Cabezas: Pensadores y Artistas, Políticos. Rubén Darío

Cabezas: Pensadores y Artistas, Políticos - Rubén Darío


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sino una pluma de seda.

      Pinta y escribe y sabe de muchas disciplinas, como los artistas del Renacimiento. Y mucha música íntima y mucha poesía encuentra el observador meditativo en su pintura, como mucha sutileza y gracia pictórica en sus prosas, en que el pensador artista deja ver su alma profunda y delicada.

      Comunicar con Rusiñol es una fiesta para el espíritu. Yo me he complacido con tales momentos, ya en su morada principesca de Sitges, ya en la corte madrileña, ya en la divina isla de Mallorca, en la múltiple Barcelona, en este París que él ama y que le ha sonreído.

      ¡Sus jardines de España! Los días pasados, Pérez de Ayala, que hace cantos bellos, hizo uno muy bello. Como al tamborilero de Provenza, eso debe habérsele ocurrido alguna tarde «que vió cantar a Rusiñol...» Pues cantan esos jardines de pintura con sus ramas de verde, sus acordes de oros y rojos, sus árboles ojivales, sus fuentes en que vibra el cristal fugaz de la pluma de agua.

      SANTIAGO RUSIÑOL

      Tengo a la vista una serie de planchas coloreadas de esos hechiceros jardines, que son, como dice el gran Santiago el «paisatge posat en vers, i els versos escrits en plantes... versos vius, versos am saba i amb aroma» y se diría que en la transposición están la misma vida, la misma armonía y el mismo perfume que en el propio paraíso vegetal. Son los dulces vergeles mallorquines, con sus aguas, sus arquitecturas, sus rosales, los edenes moriscos de Granada; arcadas, templetes, floralias casi religiosas; árboles como ramilletes, como pinceles, como obeliscos; macizos arcos como en el Caminal de rosers de Aranjuez; bóvedas de verdura; «les grands jets d'eau sveltes parmi les marbres», a la verlainiana caricia de la Luna, pues en plena tierra del Mediodía pone Rusiñol, a veces, escenarios de fiesta galante. La Raixa de Mallorca que evoca algo de romano; visiones del Generalife, con sus canales, sus arbustos en flor, sus tiestos como cálices; o el Pati de l'Alberca, en Granada, en cuyo fondo, reflejado por el espejo del estanque, parece fuera a surgir alguna figura de Zobeida, de Leila, o de Lindaraja; o bien los viejos cipreses o los bouquets de almendros en flor, que primorosamente nieva o sonrosa la primavera mallorquina; o esa Glorieta de la bailarina, que es como una decoración de poema; y el fantástico Recó de boixos granadino; y esa prodigiosa «arquitectura verde» de Granada, en donde parece que por obra de Alah—¡sobre él la plegaria y la paz!—se animase una princesa de las Mil y una noches, por ejemplo, Dulce Amiga, y recitase estas estrofas del poeta:

      «¿Vas a escapar lejos de mi, ¡oh, pura sangre de mi corazón! tú, cuyo lugar está en este corazón adolorido, entre mi pecho y mis entrañas?—¡Ah! te suplico, oh Tú, el Clemente sin límites, reunir lo que está separado, Tú, el generoso que distribuyes a tu placer los beneficios humanos.»

      ¿Y ese Jardi del pirata en Mallorca, con sus terrazas vecinas, su fuente redonda, su horizonte marino? ¿Y el altar de flors y el Jardi clasic y la Glorieta de Aranjuez, que recuerda el Templo del Amor versallés; y El Laberinte de Barcelona, con sus verdes en sordina, sus azules angélicos, sus fanfarrias ocres del fondo, sus recortados macizos y su ambiente al par lírico y galante? ¿Y tantos poemas que siguen, todos un encanto para los ojos y para el alma?

      En horas secas, complázcome en abrir esta provisión de sueños, y al son de estas flautas y liras de la vista, por obra de Rusiñol, se me abre un edén de ruiseñores, y mi instante aburrido florece y se encanta.

      O bien, para pensar o sonreír, con razonada tristeza o gentil y filosófico humor, leo algún libro o comedia del autor de Oracions y de El Mistich, en su catalán original, aunque haga algún esfuerzo, por más que Gregorio Martínez Sierra haya realizado la difícil y hermosa tarea de verter al castellano la prosa exquisita de nuestro amigo victorioso.

