Viage al Rio de La Plata y Paraguay. Ulrich Schmidel
á la que llamamos Buenos Aires,[6] por lo saludables que eran los que allí corrian. Hallamos en esta tierra otro pueblo de casi 3,000 indios llamados Querandíes, con sus mugeres é hijos que andan como los Charrúas: nos trajeron carne y pescado. Estos Querandíes no tienen morada fija; vagan por la tierra como gitanos. Cuando caminan en verano (que suele ser á mas de 30 leguas), sino hallan agua, ó la raiz de los cardos, que comida quita la sed, matan el ciervo ó la fiera que encuentran, y beben la sangre; y sino lo hicieran, acaso murieran de sed. Catorce dias trajeron peces y carne al real, y porque faltaron uno, envió Mendoza á Ruiz Galan, juez, y otros dos soldados á ellos (que estaban á cuatro leguas). Pero los indios los maltrataron y volvieron al real con tres heridos.
Viendo Mendoza esto, y que Galan se mantenia con la gente, envió á su hermano, D. Diego de Mendoza, con 300 soldados y 30 buenos caballos (entre los cuales iba yo): mandándole, que tomando el pueblo de los indios, los prendiese ó matase á todos. Pero cuando llegamos ya tenian 4,000 indios de sus amigos y familiares, de socorro.
CAPITULO VIII.
De la batalla con los indios Querandíes.
Queriendo atropellarlos, nos resistieron; peleando tan furiosamente, que dieron muerte á D. Diego de Mendoza, á 6 hidalgos, y á cerca de 20 soldados, de á pié y á caballo. De los indios murieron cerca de 1,000. Pelearon fuerte y animosamente con sus arcos, y dardos, género de lancilla, á modo de media lanza, con punta de pedernal aguzado, y tres puntas en forma de trisulco. Tienen unas bolas de piedra, atadas á un cordel largo, como las nuestras de artilleria[7]: échanlas á los pies de los caballos (ó de los ciervos cuando cazan), hasta hacerlos caer; y con estas bolas mataron á nuestro capitan y á los hidalgos referidos; y á los de á pié, con sus dardos: lo cual ví yo. Pero, no obstante su resistencia, los vencimos y entramos á su pueblo, aunque no podimos coger vivo ninguno, ni aun mugeres y niños, porque antes de llegar los habian llevado á otro lugar. En el pueblo hallamos pieles de nutrias, mucho pescado, harina y manteca de peces. Detuvímonos tres dias en él, y volvimos al real, dejando allí cien hombres, que en el interin pescasen con las redes de los indios para abastecer la gente; porque aquellas aguas son maravillosamente abundantes de pescado. Repartíase para comida, á cada uno, tres onzas de harina, y cada tres dias, un pez; y si queria mas, habia de ir á pescarlo cuatro leguas de allí: duró esta pesca dos meses.
CAPITULO IX.
De la poblacion de Buenos Aires, y hambre que se padecia.
Vueltos á nuestro real, fué dividida la gente para la obra de la ciudad y la guerra, aplicando á cada uno á oficio conveniente. Empezó á edificarse la ciudad, y á levantarse al rededor una cerca de tierra de tres pies de ancho, y una lanza de alto; pero lo que se hacia hoy se caia mañana: y dentro de ella una casa fuerte para el Gobernador. Padecian todos tan gran miseria que muchos morian de hambre, ni eran bastantes á remediarla los caballos. Aumentaba esta angustia haber ya faltado los gatos, ratones, culebras y otros animalejos inmundos con que solian templarla, y se comieron hasta los zapatos y otros cueros. Entonces fué cuando tres españoles se comieron secretamente un caballo que habian hurtado: y habiéndose sabido, confesaron atormentados el hurto, y fueron ahorcados; y por la noche fueron otros tres españoles, y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne, por no morir de hambre. Otro español, habiendo fallecido un hermano suyo, se le comió.[8]
CAPITULO X.
