Tres vidas. Raquel CG
y poder presumir, al ser más joven y más agraciado que ella. Me dijo que se sentía cómo un chico florero, pero que se había acostumbrado a ello y que, hasta conocerme, no se había planteado ningún cambio en su vida. Por primera vez en mucho tiempo, tenía dudas.
No pensé que fuera un mantenido, ni que fuera alcohólico, ni en que seguramente habría tenido esa conversación con otras como yo. Simplemente vi a un chico que había tenido mala suerte, y que me estaba abriendo su corazón.
Y sin saber cómo, un día, al terminar el café, un mes antes aproximadamente de firmar los papeles de mi divorcio, al despedirnos, sus labios rozaron los míos. Y todo desapareció, no importó nada más.
DICIEMBRE
El lunes por la mañana, cuando fui a tomar el café con Ángel, le expliqué lo que había sucedido, y la conversación que había tenido con Clara.
—Me gustaría que las conocieras —le dije—. ¿No podrías venir el próximo fin de semana con nosotras?
—No sé… No quisiera que nadie me viera y se lo dijera a Nieves….
—Ángel, lo hemos hablado. ¿O me has engañado? Te voy a dar tu tiempo, pero no puedes estar con las dos a la vez. O ella, o yo. Y ya va siendo hora de que conozcas a mis amigas. Por algún sitio tendremos que empezar.
—De acuerdo —contestó él—. Pero con una condición. La siguiente semana quiero que cenes un día conmigo, tú y yo, solos. Mis padres no van a estar y yo les cuido la casa. Así que podremos tener nuestra primera cena de pareja.
De pareja… No éramos pareja. Él tenía novia. Vale que a aquel beso le hubieran seguido otros, a escondidas. Eso no se lo había explicado a Clara, pero tampoco había pensado que fuera necesario hacerlo en ese momento ya que no lo hubiera entendido. Pero todavía no habíamos estado juntos… a solas. Todavía no había habido nada más. Y sabía que si iba a casa de sus padres, y no había nadie… Me estremecí. No sé por qué. Tenía como una especie de magnetismo sobre mí. Su voz, su olor, su forma de mirarme, el hecho de rozarme con sus labios, hacía que todo mi cuerpo se estremeciera, pero no se lo había dicho. No quería que supiera el poder que ejercía sobre mí.
—De acuerdo —contesté—. Acepto el trato.
El sábado por la noche habíamos quedado con Clara y Ana para cenar. Decidimos repetir restaurante. A mí me había gustado y él no había estado nunca, y a las chicas no les importó.
Ángel fue directamente al restaurante. Yo había quedado con las chicas media hora antes. Además, él se iría después de cenar y tomar una copa, y nosotras queríamos intentar terminar lo que habíamos comenzado la semana anterior. Una noche de fiesta. Y vale, por qué no ser sincera, comentar entre nosotras la cena y saber lo que les había parecido Ángel a mis amigas.
—Nenas, ¡que guapas estáis! – exclamé.
Clara y Ana tenían cuerpazos. Yo no estaba mal, pero reconozco que la celulitis era mi guerra continua y que, como no tenía tiempo para ir al gimnasio, era mi mayor complejo. Ellas no, iban al gimnasio casi diariamente, y tenían un cuerpo perfecto, al que sabían sacar partido adecuadamente con prendas sencillas pero a la vez elegantes e insinuantes.
Ambas llevaban tejanos estrechos con botines. Ana llevaba una camisa escotada negra de manga corta con un colgante de plata en forma de lágrima, y chaqueta ceñida, también negra. Y Clara llevaba una camisa verde pistacho con lazo en el cuello, también de media manga. Sencillas, pero guapísimas.
Yo me había puesto un vestido negro con un poco de escote. A Ángel le encantaba, decía que un vestido negro de noche era seductor y proporcionaba elegancia. Y yo me había dado cuenta de que, inconscientemente había comenzado a arreglarme más para él.
—¿Y tú? —dijo Clara—. Te has puesto muy sexy —me guiñó el ojo.