       Índice

      Paso a paso, ganado a puro cerebro y a puro carácter, Federico Gamboa ha llegado a uno de los más altos puestos del Gobierno de su país: a la Cancillería mejicana. Hablando de su desaparecido hermano José María, y de él mismo, escribía hace años en su Diario: «Secreta satisfacción de vernos él y yo ascendiendo por nosotros mismos, sin ayudas que nos enrojezcan, ni apoyos que nos avergüencen o humillen».

      No habrá uno solo de sus compatriotas que no aplauda su reciente nombramiento, pues sus principios siempre han estado basados, ante todo, en un profundo amor a su Patria. Oid sus palabras: «La idea de Patria—la Patria en forma de carta geográfica a veces, y a veces en abstracción luminosa—, acariciándome de lejos... Desligamiento con gobernantes y partidos políticos...» Esto demuestra la razón de las generales simpatías. Ni al César mismo—ese César anciano y fuera del poder, a quien habrá que aplaudir por las enormes etapas de progreso que hizo adelantar a Méjico—se acercó nunca Federico Gamboa con bajas adulaciones o súplicas de granjería. El verdadero valor del nuevo ministro de Relaciones exteriores de los Estados unidos mejicanos es completamente individual: lo constituyen el talento, su nobleza de espíritu, su voluntad, una limpia, larga y honrosa carrera diplomática, y un alto nombre literario, que contribuye a la gloria de su país.

      ¿Quién que conozca al Sr. Gamboa no está seguro de que sus prestigios morales e intelectuales no contribuirán a pacificar y a hacer brillar en una nueva era la Nación, cuyos intereses internacionales hoy le toca dirigir? Mas, hablaré de su obra literaria, que es lo que con mi competencia mejor se aviene.

      Es ante todo Gamboa independiente y personal: «Mis escritos y mis actos siempre obedecieron a mis propias inspiraciones». Pocas páginas autobiográficas más decisivas y más conmovedoras que la dedicatoria de Mi diario: «para mi hijo; para cuando sepa leer», páginas de gran literatura y de gran corazón ordenado: Le cœur a son ordre, dice Pascal.

      Sabe del mundo, sabe de la vida, lo cual es decir que sabe de amor y de dolor. Y una vasta piedad impregna toda su obra.

      Yo le conocí en Buenos Aires, en la tertulia literaria de Rafael Obligado. Ya había publicado sus Esbozos contemporáneos, Del natural y Apariencias. Se encontraba al frente de la legación mejicana como encargado de Negocios, por ausencia del ministro Sánchez Azcona. El ingenio y el charme personal de Gamboa le hacían grato a todos. Allí dió a la imprenta su volumen de Impresiones y recuerdos. Después vendrán, ya alejado de la República Argentina, Suprema ley, Metamorfosis, Santa, Reconquista y dos volúmenes del Diario. En estos días debe aparecer La llaga, por la Casa «Renacimiento», de Madrid. Todo esto, recuerdos y novelas, fuera de su labor para el teatro. En todo terreno ha recogido aplausos y laureles. Su estilo es castizo en dicción y libre en ideas. Su filosofía es sana y alta; y si alguna vez hubiese vacilado en sus creencias, la experiencia vital y el misterioso influjo de lo divino le han apuntalado el alma. Por ello, en el fondo de sus novelas, de sus obras dramáticas, hay mucho de reconfortante. «Las novelas de usted me hacen meditar—le escribía en una ocasión aquel brillante espíritu que se llamó Gustavo Baz—; y guarde usted este elogio que, sobre ser sincero, viene de un lector asiduo de Balzac y de un comentador escuchado de Stendhal.» Y el sutil Domingo Estrada, entre otros entusiásticos juicios: «Metamorfosis, al menos bajo ciertos puntos de vista, puede compararse con las mejores novelas de Pereda, de Valera y de Pérez Galdós». Y más adelante: «El secreto del encanto que su libro produce, y que hace que no se pueda dejarlo de la mano una vez comenzada su lectura (yo me he pasado cuatro noches sin poner un pie en la calle; ¡en París!...), finca principalmente en el estilo. No conozco otro que sea más sencillo sin vulgaridad, más imaginado sin pedantería, más elegante sin esfuerzo».

      No es Federico Gamboa de aquellos pensadores meritorios


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