Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi

Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi


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En estas condiciones las medidas estabilizadoras tomadas por el Cabildo, regulador de la agricultura del cereal (y orientadas más que a asegurar la prosperidad de los productores a mantener los precios a niveles tolerables para los consumidores) tienen muy limitado éxito. Las disposiciones son las tradicionales en el arsenal administrativo metropolitano y colonial: prohibición de exportaciones, reglamentación estricta de las transacciones, con prohibición de vender trigo fuera de ciertos lugares y a quienes no sean tahoneros o panaderos… Contra lo que suponen estudiosos acaso excesivamente prevenidos.[21] no parece que estas prohibiciones satisfagan los deseos secretos de los comerciantes de granos. Pero en el nuevo clima intelectual aportado por la Ilustración se tiende a verlas con hostilidad: la libertad de exportación de granos, asegurando precios constantemente altos, favorecería una expansión de la producción agrícola y una abundancia de granos todavía desconocida. También en este punto se hace valer la condena que en nombre de la teoría económica vigente es formulada contra toda política de precios bajos y estables: se cree que su consecuencia necesaria es escasez y carestía.

      En todo caso la agricultura sobrevive pese a tantos elementos negativos; esto tiene causas muy comprensibles. La explotación ganadera había sido primero destructiva; hacia 1750 el éxito mismo de las expediciones contra las vacadas sin dueño obligará a un nuevo tipo de explotación sobre la base de rodeos de estancia. Pero a partir del comercio libre el ganado manso sufre un proceso de explotación destructiva que recuerda al que terminó con el cimarrón: hacia 1795 hay ya motivos para creer que terminará por faltar ganado en Buenos Aires. Ese estilo de explotación ha sido fuertemente censurado, a más de un siglo de distancia, por estudiosos del siglo XX, y no hay duda de que en él se manifiesta ya una tendencia peligrosa a regular el ritmo de producción por el de una demanda externa muy variable; en estos comienzos de la nueva economía rioplatense, abierta al mercado mundial, se advierte ya cuáles serán sus rasgos negativos.

      Pese a esa coyuntura desfavorable, la ganadería seguía siendo el centro de la vida económica de la campaña porteña. La estancia es el núcleo de la producción ganadera, que en ella se combina en casi todas partes con la agricultura cerealera; desde las ya mencionadas tierras eclesiásticas del norte hasta las explotaciones más nuevas del arco de lagunas al norte del Salado, en tierras de Navarro y Monte, las sementeras se extienden en las estancias, según una tendencia que ya en 1790 el Cabildo denuncia como peligrosa por la subsistencia de la ganadería vacuna. En la estancia, una población reunida solamente por la posibilidad de hallar trabajo, sin vínculos familiares ni afincamiento local, se consagra a una tarea que juzga liviana: las faenas en la estancia primitiva, salvo algunas oportunidades fijadas en su sencillo calendario, no exigen en efecto esfuerzos demasiado prolongados. Pero esas tareas especiales (doma, yerra) suelen estar a cargo de muy respetados especialistas que recorren la campaña de estancia en estancia y reciben salarios sin proporción con los de los peones permanentes; esta población itinerante tiene muy poco en común con la de los despreciados braceros agrícolas.

      El cuadro que antecede no se corresponde totalmente con el tradicional, tanto en lo que toca a la despreocupada riqueza de la campaña porteña como a la abundancia que en ella reinaría en medio de un primitivismo todavía intocado. En efecto, esa campaña se desarrolla más lentamente que las tierras nuevas de más allá del Paraná y el Plata; la dura concurrencia económica de esas regiones que se abren a la colonización contribuye a crear en la vida rural porteña algo de tenso y difícil.

      Más allá del Paraná perduran, en un clima económico nuevo, las circunstancias que reinaban en Buenos Aires hasta 1750. Allí todavía conviven la ganadería de rodeo y las cacerías del cimarrón; en esa tierra sin dueño pueden labrarse grandes estancias: en la margen oriental del Paraná son los propietarios santafesinos quienes se adueñan de la tierra en torno a la Bajada, frente a la ciudad de Santa Fe; en la occidental del Uruguay la mayoría de los propietarios que vienen de Buenos Aires, mientras la colonización organizada desde Madrid


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