La transformación de las razas en América. Agustin Alvarez

La transformación de las razas en América - Agustin  Alvarez


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con exactitud el concepto y se comprenda bien su significado.

      No hará literatura vana de hojarasca y ampulosidad; no escribirá ni una página en que haya el rebuscamiento alambicado de la locución, el refinamiento esmerado de la forma, que degenera a menudo en un verbalismo odioso, en que tanta gente de letras malgasta su tiempo. No hará jamás ni una filigrana, ni un arabesco. A él le interesan las ideas, los conceptos como expresión de verdades. Irá al fondo del problema o la cuestión, y lo tratará con claridad y conocimiento. Sin que ello importe que no guste de la belleza, como que campean en sus libros imágenes hermosas como novias garridas y apuestas, pues que no desdeña unir a la línea severa de la idea la curva elegante y armoniosa del arte.

      Pero siempre familiar e irónico. Esta última condición le viene de su fuerte cepa nativa; es la socarronería del criollo que el hombre culto ha perfeccionado y pulido.

      Se le ha criticado, y con razón, que no tenía el dominio de la síntesis artística de la prosa. Se repite a cada momento; da vueltas y rodeos sobre un mismo tema. En tal sentido puede decirse que escribió muchas páginas inútiles; pero no es esto aceptar aquella imputación de mal gusto e inoportunidad que le echaron al rostro por haber dado demasiada importancia a la cuestión religiosa. Ella la tiene, sin duda, para preocupar a escritores y pensadores, y Álvarez estuvo en lo cierto; ya nos ocuparemos luego de ello.

      Hay algo, sobre todo en el escritor y en el hombre, que lo hacen inconfundible, único: es su valentía moral. Conocer la verdad, es ya, por cierto, un mérito. Decirla sin reticencias ni eufemismos es de suyo admirable. Pero vivirla, uniendo la idea al hecho, la teoría a la práctica, la prédica a la acción es, a no dudarlo, una heroicidad. Exponer sus prestigios, sus méritos, su porvenir entero es el heroísmo moderno más alto y más noble.

      Tocole vivir una época de bizantinismo desenfrenado, en que la corrupción lo invadía todo y los valores morales se cotizaban en moneda nacional. Un pueblo de caballeros en que no abundaba la hombría de bien, es decir, un pueblo de respetables ladrones. El ditirambo, el panegírico, la sumisión incondicional al potentado fue un medio de alcanzar posiciones, de conquistar rangos y de labrar fortuna. Su espíritu selecto chocó con el sensualismo ambiente de pillos y vividores y lo marcó con su pluma de fuego.

      Por ser el "arquetipo del sentido común o medianía intelectual"—se ha insinuado por allí—"pudo sostener con su vida, el ejemplo de las teorías caras a su estrecha visión". Acúsasele pues, de carencia de amplitud de espíritu, de falta de comprensión. Contestaremos con estas sabrosas líneas de don Miguel de Unamuno:

      "Y me moriré repitiendo que la falta de austeridad no es sino falta de inteligencia y que no es sino tontería, pura tontería, tontería de remate lo que atrae a esa gentuza del buen tono a los centros del lujo y del vicio. No siendo el vicio de pensar todos los demás arrancan de deficiencias mentales. Y claro está que no llamo vicio a las pasiones, a las fuertes pasiones, a las pasiones trágicas. Llamo vicio a la vaciedad de los espíritus que se tienen por refinados"[7].

      * * *

      Álvarez fue ante todo y sobre todo un autodidacta. Como todo estudioso tenía por costumbre—dice uno de sus biógrafos—hacer acotaciones marginales a las obras leídas, subrayando los párrafos que le interesaban y anotando en las primeras hojas del libro leído el número de las que servirán a sus ulteriores consultas. Además, valíase de cuadernos en que hacía extractos, notas, agrupaba observaciones, prontas para ser utilizadas en sus escritos. Quedan todavía muchos de ellos sin haber llenado su objeto—según confesión de un vástago de aquella noble cepa tutora—a causa de la muerte prematura.

      Su obra se reciente de método. El trajín de la lucha cotidiana le impidió el reposo y la serenidad, tan necesarias a las especulaciones del espíritu.

