Los cuerpos del verano. Martín Felipe Castagnet

Los cuerpos del verano - Martín Felipe Castagnet


Скачать книгу
mientras me hago pis. Lo interpreto como una falla, como haría al escuchar un ruidito dentro del auto; luego lo disfruto, de pie, en un mediodía cada vez más fuerte. No me quiero mover: ni para ir al baño ni para abandonar el sol. Soy un árbol con el tronco meado por algún perro.

      Minutos después, el pañal cargado me irrita y la piel está hinchada de tanto calor. Me da vergüenza pedirle ayuda a la esposa de mi nieto. Septiembre tiene una beca de investigación y trabaja en la casa la mayor parte del día. Me acompaña al baño, me cambia el pañal. Está acostumbrada a ayudar a mi hijo Teo, su suegro. Septiembre no se acuerda, o no quiere recordar, que yo tenía su edad cuando me morí.

      1.5

      El resplandor de la computadora es permanente.

      Los psicólogos me permitieron utilizarla en pequeñas dosis; el período de abstinencia a internet luego del estado de flotación puede ser duro. Es cierto que yo siento la tentación por la red incluso frente a la heladera. Si resisto el impulso es únicamente por miedo. No sabría cómo manejar la pantalla táctil, el teclado sin teclas, con estos dedos gordos.

      Merodeo cada espacio de la casa iluminado por algún monitor. Cuando no aguanto más las ganas de que la red me chupe como un mosquito me alejo hacia el único dormitorio que no cuenta con conexión. Teo está sentado en su cama; sus frases son cortas, e incluso las separa en sílabas para tomar aire. «Desnudo en el chu-bas-co». Yo completo como puedo: «¿Estás recordando algo de cuando eras chico?». Afirma con la cabeza. «Sobre mi ca-ba-llo desnudo». Gesticula mucho pero lento. Debe tener calor, pienso, y le acerco un vaso de agua. A veces está más despierto; otras veces está en el pasado, donde yo no lo pude acompañar. Era Adela la que los llevaba al campo mientras yo estaba en flotación y esperaba su regreso para que me contaran lo que había sucedido. Todavía tengo registros de cada conversación, si tan solo me conectara y me animara a releerlos.

      Dejo el cuarto de Teo, que murmura algo sobre un bebé y el mosquitero. Camino hacia una computadora lo más rápido que me permite la batería. Me siento en un sillón dentro del rango permitido para realizar las indicaciones verbales que me guíen por la red con mi voz ridículamente rasposa; quiero evitar tocar la pantalla transparente y fría. Podría jurar que huele a sangre, a líquido amniótico; sé que son mis sentidos, sobrestimulados por regresar al espacio donde viví una vida entera. En internet me esperan mis muertos.

      1.6

      Es raro estar del lado de afuera; me acerco a la pantalla como si fuera una pecera. Yo supe ser un pez y ahora camino de nuevo en la tierra. Hay varios amigos míos, algunos primos, compañeros de trabajo. La mayoría murió justo después de que yo lo hiciera; otros hace unas semanas. La mayoría quizás acepte regresar a un cuerpo algún día; otros no van a querer volver nunca.

      Internet ahora es transparente y personal, nunca privada. Cada búsqueda tiene una marca digital ineludible y fácil de seguir: un sendero trazado sobre la nieve, deslumbrante tanto para los vivos como para los muertos. En la época en la que yo ingresé, los muertos estaban encapsulados en módulos a los que solo se accedía pagando. Ahora flotan a lo largo de la red.

      En uno de los nodos me encuentro con amigos que jamás conocí en la vida real; mejor dicho, en vida. No sé cómo van a reaccionar conmigo; ahora que asumí un cuerpo es posible que me rechacen. Existe una empatía entre los muertos, así como la puede haber entre sordos, entre científicos de la misma rama, entre fanáticos de una misma película; somos veteranos de una guerra que se extiende durante una tregua infinita. «Hola Rama», me saludan, como si no hubiera cambiado nada; quizás sea porque para ellos no cambió nada. Unos días fuera del estado de flotación, saturado de tantas superficies blandas y aromas agrios y sabores ácidos, y ya me olvido cómo era estar ahí adentro.

