Psicología y psicoterapia transpersonal. Manuel Almendro
se encierra delegándose en el objeto, siempre externo, de su estudio. Da la impresión de que su propia y personal experiencia (a la que tal vez le tenga miedo) es desaconsejada por su entorno corporativista, del que se alejará y se colocará en entredicho si la considera y la exterioriza, experiencia que paradójicamente soporta su propia presencia en la vida, hoy todo ello bajo la influencia del pragmatismo externo y oficial de raíz anglosajona. Lo cierto es que somos todos nosotros quienes lo hemos creado así, no sólo la ciencia sino el tipo de sociedad que nos contiene. Hemos basado la vida en una máquina newtoniana de piezas sin interrelación y sin relojero. Hemos separado cartesianamente el espíritu de la materia, así que cada cual puede manipular ésta a su antojo, pues ya no hay guía ni conexión con lo sublime. El efecto es lógico y concatenante; estamos perdidos huyendo del sufrimiento y de la muerte, agarrándonos maliciosamente a creencias y posesiones, incluso matando por ellas. El tecnocientifismo unido al móvil económico especulativo se ha convertido en un fundamentalismo poseedor de la verdad, que afirma bajo grandes títulos que somos una máquina genética programada, sumiendo a los ingenuos en la desesperación. Así estamos. El telediario necesita de terapia; presenta un cuerpo emocional cada día más agarrotado, o tal vez aseptizado en vericuetos intelectuales que son los que más visten, siempre que esas emociones no irrumpan tirando la casa y a sus moradores por la ventana. Este intelecto todopoderoso y señor de estas tierras, en las que con su incesante diálogo interno dinamita toda posibilidad de evolución, aparece como un hámster dando vueltas sobre su ruedecita de Tántalo con visos de agotamiento, aunque su ego presuma de laboriosidad y jaula de oro. Esperemos que en un momento pare, para que él o el ser intuitivo, cuarto pasajero, pueda penetrar y completar la cuadrinidad. Y que al fin y al cabo podamos admitir sin sobresaltos ni estúpidos “dar largas” que nuesto habitat es un pedrusco casi redondo, querido y maravilloso, que flota en algún lugar desconocido de un universo inmenso e impenetrable. Todo ello sin necesidad de perder la nómina. Y sin cambiarlo por un plato de lentejas.
Grof coloca a la muerte como una puerta que derrumba nuestras concepciones materalistas y a la evolución tecnológica como causa de un alejamiento de los aspectos biológicos fundamentales de la existencia. Por eso habla sobre el redescubrimiento de la espiritualidad parejo a la desaparición de los tabúes relacionados con el nacimiento y con la muerte: «…redescubrimiento de la espiritualidad, que ha sido también una de las víctimas del progreso rápido de las ciencias…» y siguiendo con la conscienciación en cuanto a la muerte añade: «…es preciso darse cuenta del grado de deshumanización y alienación que el desarrollo tecnológico ha producido en occidente». Incluso critica la actitud racional del occidental instruido que considera la creencia en la consciencia después de la muerte como una regresión primitiva o como algo propio de personas que no han accedido al conocimiento científico, cuando Grof afirma con contundencia la idea de que la consciencia después de la muerte es incompatible con la ciencia materialista. La psicología transpersonal, sin renunciar lógicamente al pragmatismo, se aleja de las consultas tétricas basadas en un modelo patologizante y taxonómico, también del revoltijo esotérico con el que nada tiene que ver. Sin embargo, admite el resto de psicologías y les da una situación en el espectro. Eso tomando como guía el sabor, el olor, etc. a consciencia-energía que tantos místicos han desparramado a lo largo de nuestro mundo; el latido de ese trozo de sol, que está presente en lo microcósmico y en lo macrocósmico, en las inmensas distancias estelares y en las ínfimas subatómicas, y a su vez más allá del espacio-tiempo, en cuyo pliegue habita nuestra existencia humana, la de los animales, vegetales y minerales. Pliegues irreversibles que organizan el mundo del devenir, que provienen y se dirigen al nagual, al orden implicado, para su expansión: la de la consciencia-sabiduria-felicidad. Por ello aúlla el lobo a la luna, el venado en la cañada, el gallo a la aurora, el buscador en su grito, rasgando las tinieblas para que el señor de la luz abra la puerta …..del amor, y cese el dolor en el mundo. Y ahí está esa consciencia, latiendo en los progresos, en las felicidades, en las desdichas y guerras, en la fuerza de las ciudades y de las selvas; para que nuestra mano, nuestra responsabilidad y libre albedrío, forjen el presente tras el presente, porque ello es de nuestra absoluta incumbencia. El humano no está en un estado terminal, viene de siglos y siglos, escalando la tapia, saltando del mar, modificando su cuerpo, arañando cotas de posibilidad, perfeccionando sus sistemas orgánicos. Por ello este cuerpo se convierte en vértice de evolución, como cáliz que ensancha su capacidad de recepción en la globalidad de la vivencia diaria, en la ecuación cuerpo-consciencia-cosmos, que es lo más alejado de concebir un cuerpo ciegamente aprovechado y maquinizado. En una visión de la realidad que no se resume en el “hombre informático” pues siempre esa realidad consensual, a pesar de las modas inventadas, será siempre una “ficción conveniente” (Schrödinger). Una tendencia que no confunda el mapa con el territorio, pues éste empieza con el primer paso que accede al silencio, dejando atrás el ruido de los planos.