      Su paso por la vida militar, por el periodismo, por los tribunales, ya como abogado o magistrado, su incursión por el campo de la política, su dedicación a la labor educacional como profesor de la enseñanza militar, secundaria y universitaria; su actuación como miembro de numerosas instituciones científicas o culturales, o ya en numerosos congresos científicos de diversa índole, nacionales o internacionales; su actuación de funcionario de la nación o provincia; todo ello le impidió hacer su obra metódica y serenamente, en la especialización. Así en ese afanoso bregar diario por todos los senderos fue construyendo con admirable persistencia y energía no común. ¡Asombra el imaginar lo que hubiera dado este cerebro bellamente constituido si la fortuna le hubiese sido propicia y hubiera podido dedicarse por completo al estudio, sin las preocupaciones materiales que son como el grillete para el intelectual!

      Caracteriza singularmente sus primeros libros la copiosidad en las citas. Sus enormes lecturas enciclopédicas las va volcando allí; junto a la observación personal de hombres, hechos y cosas que el espectador diestro descubre al solo golpe de vista, irá la cláusula pertinente del autor nacional o extranjero con quien hermana o coincide, acompañada de una sabrosa acotación suya. O bien será la anécdota, el cuento, el hecho histórico, el proverbio criollo traído a cuenta para satirizarlo y deducir sus consecuencias lógicas. Así han sido escritos sus primeros libros, sobre todo "South America", "Manual de patología política" y "Ensayo sobre Educación".

      IV.—La cuestión religiosa

      La cuestión religiosa ha preocupado constantemente a Álvarez. Estuvo repicando con sin igual persistencia sobre ello; exhortando a sus conciudadanos al estudio de la ciencia, que ponía frente a frente del precepto religioso. Fue "un San Pablo del liberalismo", ha dicho Joaquín V. González con sobrado acierto. Se le ha reprochado y repróchasele como un rasgo de mal gusto esa insistencia; mas, Álvarez estaba en lo cierto. En nuestro país la religión toma formas curiosísimas; se infiltra por todos los rincones de la vida social: en la escuela, en el hogar, en el gobierno, en la administración, en la ley. Y atisba con ojo avizor el momento propicio para reconquistar la posición perdida.

      Afírmase a menudo que la cuestión religiosa no es de actualidad, que ella ha sido resuelta en nuestro país, que en el mundo ya no se discute. Nada más falso ni antojadizo que esta aseveración. La cuestión religiosa es de actualidad en el mundo hoy más que nunca, y se habla por ahí de un renacimiento místico o religioso en la humanidad... Pero lo innegable es que la guerra ha puesto en discusión las viejas normas éticas que rigen la humanidad actual, y, en primer plano, las normas religiosas.

      En nuestro país el problema religioso es de actualidad, de Sarmiento a esta parte, sobre todo, en su faz práctica. El registro civil con el matrimonio civil, y la ley laica de educación, son conquistas del espíritu laico sobre el poder religioso. Todo hace suponer que la lucha—que ruge sordamente en los distintos grupos sociales—entre el precepto religioso y los ideales laicos ha de acentuarse cada vez más.

      Ni siquiera, pues, puede con justicia tachársele a Álvarez de inactual. A propósito de esto, se le acusa de "materialista", de haber formado opinión en lecturas extremadamente de esa índole—las "únicas" fuentes de su cultura, dice un crítico—con criterio viejo, atrasado, y que vio a través de este prisma el problema religioso.

      Creemos que Ingenieros ha contestado esa inculpación de una manera definitiva: "Nada hay en efecto—dice—más falso que la pretendida identidad de la superstición con el idealismo, no hay nada más torpe que sugerir al vulgo que todos los moralistas laicos son "materialistas" y carecen de ideales", y luego agrega: "Nada hay moralmente más materialista que las prácticas externas de todos los cultos conocidos y el aforo escrupuloso con que establecen sus tarifas para interceder ante la divinidad; nada más idealista que practicar la virtud y predicar la verdad como hicieron los más de los filósofos que murieron en la hoguera acusados de herejía. En este sentido moral—y no cabe otro para apreciar un sembrador de ideales—Agustín Álvarez fue idealista toda su vida, no adhiriendo jamás al materialismo de ninguna religión conocida"[8].

      V.—El educador

      Álvarez fue un maestro en el amplio sentido de la palabra. Su temperamento de educador y su vocación por la enseñanza se manifestó en múltiples formas. Puede decirse que fue en él una preocupación constante.

      En la cátedra


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