—¡Qué va! Normal. Para salir —dije yo sin poder evitar sentir como me ruborizaba.
—Sí claro, por supuesto —contestó Ana, mirándome de reojo.
Nos pusimos a reír las tres.
Puse a Ana un poco al día, aunque en realidad Clara ya se había encargado de hacerlo. Y bueno, había estado valorando toda la semana que hacía, si les contaba que Ángel era alcohólico o no. Decidí hacerlo más que nada para que no se produjera ninguna situación embarazosa, pero les pedí que por favor, si él decidía contarlo actuaran como si no supieran nada.
Ángel llegó en cuanto terminé mi explicación, cómo si hubiera estado pendiente de una señal para entrar.
—Chicas, os presento a Ángel. Ángel, estas son Clara y Ana.
Se intercambiaron besos y saludos, y acto seguido Ángel se acercó a mí, me tomó por la cintura y me besó apasionadamente delante de ellas.
Me ardían las mejillas. Noté que había vuelto a ruborizarme. Yo, que jamás me había puesto colorada en ninguna situación. ¿Qué me estaba pasando? Me gustó, era como si fuéramos pareja de verdad, como si Nieves no existiera. Decidí disfrutar de la velada sin pensar en nada más.
La noche fue divertida. Ángel conectó genial con las chicas, y a los cinco minutos ya estaban haciendo bromas como si se conocieran de toda la vida. La verdad es que me encantó.
—Y cuéntanos, Ángel —atacó Clara—. Nos ha dicho Ruth que tienes una doble vida…
—¡Clara! —grité mirándola amenazadoramente.
—No pasa nada —intervino Ángel—. No es precisamente así, pero sí es cierto que estoy en una situación complicada. Me he enamorado de Ruth, pero tengo novia y no quiero hacerle daño. Estoy esperando el momento adecuado para hacer bien las cosas.
Me ruboricé nuevamente. ¿Acababa de decir en voz alta, ¡en público!, que estaba enamorado de mí? Pensé que iba a estallarme el corazón. No podía ser más feliz. En ese momento me era indiferente todo.
—¿Y crees que si alguien le dice que estás con otra no le va a hacer más daño? —Continuó Clara—. ¿Por qué no intentas ponerte en su lugar? ¿Cómo te sentirías tú si fuera al revés? ¿O si te dejan y a la semana siguiente te ven y estás con otra? ¿Crees que se sentirá mejor sabiendo que la has engañado o pensando que simplemente vuestro momento ha pasado pero que la has respetado hasta el final?
Clara no podía evitar sentirse identificada por todo lo que había pasado con Rubén, su ex. Yo lo sabía, y lo sentía por mi amiga. Pero era diferente. Ángel no tenía nada que ver con Rubén. Él me quería.
—Supongo que tienes razón —dijo Ángel, y se quedó mirando al infinito, como si de repente hubiera visto algo que hasta entonces le había estado vetado—. Hablaré con ella cuando pase su cumpleaños.
—Tú mismo —prosiguió Clara—, pero yo lo he vivido, y cuanto más tardes más tiempo le estás quitando para poder recuperarse y continuar con su vida. Eso es egoísta.
—Bueno, ha dicho que hablará con ella —intervine—. ¿Podemos continuar cenando, por favor?
Y di por zanjada una conversación que en ese momento no quería continuar. Ángel había declarado que me quería…
La semana siguiente fue extraña. Se acercaba Navidad, las calles se encontraban abarrotadas de gente y ya comenzaba a notarse ese ambiente que tanto me gustaba.
Yo había quedado con Ángel para el fin de semana. Era el trato que habíamos hecho. Y sabía lo que implicaba. Estaba nerviosa.
Clara y Ana me habían comentado tras la cena, que Ángel les había dado muy buena impresión pero que continuaban creyendo que primero debía regularizar su situación antes de que profundizáramos más en lo nuestro. Y me avisaron: “Sufrirás”.
Y claro está, por supuesto, no les hice caso. ¿Alguien hace caso de los consejos de las amigas? Nadie. Las amigas están para darte consejos. Tú,