Más Despacio. George Saoulidis
sus pies, ochenta pisos por debajo.
Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.
Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.
Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?
No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.
«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).
¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.
Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.
Mel se acercó a él en silencio.
―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.
―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.
―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?
―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.
―¿Y el sedán rojo?
―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.
―Correcto.
Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.
―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.
―Por supuesto. Dime.
―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?
―Ella es humana, definitivamente.
Greg se rió.
―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?
Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.
―Creo que deberías invitarla a salir.
Greg se sentía nervioso.
―No, eh... Eso no es lo que yo...
―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.
Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.
―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...
―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.
―Qué buena amiga ―bromeó él.
―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.
―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.
Ella no se movió.
―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.
―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?
―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.
Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6
―Por favor, no estés muerto, por favor, no estés muerto ―Gal abrió con su llave y entró en su apartamento. Corrió a su balcón buscando a Simba. Sí, había llamado Simba a su gato naranja. Él maulló y se acercó a ella, rozando la piel con sus zapatos.
―Oh, aquí estás. Siento haber olvidado servirte la comida esta mañana, Simba. No oí la alarma, no tenía tiempo ni de vestirme y había tráfico, como siempre...
El gato la ignoró. Afortunadamente, todavía tenía sus instintos y se había vuelto prácticamente salvaje, cazaba aves y ratas para alimentarse. Si no, se habría muerto de hambre hacía mucho tiempo.
Miró un momento a sus plantas. O, más exactamente, sus macetas con tierra seca y plantas muertas. Quería tener unas flores bonitas, pero...
Galene tiró sus llaves y su bolsa sobre la mesa de la cocina y se tiró en la silla. El refrigerador inteligente le envió un mensaje a su halo con todas las cosas que se suponía que tenía que comprar y llevar a casa.
―Vaya, gracias por recordármelo a tiempo.
Lentamente estiró la pierna y abrió la nevera con los dedos de los pies. Se dio una palmada en la frente: había olvidado comprar leche, otra vez. Y pasta. Y cualquier otra cosa que pudiera parecerse a algo comestible. Miró la hora, eran las ocho de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas.
Cielos. ¿Adónde había ido el día?
Se le había escapado entre los dedos.
Todavía tenía la comida deshidratada para gatos de Simba, así que se encogió de hombros y se comió un pedazo de lo que fuera.
Uh. Pescado. No está mal.
Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7
Galene se despertó y corrió al baño. Lo que a ella le pareció «como un rayo», podría ser para otros «tomándose todo su puto tiempo».
Apenas cuarenta y cinco minutos más tarde estaba esperando su metro para llegar al trabajo.
Sentada en un banco del andén, de pronto se dio una palmada en la frente.
―¡Ella es la musa!
La señora de al lado se sobresaltó.
―Lo siento ―dijo avergonzada.
¿Cómo podía no reconocer a un androide teniéndolo delante? Estaban fabricados y manejados por Hermes después de todo, pero su trabajo estaba a un nivel muy inferior para eso. Además, los frikis de los departamentos que llevaban el programa Musa podían manejar sus propios problemas informáticos sin ayuda. Era raro que alguien de TI tuviera que ir, por lo general solo llamaban y arreglaban las cosas por teléfono con la cooperación del departamento de Gal.
Pero