De la navegacion de algunos por el Rio la Plata arriba.
Viendo el Gobernador que la gente no podia mantenerse allí, mandó armar cuatro bergantines con 40 hombres cada uno, y tres botes ó embarcaciones menores, y juntar el pueblo y á Jorge Lujan, que con 350 hombres subiese por el rio arriba á reconocer los indios y buscar bastimento. Pero los indios habiéndonos sentido, quemaron con sus pueblos toda la comida y cuanto podia servirnos de alivio, y se huyeron: sin embargo tragimos á Buenos Aires alguna poca, que se nos repartia á onza y media de pan de racion; mas como era tan corta, murió de hambre la mitad de la gente en este viage. Admiróse el General de ver tan poca gente, hasta que supo los motivos referidos que le contó Jorge Lujan.
CAPITULO XI.
Del sitio, toma y quema de la ciudad de Buenos Aires.
Estuvimos juntos un mes en Buenos Aires, con gran necesidad, esperando se previniesen las naves: en cuyo intermedio se pusieron sobre la ciudad 23,000 indios valientes, cuyo número componian las cuatro naciones Querandíes, Bartenes, Charrúas y Timbúes, con intencion de acabarnos. Unos envistieron á la ciudad para entrarla, otros arrojaban flechas de cañas encendidas sobre las casas, que cuyos techos estaban cubiertas de paja, excepto la del General que era de piedra, y lograron quemar enteramente toda la ciudad. Disparadas las flechas, empiecen á encenderse por la punta, y encendidas y arrojadas, no se apagan, antes queman las casas en que pegan, y abrasan lo que tocan.
Tambien nos quemaron en esta funcion los indios cuatro navios grandes, que estaban en el mar á media legua del puerto; y la gente de ellos, viendo el gran tumulto de indios, se pasó á otros tres que no estaban lejos, y se hallaban abastecidos de bombardas. Previniéronse á la defensa, y viendo quemarse las cuatro naves, dispararon tantas balas contra los indios que iban á quemarlos, que temiendo las violencias de los tiros, se retiraron; dejando en quietud á los cristianos, de los cuales murieron, en estos trances, un alferez y treinta mas. Esto sucedió el dia de San Juan Evangelista, de 1535.
CAPITULO XII.
Hácese reseña de la gente, y se fabrican náos para pasar adelante.
Pasado lo referido, se metió toda la gente en las naves, y el Adelantado D. Pedro de Mendoza nombró á Juan de Oyolas por Capitan general, con el gobierno universal del pueblo. Pasó revista, y solo halló 560 españoles, de 2,500 que habian salido de España: los demas habian muerto, y la mayor parte de hambre.
Mandó Oyolas fabricar prontamente ocho bergantines y algunos botes, y dejando 160 españoles en guarda de los cuatro navios grandes, y por su capitan á Juan Romero, con racion de un cuarteron de pan para un año, y que si mas quisiesen, lo buscasen, se embarcó con 400 hombres.
CAPITULO XIII.
Como subieron navegando por el rio Paraná ó de la Plata, con los 400 soldados.
Llevó Juan de Oyolas con los 400 soldados al Adelantado D. Pedro de Mendoza: navegó en los bergantines y las embarcaciones pequeñas por el rio Paraná arriba, y á los dos meses, á distancia de 84 leguas, dimos con pueblos de indios, que á cuatro leguas conocieron nuestra llegada: llámanlos Timbúes, y nosotros Buena Esperanza. Vinieron de paz cerca de 400, que habitan una isla, en canoas, que en cada una cabrán 16 indios, y nos recibieron muy bien. D. Pedro de Mendoza dió al cacique que los indios llamaban Chera-guazú, una camisa, un bonete colorado, una hoz y otras cosillas; que las tomó gustoso y nos llevó á su pueblo, y nos dió caza y pesca en abundancia, de que recibimos grande contento; porque si el viage hubiera durado diez dias mas, todos hubiéramos