Yo servidor. Raúl Alfonso Camacho Rodríguez

Yo servidor - Raúl Alfonso Camacho Rodríguez


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—le respondí.

      Ese martes a las 3:30 pm completaba un ciclo con una clienta que había logrado desarrollar un negocio propio de cosméticos, el cual incluía todas las fórmulas químicas y estratégicas de una gran empresa. Ella se acercó al área donde se encontraba mi asistente y, quizá inspirada en su propio logro, comentó en voz alta:

      —Y pensar que cuando vine por primera vez aquí era una mujer que por años había trabajado en una empresa importante, y fue aquí donde pude ver mi potencial como empresaria venciendo mis propias limitaciones y creencias, lo que me permitió ser lo que ahora soy la dueña de mi propio negocio. Y todo gracias al gurú.

      Ataniel escuchaba desde la sala de espera, y sus ojos se nublaron cuando comprendió que había todo un mundo de posibilidades en su vida. Despedí a aquella nueva emprendedora y me acerqué a él.

      —¿Ideando posibilidades? —le pregunté.

      Su cara más que de incredulidad fue de asombro, como si de repente hubiera sentido que en su frente estaban escritos sus pensamientos. Lo invité al área donde suelo atender a mis clientes.

      Era un muchacho de veintiocho años de edad, con una experiencia de ocho años en el medio donde había decidido desarrollar su pequeño negocio; al menos eso pensaba él. Negocio que lo había llevado a convertirse en uno de los ejecutivos más influyentes del país.

      Proseguimos nuestra charla y le pregunté:

      —¿Qué te llevó a venir a esta sesión?

      —Entender —respondió serenamente.

      —¿Entender exactamente qué?

      —A estas alturas de mi vida profesional me ha tocado vivir y ser líder de muchas personas, de todas las latitudes del mundo y sin embargo hoy me mueve el hecho de pensar que apenas

      comienzo esta carrera, que me falta mucho más…

      No había que adivinar mucho para darse cuenta de que Ataniel poseía una fuerte tendencia hacia el sistema de representación sensorial kinestésico. Mientras hablaba, apretaba con sus manos un corazón rojo de goma que me había regalado un cliente cardiólogo unos meses atrás. El corazón estaba a la espera de que llegara un kinestésico en su busca.

      —¿En qué sentido? —proseguí.

      —No lo sé, es como si lo que hago me llenara de satisfacción pero a la vez no. Entiendo que estos tipos de encuentros son para aclarar las dudas y encontrar el camino que los ejecutivos están buscando. ¿Usted como gurú tiene esa respuesta?

      —El gurú está en tu mente, mi trabajo es hacerte un espejo para que tu propia mente vea tus capacidades, tus limitaciones

      y creencias para que puedas lograr una meta. Por eso te acompañaré hasta el momento en que hayas alcanzado ese objetivo, que por lo que me dices es un encuentro contigo mismo. Dices que no lo sabes, y te puedo asegurar que en tu ser está esa respuesta. Por ello soy un coach. Pueden pasar algunos meses, algunas sesiones, hasta deshojar todo tu devenir y darle vida a esas posibilidades.

      —Entonces mi travesía ha comenzado…

      El coaching es un proceso de acompañamiento individual que consiste en indagar por medio de la pregunta para que la persona extraiga por sí misma sus propias conclusiones y reflexiones y así impulsar el desarrollo de sus capacidades y habilidades.

      Como coach podía ver que este emprendedor era un empresario que para mí, por el hecho de estar hablando de negocios conmigo ya constituía un éxito.

      Quizá lo más importante había sido que me contara que su éxito o desarrollo laboral lo había comenzado a hacer en un momento de su vida en que había dejado sus estudios de bioquímica.

      Ataniel continuó con su relato.

      —En realidad mi padre me obligó a estudiar bioquímica. Entonces me rodeé de fórmulas y análisis que yo hacía magistralmente pero que no me llenaban en lo absoluto. Me sentía encerrado, como en una jaula sin salida.

      Sonreí y le hablé de que existen dos energías con las que nos desenvolvemos: la energía de la expansión y la energía de la contracción.

      —¿Cómo es eso? —preguntó.

      —Te lo voy a demostrar con un ejemplo —le dije—. Te invito a colocarte en posición de cuclillas o agachado. Contrae todo tu cuerpo haciendo la mayor fuerza posible. En esa posición, repite: «me siento feliz».

      Me siguió con dificultad, yo apenas podía escuchar con claridad lo que pretendía verbalizar Ataniel.

      —¿Te sentiste realmente feliz? —le dije.

      —Pues ni siquiera pude pensar en ello, porque mi cuerpo sencillamente no me dejaba hacerlo.

      —Ahora, te invito a levantarte. Toma una respiración profunda y abre tus brazos repitiendo «me siento feliz». ¿Qué se siente ahora?

      —Pues me siento más dispuesto y cómodo con ello.

      —Bien, Ataniel, mientras estuviste encorvado casi en el piso con tu cuerpo totalmente apretado, experimentaste una energía de contracción, en la que pocas veces puedes desenvolverte como un pez en el agua, debido a que estás en algo que no es para ti. Mientras respirabas y abrías los brazos pudiste experimentar la energía de la expansión, y cuando ponemos nuestro cuerpo y nuestra mente en función de ella, las cosas fluyen.

      —Es precisamente lo que sucedió —prosiguió Ataniel—. En el fondo, cuando iba a la universidad a estudiar bioquímica, podía ver la felicidad en las caras de mi padre y de mi madre, sin embargo no era lo que yo quería de profesión para ser feliz, pero estaba bien.

      —¿Bien? —le pregunté.

      —Pues por lo menos hacía feliz a otras personas. En mis días de estudiante yo me conformaba con tener noción e inteligencia para lo que iba a estudiar, pero un día mi propio padre, sin querer, me mostró lo que yo realmente deseaba dándome una poderosa herramienta.

      —¿Qué tipo de herramienta?

      —Me regaló un libro que por cierto tardé en leer. Se llama «Padre Rico, Padre pobre», de Robert Kiyosaki. Mi padre quizá vio una oportunidad para reorganizar mis ideas, y me topé con un material impresionante. Así que concluí que debía tomar un camino en el que pudiera generar empleo para otros y que de una u otra forma me permitiera emprender lo mío. Y así lo hice y aquí estoy, buscando herramientas de apoyo por parte del gurú.

      —Bienvenido, entonces —le dije.

      Trabajar en expansión

      Algunas personas viven presas en su propia jaula. Es hora de abrir las alas y hacer las actividades que a nosotros nos gustan, dentro de una escala de valores universales. Un servidor difícilmente podrá ser exitoso si trabaja en contracción.

      Haga usted mismo la prueba que hizo Ataniel de apretar su cuerpo mientras está agachado, y diga: «me siento feliz». ¿Realmente es una posición en la que usted se sentiría feliz? Le invito a abrir los brazos y repetir la misma frase. La sensación de libertad que se experimenta es la misma que debemos generar cuando somos servidores.

      Trabajar en expansión implica atreverse a seguir nuestros instintos. Bajo este estado sabemos claramente lo que queremos, hacemos las cosas cómodamente y somos más creativos.

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