A su alrededor, el polvo de la ciudad se arremolinaba en su habitual danza interminable, haciendo que deseara toser o taparse la boca. Ulren no hizo ninguna de las dos cosas. En este momento debía parecer fuerte.
Había guardias en las puertas, como siempre. Presumiblemente pagados por las cinco Piedras, pero que en realidad eran los hombres de Irrien. Por esa razón, cruzaron sus picas desafiantes, un pequeño recordatorio para cualquier Piedra inferior de cuál era su lugar.
—¿Quién anda ahí? —exclamó uno.
Ulren sonrió al escucharlo.
—La nueva Primera Piedra de Felldust.
Por un instante pudo ver la sorpresa en su mirada antes de que sus hombres salieran de entre el polvo con sus ballestas levantadas. No tenía el mismo peso en armas que Irrien o los astutos espías de Vexa, la riqueza de Kas o los amigos nobles de Borion, pero tenía suficiente de cada y ahora, por fin, tenía la valentía de usarlos.
Disfrutaba de ver que las flechas de las ballestas acertaron en el pecho de los guardias después de que estos lo hubieran retenido tantas veces. Era mezquino, pero en aquel instante debía ceder ante la mezquindad. En ese instante, debía hacer todo lo que siempre había deseado.
Abrió la puerta con su llave, entrando a la luz de la torre. ¿Qué decía de la ciudad el hecho de que el aire del interior, iluminado por quinqués y lleno de humo, fuera aún mejor que el del exterior? Aun así, hoy incluso eso parecía agradable.
—Sed raudos —les dijo a los hombres y las mujeres que le seguían—. Atacad con rapidez.
Se dispersaron, el negro de las lámparas atenuaba el brillo de sus armas. Cuando los guardias salieron de uno de los pasillos, se lanzaron hacia delante en silencio y atacaron. Ulren no se detuvo para observar la sangre y la muerte. Ahora mismo, nada de eso importaba.
Empezó a subir los tramos de escaleras que llevaban a la sala superior y que parecían no tener fin. Ya lo había hecho muchas veces y, en todas las ocasiones, había sido con la expectativa de que estaría allí como algo inferior, segundo o tercero o menos en una ciudad en la que la Primera de las Cinco era el único lugar que importaba.
Esta era la cruel broma de la ciudad, bajo el punto de vista de Ulren. Todos luchaban por estar arriba del todo, cinco trabajaban juntos, pero todo el mundo sabía que la Primera Piedra era el más fuerte. Hacía tanto tiempo que Ulren conspiraba para ser la Primera que ya no recordaba un tiempo en el que hubiera deseado otra cosa.
Había sido cauteloso, aunque siempre había sido suyo. Él había construido su poder, empezando con las tierras de su familia pero añadiendo más, cuidando sus recursos del mismo modo que un jardinero podría cuidar una planta. Había tenido paciencia, demasiada paciencia. Había trabajado hasta el límite para conseguir el asiento de la Primera Piedra.
Entonces apareció Irrien, y tuvo que tener paciencia de nuevo.
Las matanzas continuaban alrededor de Ulren, mientras él continuaba subiendo. Los sirvientes que vestían los colores de la Primera Piedra morían, derribados por sus hombres. Sin dudas, sin remordimientos. Felldust era una tierra donde incluso un esclavo de inocente apariencia podía llevar un puñal, con la esperanza de avanzar.
Un soldado que salió de entre las sombras lo atacó. Ulren forcejeó con él, buscando ventaja.
El hombre era fuerte, aunque tal vez solo era que la edad le pesaba. Ahora, a Ulren le dolía el cuerpo cuando estaba en la arena de entrenamiento en casa, y las esclavas que antes iban hacia él casi por su propia voluntad ahora tenían que esconder sus miradas de asco y consternación. Había días en los que entraba en una sala y apenas podía recordar por qué se había tomado la molestia.
Pero no había perdido nada de su astucia. Se giró con la fuerza del ataque del otro hombre enganchándolo con el pie por detrás de la pierna y empujándolo con todas sus fuerzas. El soldado tropezó y se cayó, bajó las escaleras de caracol que subía por la torre de cinco lados dando vueltas sobre sí mismo. Ulren dejó que sus guerreros acabaran con él. Bastaba con no haber parecido débil.
—¿Está todo en su lugar en el resto de la ciudad? le preguntó a Travlen, el sacerdote que había dejado la orden paracaminar a su lado.
—Sí, mi señor. Mientras hablamos, sus guerreros están atacando a la gente de Irrien que queda en la ciudad. Algunos de los que tenían negocios se han ofrecido para pasarse a su lado, y me dicen que, con los que no lo han hecho, la matanza ha sido suficiente como para satisfacer a los dioses.
Ulren asintió.
—Eso está bien. Acepta a los que deseen unirse a nosotros y, a continuación, ocúpate de quién puede sustituir a los que los gobiernan. No tengo tiempo para traidores.
—Sí, mi señor.
—Dios mío —dijo Ulren—, ¿no terminan nunca estas escaleras?
Otro hombre hubiera pensado en cambiar el centro del poder de Felldust una vez tuviera su control, pero Ulren sabía que era mejor no hacerlo. En una tierra