      Pero hoy no me interesa hablar con ellos, y Vera no aparece disponible. Tampoco quiero entrar a revisar los viejos historiales de conversación. Lo que quiero hacer, con unas ganas que me perforan los tímpanos y me revientan el apéndice, es hallar a mi antiguo mejor amigo y encontrar la descendencia de mi esposa.

      2.1

      El estado de flotación, es decir, la continuación de la actividad cerebral dentro de un modelo informático, es el primer paso ineludible para resguardar a las entidades individuales. Recién después de la muerte se puede proceder al segundo paso opcional de migrar de un soporte a otro; esta operación es referida como «quemar» un cuerpo.

      El primer paso es tan seguro como inestable el segundo. Tiene que efectuarse un equilibrio entre el cuerpo inmaculado, bajo las impresiones que deja el primer huésped, hacia las direcciones que quiere seguir el segundo huésped. La memoria celular puede ser engañada, pero hasta cierto límite.

      2.2

      La mayoría de los muertos prefiere cambiar de cuerpo.

      La primera minoría se preserva en internet.

      La segunda minoría conserva el cuerpo original, como un mendigo aferrado a sus harapos; se los considera enfermos.

      Únicamente unos pocos viejos se niegan al procedimiento, mi hijo Teo incluido; ni siquiera llegan a ser una estadística.

      2.3

      Las restricciones biológicas y legales:

      Toda reencarnación debe estar registrada y notificada en el Registro Koseki.

      Los menores de edad no pueden obtener cuerpos de mayores de edad.

      Aún hay que morirse para obtener un nuevo cuerpo; los mejores se agotan rápido.

      2.4

      Cuando realicé el procedimiento y entré en flotación, mi cuerpo fue destruido porque no podía ser conservado; en ese momento no estaba listo el traspaso a otro cuerpo. El cambio desde entonces fue paulatino. Los primeros casos masivos fueron de madres registrando a sus hijos en lista de espera por si se morían en accidentes. Los cuerpos empezaron a ser considerados un recurso natural valioso. Primero dejó de haber velatorios; luego, las necrológicas empezaron a incluir quién reencarnaba en ese cuerpo. Se decidió por fin destruir los cementerios. La mayoría fueron transformados en granjas abiertas a la comunidad por la fertilidad del suelo. Todavía quedan algunos cementerios abiertos como museos.

      Cada cuerpo puede tener una vida útil de hasta tres habitantes en promedio hasta que se deshace; recién entonces se creman. También hay quienes se comen los restos. La única condición legal es ser un pariente directo del muerto y que haya sido autorizado en el testamento vital. Supongo que esto es el futuro.

      3.1

      Mi mejor amigo no solo es antiguo porque fue joven cuando yo también lo fui, hará casi un siglo, sino porque ya no es mi mejor amigo, ni mi amigo, ni le hablo desde entonces. Sé que está vivo en algún lugar. La certeza me despierta del adormecimiento; cada día, despierto o en flotación, me hago la misma pregunta: ¿cómo vengarse cuando no existe la muerte? Me muerdo las uñas de mi nuevo cuerpo, las arranco antes de llegar al final, las escupo al piso y vuelven a crecer sin que yo pueda responder.

      3.2

      Los días pasan sin resultados significativos. Mientras tanto, el cuerpo tiene otras exigencias y debo hacer ejercicios matutinos para fortificar mis músculos. Septiembre escribe mientras yo levanto las pesas; en su silencio puedo escuchar el rechinar de mis brazos. El estudio tiene un ventanal abierto; ella está del lado de adentro y yo del lado de afuera. La casa es grande pero nos gusta estar cerca. «¿Me acompañarías, Rama? Si estoy sola me quedo dormida», me dijo la primera vez. Los chicos están en el colegio.

      Ella no parece asustada por convivir con un muerto. Le pregunto si cree en fantasmas. «Claro que sí», responde sin levantar la mirada, «los fantasmas que hacen pesas en un patio lleno de plantas sin cortar».

      «Yo te pregunto por los que no tienen cuerpo. Los que están en flotación».

      «Internet cuenta como cuerpo».

      «Internet es traslúcido, inestable, viscoso». Mientras lo digo imagino una medusa. Millones de algas protegidas para siempre dentro de la campana de


Скачать книгу