La psicología transpersonal pretende entrar en la entrega al propio silencio interior, tan temido, dándole paso a la consciencia-energía, verdadero camino de curación. Como así es en otras materias, como la acupuntura, restablecedora del ki, el zen, etc. Unir lo antiguo con lo moderno, entrar en el respeto de culturas milenaras, casi todas de corte chamánico, que han cartografiado el mundo de la consciencia, muchas de ellas potenciadas por las plantas psicotrópicas que por alguna razón nacen en la naturaleza. También el entrar en procesos desconocidos de lo humano que rebasen los principios euclidianos. Es la investigación desde otros enfoques para conocer nuestra realidad, como las teorías del caos de René Thom, la teoría holográfica sobre el cerebro de Karl Pribram, los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, el cognitivismo de Francisco Varela sobre la contrastación entre el budismo y las ciencias cognitivas, etc., aparte de los medios privados personales. Da la impresión de que estamos en el momento en que se ha de entrar en ese otro mundo de donde todo procede, de donde han bebido los grandes artistas e investigadores a lo largo de la historia; de ahí proceden las entidades que dieron cuerpo a los universales de Platón, los arquetipos de Jung, y las grandes teorías. Ninguno de ellos fue un simple imaginador. Existe ese otro mundo extraño para que médicos, psicólogos, investigadores, etc. lo exploren para gracia de la humanidad. De ese otro extraño mundo llega el maná, el nutriente que nos hará salir del callejón industrializado y afixiante, productor de detritus, mundo de prótesis, del que hemos hecho nuestra casa por el pánico a ese otro mundo falsamente representado por el miedo y por la muerte.
La psicología transpersonal también pretendería, en mi opinión, una vía para llegar con gran respeto a la psicología integral, unificando posturas que lleguen a una totalidad desde las franjas que ocupa cada posición. Por supuesto, ofrecer un camino de curación tranpersonal al mundo de la drogadicción, buscadores descarriados, víctimas del cambio. Al mundo de los buscadores de transmentalidad, para que no caigan en redes oscuras que utilizan la espiritualidad como reclamo. A las víctimas de pandemias, como el sida, cáncer, del estigma de las guerras, etc., para que vean que existen otras realidades; y sobre todo para los que se encuentran en el embarcadero de la muerte. También para los cansados de una vida desacralizada y rutinaria, pendiente de los reclamos consumistas que ofrece la enfermedad planetaria. A los que asumen su existencia como algo grande y decisivo, en un proyecto en el que curarse es conocerse y a la inversa, como decía el gran indio mazateco.
En fin, dar respuesta al sinsentido de nuestro mundo simbolizado en esos adolescentes de hoy que, buscando locamente un rito de pasaje, una iniciación, se lanzan a la velocidad, al alcohol, a las drogas estimulantes, e incluso al asesinato y al pacto de sangre. Todo por una necesidad de reto, desviado entre otras cosas porque eso es lo que venden los medios de comunicación de los que estos adolescentes maman, un reto que busca ir más allá de lo conocido en la noche del sábado, porque lo que ofrece su sociedad drogada por el consumo no les vale tanto la pena y necesitan ir más allá de los límites. Se ha perdido el rito de pasaje por el que la tradición sabia utilizaba esa fuerza que late en la sangre adolescente para iniciarlo como guerrero, como adulto, ofreciéndole una “hazaña”, emprendiendo un viaje para forjarse como adulto. El fruto de ello suponía ampliar el horizonte personal y colectivo. Sin embargo vemos cómo la muerte se lleva a adolescentes en estúpidos accidentes de carretera. Por otra parte, los ancianos, ansiosos durante su madurez de una pensión de jubilado, anunciada y añorada ilusoriamente, se les convierte en trampa mortal cuando llega en la realidad, arrinconándoles como estorbos y entrando